Marlon Brando en Duranghetto

En el pódium del concierto, los caciques de las manadas, hablan, lamen la suela al gobernador, al presidente municipal, por el apoyo y sus licencias de impunidad. Por hacerse pendejos al no sancionar la cantina al aire libre en que convierten el corazón de la ciudad.

Cultura17 de abril de 2023 JESÚS MARÍN

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Como ya es una tradición en estas tierras de Dios: la invasión de las tribus moteras por las calles de Durango, Duranghetto. El leonino rugir de motocicletas, indomables potros de acero, con corazones de dragón, en flamígero desfile de macho, macho man, por veinte de noviembre, la única avenida principal de la ciudad.

Presumiendo hombría. Presumiendo barrigas y lonjas. Bravura indomable de macho lomo plateado. Forever younger’s. Guerreros rebeldotes, tipos malditotes con corazón de melón. Sin amos ni Dioses. Su único culto es la libertad. Su único Dios es su motocicleta Harley Davidson. Y las cheves, bajas en calorías y alcohol, sus rezos.

La velocidad de las jacas de acero les alborota la greña, salvajemente acariciada por el viento. Pañoletas en la pelona para cubrir desaires de melena. El pañuelo en la cabeza de bola de billar, trata de ocultar la decadencia del tiempo. La mayoría son calvos, con grandes entradas en la cholla.

La panza chelera en plena revolución de grasas y lonjas, a duras penas contenida por la estrecha chamarra negra, de cuero de tuano. Y por unos viejos jeans metidos a presión en su golosa cintura. Barriga finamente cultivada y acrecentada por toneles de cheve consumida desde sus años mozos. Chicos malos de cuarenta, cincuenta, sesenta años, aferrados fieramente a la ya extraviada jumentud (de jumento) “juventud divino tesoro”.

Lonjas cerdiles desbordan el pantalón de cuero, el viejo jeans de mezclilla, apolillados y con heridas de antiquísimas guerras. Lonjas a punto de gritar: libertad, libertad. ¡Liberen a Willy!

Lentes oscuros ocultan el misterio de sus miradas, de estos añejos cowboys de la carretera. Enmarcan su otoñal galanura de guerreros. ¡Mad Max es un pendejito! comparado con esta tribu sin greñas. Pequeños émulos del gran Marlon Brando en su mítica película “el salvaje”.

Espectáculo circense de motos, zoológico de carnes y arcaicos seres. Motocicletas de todos tamaños, clases y sexos, la clásica Harley, la motoneta para repartir pizzas, la típica del cobrador de Robapel, la cual se debe todavía. Las hechizas reconstruidas en yonkes. Bicimotos, patines del diablo con motorcito eléctrico. Patinetas con el logo de Harley. ¡Huy son el diablo! ¡Huy dan miedo!

Jinetean sus jacas, levantan polvareda, alebrestan la motona alacranera, por estas calles de Diosmuerto de Duranghetto. Este ruido infernal es la señal del regreso de los motoratones al centro histérico de la ciudad, en su paso a las exóticas playas de Mazaras. Caravana de tribus, amigos, compadres, pandillas, con sus logotipos, rituales, reumas, achaques, pulgas y piojos, tatuajes y parches; chamarras emblemáticas, ya muy desgastadas y roídas por las batallas de sus amos.

Viajan con su nena, su morrita, su mujer, su vieja, su pior es nada, enredada a sus espaldas, compartiendo destino y suerte. Carreteras y velocidad. Vergüenzas y ridiculeces. Apergolladas en la parte trasera de la moto. Apergolladas en la nostalgia de lo que fueron.

Caravana en tumultuoso viaje a las playas de Mazaras, al aquelarre celebrado desde tiempos inmemoriales en las tierras del venado. Adorando al Dios carburador. Al Dios Harley. Danzan alrededor de fogatas y beben cerveza a morir. Aunque sea light, sin calorías, pero cheve al fin. Machos toda la eternidad. Dios viaja en una Harley.

