Abigael Bohórquez, en un silencio más grande que el de la H

Tal parece que su personalidad desbordada, sus letras sin censura, incomodaron demasiado: nunca se pudo adaptar esa “jota” al mutismo de la “hache” a la que se le pretendía reducir

Cultura06 de octubre de 2022 Carlos Yescas Alvarado

abigael web

“me miraste hacia adentro, estremecida,/y presentiste mi semblante breve,/mi destino poeta,/la dura suerte de sufrir temprano.”

—Abigael Bohórquez

 

HAY VARIOS CAMINOS, como los del conocimiento o el de la poesía, que se dice, se recorren solos. En el caso de Abigael Bohórquez así fue, aunque de forma injusta, y apenas hasta hace poco tiempo se empieza a reconocer la enorme deuda que tienen las letras en México con este personaje apasionado y apasionante, autor de una “poderosa y macha poesía”, como decía Efraín Huerta.

Nacido en Caborca, Sonora, la aridez del paisaje se refleja en su lenguaje contundente, sin adornos innecesarios, donde se siente el calor de cada palabra y esa lluvia de pasión que puede dejar sin aliento y hacer florecer extraños paisajes metafísicos, en ocasiones llenos de desesperanza y dolor, que configuran la personalidad de Abigael, quien cambió la “j” de su apellido por la “h” (Bojórquez a Bohórquez), porque decía, “él era la única jota”.

Ese cambio tal vez fue una señal de su destino de olvido. Un hombre de palabras, y de palabra, reducido al silencio de la crítica y alejado de un lugar que se ganó con sudor y tinta dentro del panorama literario nacional. Sin embargo, tal parece que su personalidad desbordada, sus letras sin censura, incomodaron demasiado: nunca se pudo adaptar esa “jota” al mutismo de la “hache” a la que se le pretendía reducir.

Estudió teatro, algo que iba muy bien con su forma espectacular de ver y vivir la vida, y su poesía está salpicada de escenas en las que no hay vacilación alguna, en las que cada recurso está en su lugar. Va de estructuras que retoman elementos de la poesía del llamado Siglo de Oro, en una convivencia natural con neologismos que va creando a la par, como si el tiempo fuera uno mismo y no hay más guía que esa voz interna que es una descarga eléctrica que estremece, que no cae en el lugar común o el escribir “con las tripas”, como hacen tantos hoy en día, pensando en que eso es un acto poético.

Se desvela en sus letras un compromiso político, poético y estético, algo que en estos tiempos ya también es difícil encontrar en cualquier área del arte, con matices que van el humor inteligente al dolor más profundo del ser, ese que no encuentra su lugar en el mundo y que en ocasiones está cansado de entrar a batalla a cada instante, sin posibilidad del descanso o de tener alguna victoria. No es posible que el alma descanse, pero tampoco el cuerpo, por el hambre, por el abandono, por la enfermedad que acaba con los amigos, con el amor y con uno mismo.

“Y de repente, el Sida./¿Por qué este mal de muerte en esta playa vieja/ya de sí moridero y desamores,/en esta costra antigua/a diario levantada y revivida,/en esta pobre hombruna/de suyo empobrecida y extenuada/por la raza baldía? Sida./Qué palabra tan honda/que encoje el corazón/y nos lo aprieta.”

De Caborca a la Ciudad de México, donde el asfalto y la pobreza suplen la arena y la poca vegetación del desierto, y de regreso a Sonora, donde la pobreza y el olvido lo persiguen, como aquel perrito muerto en la infancia y que aún en la adultez es capaz de hacer llorar a cualquiera, mientras el poeta sigue sin saber explicarse, o incluso darle sentido a lo que vive: “y heme ahora, aquí,/preguntando para qué soy,/para qué sirvo,/para qué la poesía,/qué cumplo,/preguntando:/cómo es mi voz, dónde,/dónde tú, en cuál lugar,/dónde el amor, con quién,/qué caso tiene el amor/y nadie…/nadie…/y desnudo y pequeño y regresado/me abro/a llorar.”

Poco a poco, Abigael recupera su lugar como un imprescindible en la poesía mexicana y seguro que muy pronto ese silencio de la “hache muda” se estremecerá con la voz de la única y espectacular “Jota”. / ESPACIO LIBRE

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