Cuento / 1a. parte
Tenía tiempo sin visitar a Don Rodolfo. ¡Mucho tiempo sin visitarle! Según recuerdo, habían pasado más de tres meses.
Ese día, cuando lo visité, se le miraba tranquilo. Sus ojos siempre proyectaban una estela con ciertos aires de tristeza. ¡Esa condenada tristeza! Ocluida siempre, entre esas pestañas.
¡Haberle visitado fue maravilloso!
Mientras boleaba mis zapatos, veía con detenimiento sus expresiones. Por más que tratase de sonreír, sus gestos eran opacados por un silencio mudo que hacía a su mano detenerse, no obstante sus dedos seguían recorriendo cierta extensión de la suela de mis zapatos.
Mientras tanto, me contaba historias, historias fuera de lo común. ¡Tan originales! Pero a mi parecer bastante cuerdas...
Lo más interesante hasta ahora, había traído a mí recuerdos bobos de una que otra aventura cuando me encontraba en la mediana edad...
- Estábamos en una reunión, tocaba yo la guitarra ¡No se imagina! - relataba eufórico Don Rodolfo - un día a la semana, nos dejaban reunirnos en un cuartito.
Yo, tocaba la guitarra, eso lo aprendí en el seminario, ¡re bien que la tocaba! Pancho y Evaristo eran dos buenos compañeros - añadía, Don Rodolfo, riendo en pausas - las drogas los habían llevado a ese lugar.
Pues bueno estaba tocando la guitarra, ¡La tocaba bien hermoso! Cuando iba a media inspiración, Pancho me hizo señas, abría los ojos como cuaco y con sus manos sucias; ¡Ah, cómo traía esas uñas por escarbar en la tierra! Bueno, me hacía señas. Decía que me callara. Detuve mis manos. Pa´ pronto Evaristo me dijo: - ¡Ya cállate, Rodolfo, en serio por favor, ¡detente!
Luego, voltié a ver a Panchito, parecía trabado, llevando en repetidas ocasiones a su boca esas manos tan sucias, vociferando el ruido. Este famoso, ese ruido... ¡Ah!, como si se le estuviera fugando un gas. ¡Shhhhhhh!
Pa´ pronto lo interrumpió Evaristo.
- Rodolfo, ¿qué no ves que si sigues tocando van a creer que estamos locos?
Comenzó a carcajearse a lo tonto, sin poder parar hasta ponerse todo rojo, vaya que era notorio, a pesar de ser de tez morena oscura.
- Yo le aseguro mi joven que con esa musiquita hubiese sido ¡bien famoso!
Terminando esto, abrochó mis agujetas.
- ¡Quedaron de maravilla, Don Rodolfo - exclamé con alegría.
Me despedí de él.
Mientras caminaba iba pensando en los sonidos que hacían las cuerdas de la guitarra.
<<Hubiese sido famoso>> pensé.
Don Rodolfo el Píldoro, así le llamaban los cuerdos. Así se le conocía por fuera. En el "verdadero" manicomio.
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