Durango es un mero accidente geográfico en su trayecto, ranchito donde bajarse a estirar las patas. Echarse un taquito. Tirar el miedo. Mear en un rinconcito. Tomarse una cheve con unos tacos al pastor. Nadie viene a Durango, canta el trovador Jaime López. Ni la muerte.

Decenas de motocicletos, motoratones de corazón, enfundados en kilómetros de piel, chamarras negras como la oscuridad. Cuero de caballo o sepan qué animal. Enfundados en estrechas chamarras, saturadas de pegostes, medallitas de San Judas. Medallas de honor de los boys scouts. Medallitas que les salieron en los cereales. Son muchachitos maduritos. Muchachitos locos en plena adolescencia a su casi medio siglo.

Muy perdonavidas, según ellos, peligrosos, nombres y leyendas en las espaldas de sus chamarras: “las calaveras asesinas”, “los ángeles del infierno”, “los amantes insaciables”, “los amos del camino”, “los mírame y muere”, “los cuidado con el perro”, “Salvajes de corazón”, “los Marlon”.

Diferentes tribus y clubes, mezclados, revueltos, empiojándose alegremente. Pandillas unidas por la fraternidad del cuero y la moto. Por la nostalgia de la juventud perdida. Siguen en sus veinte años en su ruco latir. Sueños de una juventud inexistente, pero se resisten a aceptarlo. No te arrugues cuero viejo que te quiero para tambora. Ángeles del infierno forever. Casi casi con letreros: “Frágil no tocar”.

Tirando crema, arrugas, polillas y lástimas, presumen y tiran rostro en la noche del miércoles en la Plaza de Armas. Dueños y amos de la plaza. Aparcan donde les da su chingada gana. Donde se les hinchen los huevos. Amontonan sus jacas de acero en las zonas prohibidas, en las franjas amarillas frente a Catedral. Motoratones de todas edades, viejos lobos de mar, ya con hijos y nietos. La momiza y chamacada, incluidos Matusalenes, pisteando sin pudor ni desprecios. Imberbes jovencitos veinteañeros y matusalenes, mezclan sudores y pasiones. Los une su culto a la motocicleta. Su adoración al viento y a la libertad. O nomás el gusto de echar desmadre y chupar.

Un Concierto de nostalgias rockeras, tocada en el corredor Constitución, enfrentito de los bancos, en honor de estos rebeldes sin melenas y botijonas panzas. Mítica música de los sesentas, rock en su estado primigenio. Rolas de las piedras rodantes, canciones de los escarabajos. El Somos los campeones del Queen ¡Vengan a sentir el ambiente!

Batos y vates, sin causa ni casa. Ni pena. Ni pudores. Errantes nómadas de los caminos. Extraviados héroes de guerras olvidadas. Profetas sin religión ni Dios.

Cervezas en mano, bien machos. ¿Alguien no le gusta? ¡Cabrones somos sus padres! Aquí los cuicos ni pio dicen. Los mordelones esconden sus afiladas dentaduras, mansitos. Los maricas inspectores del municipio escondidos en sus cuevas. Se hacen weyes las autoridades ante el pisteo descarado al aire libre, Reguero de polilla, cadáveres de los botes vacíos de cerveza, un chiquero de desmadre ecológico. Daños a jardines y al paisaje urbano.

En el pódium del concierto, los caciques de las manadas, hablan, lamen la suela al gobernador, al presidente municipal, por el apoyo y sus licencias de impunidad. Por hacerse pendejos al no sancionar la cantina al aire libre en que convierten el corazón de la ciudad.

En la multitud, los gritos beodos de ¡Viva México!, uulerooo. Resuenan los mares de nostalgia cervecera desbordada. Los recuerdos irrecuperables de ser eternamente jóvenes. Tristezas de ya no ser “viejos los cerros y reverdecen”. El corazón no envejece es el cuero el que se arruga.

