EL mantra

Cuento / 1a. parte

Cultura23 de octubre de 2024 Nuria Metzli Montoya
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« Mamá está muy mal, estos son sus últimos momentos, no sabemos qué hacer. Como sabes, las contracturas no le dejan moverse, no puede enderezarse ni caminar. Ha perdido todos los músculos y no tiene fuerza. Ahora la llevamos al baño en peso y le damos de comer en la boca ».

          Esto me decía mi hermana por teléfono. Yo estaba en plena alta estación y no podía dejar mi trabajo ni dos días. Era un golpe duro para mí. Si ellos no sabían qué hacer, ¿qué podría hacer yo desde tan lejos?

          Me dirigí a mi trabajo cabizbaja, todos lo notaron, pero no pudieron preguntarme nada, ya que estábamos muy atareados. Por lo pronto, ese día me proponía comer rápidamente un bocadillo en el escritorio.

          La culpa de estar lejos no me dejaba en paz. Pensé que mi ayuda podría ser rezar, así que me dispuse a despertarme media hora antes para dedicarle esa oración a mi madre.

          La situación de ella había empeorado por la falta de ejercicio. Había perdido movilidad y se pasaba las horas sentada en la misma posición, lo que le provocaba entumecimiento y dolor cuando intentaba moverse. Esta situación se repitió día tras día, y le provocó contracturas y debilidad muscular, así como falta de fuerza e impulso para moverse.

   

          Empecé inmediatamente con mi oración. Me había levantado una hora antes, así que se la dediqué por completo.

 

          No pasó más de un día cuando mi hermana me llamó y me dijo que había sucedido algo muy raro: mi madre había expresado su deseo de levantarse. Decía que había estado ayudándola durante un buen rato hasta que lo había logrado. Incluso había podido dar un paso. Era algo sorprendente, ya que el médico le había dicho que mi madre no se volvería a levantar. 

          Callé. No mencioné el hecho de haber orado intensamente durante una hora el día anterior. No pretendía, desde lejos, en la comodidad de mi casa y con sólo una hora al día, poder solucionar una situación que se arrastraba durante años, con grandes sacrificios de mi hermana para su recuperación. En realidad, era una presunción adjudicar esta voluntad de mi madre a recuperarse, a mi esfuerzo místico.

          De todas formas, reteniendo la intensa satisfacción de saberme partícipe en la recuperación de la salud, decidí que también el día siguiente rezaría por ella, como agradecimiento, durante una hora o incluso más.

 

          Sí, lo hice. Recé con fervor, me levanté a las cinco de la mañana, luego me duché, desayuné y me preparé para ir al trabajo a las nueve. Comí como siempre en el escritorio y continuaba trabajando hasta las siete de la tarde, porque esas dos horas de la comida, en las que no comemos, sino que mordisqueamos algo, eran horas de trabajo extra y me las quería ver retribuidas a fin de mes. Luego hice las compras y preparé la cena para toda la semana. Le avanzaba a mi tesis, que debería estar lista en cuatro meses y caía rendida en mi cama.  

          Mientras estudiaba, había vuelto a llamar mi hermana y me había contado emocionada que el doctor no se explicaba por qué la paciente quería recuperar masa muscular y volver a caminar. Mi madre estaba dando pasos, lograba, aún encorvada, caminar dentro de su habitación.

          ¿Y si su mejoría no tuviera que ver con mis oraciones? Estaba muy cansada y eso me estaba desgastando. Así que al día siguiente no rezaría. Qué egoísmo pensar que era yo quien gobernaba su salud y quien tenía el poder de retomar su vida en mis manos. Cretina. Decidí abandonar el papel de diosa y gozar la belleza de saber que mi madre tenía nuevos bríos y que esto la llevaría a compartir su vida con sus hijas. Mi hermana y mis sobrinos eran quienes la cuidaban de verdad, quienes merecían recibir su amor día a día, quienes sufrían al ver su decaimiento, sus dolores y sus lamentos.

 

          Así, mientras las buenas nuevas se hundían poco a poco en el mar de quejas y exigencias de los clientes engreídos con los que trabajaba, me había olvidado por completo de mi familia. Me había perdido en las carreras, ansias y prisas del trabajo; en traducciones de inglés, italiano y español; en recomendaciones de lugares turísticos, contrataciones de mecánicos, técnicos y maestros; en organizaciones de cursos, conferencias, tours y exposiciones. 

 

          No tardaba en llegar la llamada desde casa. ¿Hasta dónde habrá caminado mi madre hoy?

          Eran los pocos momentos de felicidad y dispersión que recibía en mi jornada. Sólo por instantes me alejaba del trabajo y del estudio.

 

 

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