El rock no ha perdido su magia. Sigue encendiendo corazones, prendiendo almas. El minuto de silencio en honor por los caídos en combate. La lágrima traicionera, entre eructos y reflujos. El “Ojalá estuvieras aquí” de Pink Floyd, sonado tan dentro, desgarrando como daga ardiente. Rebeldes de fin de semana. Rebeldes una vez al año. Rebeldes, carnes de asilos.

El discurso de los líderes motoneros, en sus letanías, lame huevos a las autoridades por el apoyo brindado. Por las motocicletas nuevecitas que les regalaron para rifarlas. Aplauditos y porras al góber.

Marlon Brando retorciéndose de vergüenza en su tumba. Venta de taquitos árabes a cien varos pa el hambre de las nostalgias, con cerveza incluida.

La banda motocicletera evidencia su poca imaginación. Su escasa creatividad. Su inexistente originalidad. Son meras copias de películas gringas, replicantes grotescos de estereotipos hollywoodenses, uniformados según el canon impuesto por Marlon Brando en su película “El Salvaje” o la clásica “Easy Ryders”, de Peter Fonda y Dennis Hope. Es la falsa religión de estos nuevos angelitos del averno, en chamarritas negras.

Se pasean de la mano de su morra o en grupos de varios, como si fueran parte de otro mundo o supieran secretos solo conocidos por algunos cuantos iniciados. La mayoría sin puta idea de lo que representan. Malditotes libando cerveza light. Cerveza que no engorda ni emborracha. Cerveza de maricas. Cabrones, si el gran Marlon los viera cheleando cervecita light, los agarra a chingazos por culos ¡Cerveza light, por Dios!

Dos días de motoratones. Apoderados y empoderados, del principal cuadro de la ciudad. Se pasan altos. Se burlan de semáforos y vialidades, ante las jetas de los agentes de vialidad. Estacionan donde les da la gana. Se pasan las leyes de tránsito por el arco del triunfo, ante el silencio y beneplácito de las pinches corruptas autoridades. Es más, les abren paso, cerrando calles para que estos muchachones no batallen en acomodar sus máquinas.

Conmocionan el tránsito vehicular con el cierre de calles. El gobierno puso billete para la rifa de una Harley y varias trocas de dos ruedas, nuevecitas. A rifar en su paseíto por Durango, ganadas curiosamente, por parientes y amigos de sus amados líderes.

Los motoratones sí tienen todo el apoyo gubernamental, pero vaya cualquier ciudadano o asociación a pedirlos, y salen con el típico, no hay presupuesto. Pinche doble moral del gobierno durangueño.

Cierto dejarán derrame económico en hoteles, restaurantes, antros (esos que cierran temprano) expendios, pero el apoyo no es parejo para todos. ¿Necesita uno ir en bola y en moto o bien moto, para conseguirlos?

Ni pa’ qué negarlo, se ven retechulos estos cursis salvajitos modernos en sus motos, con el sonar desquiciante de motores y chirriar de llantas sobre el pobre pavimento de Duranghetto.

En su real gala de su macha hombría, desfilando por la calle principal de este pueblo pavimentado, despertando asombro y envidia de los que andamos a pie, y más cuando los vemos con sus lentes oscuros y su morra abrazándoles la gruesa cintura, montados en sus relucientes cuacos de acero, poderosas máquinas de miles de pesos, perfectamente aceitadas. Brillan más que el mismo sol.  Rugen su poderío y sus ganas de comerse al viento. Felices de sentirlo en su cara. Larga caravana de motoratones. Quizás los últimos reductos de hombres libres del mundo.

Dos días de asalto. De toda clase de infracciones, como cercar la plaza por sus cuatros costados. En tiempos normales nomás te estacionas unos minutos y te cae la boleta de multa, te quitan la placa, te levanta la grúa o mínimo una mordida. A estos pequeños semidioses de la moto, émulos caricaturizados de Marlon Brando, no hay majadería que no se les permita.

¡¡Bienvenidos a Duranghetto!! Donde la ley no existe para algunos. Solo para los jodidos ciudadanos, esclavos de maquila. ¡Marlon Brando no ha muerto, aunque tome cerveza Light!

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