Cuento / 1a. parte
Ha oscurecido temprano, el clima se está helando. Con prisa por llegar, un Fiat
500 busca un retorno para salir de la autopista. Al fin, una vía que lo llevará directo a su destino. Enciende los faros direccionales y frena solo a último momento. Gira dentro de una cueva de ramas que lleva al bosque profundo, donde un letrero anuncia: “camino invertido, peligro de incendio”.
Detrás de él un Volkswagen Beetle, que desde más de una hora se halla en el mismo carril, se exalta ante la repentina desaceleración de ese auto.
El 500 ya había visto al Beetle, se habían rebasado alternativamente a lo largo del camino. ¿Girará con él o se perderá en la distancia de la rectilínea?
La desviación se ve como una boca de lobo. Caminar por el bosque oscuro lo hace sentirse vulnerable. Se siente atraído por el Beetle, realmente le gustaría que girara. Podría sentirse seguro de los peligros del bosque y le podría guiar en las curvas, subidas y bajadas, luciendo su parachoques plateado recién pulido.
«Esto es una provocación advierte el Beetle ante la frenada y piensa que ya no se ven en circulación esos autos tan bien cuidados: llantas nuevas, descapotable, brillante esmalte turquesa con interior blanco. Bueno, también él mismo tiene el interior blanco y una importante carrocería.
Arrebatadamente el Beetle gira sus ruedas reduciendo casi de golpe la velocidad a diez kilómetros, alerta a la bajada de la carretera. Un intrincado camino de piedras lo lleva a pasajes estrechos y ondulaciones de terracería que el 500 ilumina de amarillo por delante y el Beetle de rojo, por detrás.
Falla un poco el embrague y el 500 siente como si colapsara, pero es sólo una señal emocional. Ahora están los dos coches recorriendo juntos la profundidad del bosque bajo las telarañas de madera de los pinos.
La terracería va acompañada de un lago natural que refleja millones de veces el perfil borroso de la luna en cada crespa del agua. Parece que las máquinas disfrutan de este encanto.
De repente, un foso asusta al 500 que avisa al compañero encendiendo sus luces rojas. Cae, irremediablemente, pero sale con esfuerzo y seguridad. El Beetle no desvía y se dirige directamente a la misma trampa, como si quisiera mostrar solidaridad. Cae, irremediablemente, pero ¿quién podría adivinar que se iba a apagar su motor en ese mismo momento? El conductor del 500 ve lo absurdo de la situación y, egoísta, continúa sin detenerse, dejándolo en la oscuridad y el silencio.
El 500 no olvida esos deseos que sonaban a promesa cuando se adentraba en el bosque. Entonces amenaza con colapsar y lentamente mete la reversa, como si de alguna manera, salvar al compañero de viaje, salvara su honor.
Se detiene delante del foso y sin apagar las luces, abre la puerta dejando ver un hombre de unos cincuenta años. El conductor del Beetle detenido en la cavidad, sin corriente, observa. El cincuenteno entrecano y varonil se dirige hacia su ventanilla.
Bajando apenas el cristal del Beetle, se trasluce el rostro de un treinteno, tímido, con lentes, un tipo intelectual, indeciso de bajar del auto.
Educadamente, el hombre pregunta:
«¿Qué sucede?
«Le hago la misma pregunta- responde el joven ejercitando una dureza que se revela frágil.
«Creo que usted me está siguiendo, ¿qué hace por aquí?
«Ocúpese de sus asuntos.
«¿Qué le pasa a su motor?
«No arranca- dice desconsolado el conductor del Beetle.
«El mío esta fallando también.
«¿Tiene algún cable de alimentación?- Dice, al fin, a modo de disculpa.
«Déjeme voltear el auto y lo cargamos.
Con una maniobra cuidadosa el 500 gira y se dirige delante del cofre del Volks, donde se pega suavemente, como en un ósculo.
«Hace frío- dice el conductor del 500 mientras entrega los cables al joven, pero en el preciso momento en que las manos de los dos se tocan, los cables liberan una descarga eléctrica. Los cuatro ojos se sostienen la mirada por unos momentos, con incredulidad. Luego conectan los cables.
El 500 arranca para comenzar la carga.
«po po po po po po po- suena la fuerza del Beetle, que hasta salta chispas.
Los cables transmiten corriente, tiemblan. Ahora las máquinas están unidas entre sí emitiendo ligeros ruidos.
«Le invito a Ud., por mientras, a resguardarse de la humedad dentro de mi auto,
¿qué dice? invita el joven.
El hombre del Beetle entra sin responder. Saltan chispas, casi flamas. Tic, tac, tic, tac.
El joven gira la llave, acelera.
«po po po po po po-
«rrr- se esfuerza el 500 humeando.
Los hombres se sienten incómodos.
«po po po po po po-
«rrr rrr-
«Es casi medianoche, deberíamos irnos. Comenta el conductor del 500. Así, cada conductor se introduce de nuevo a su propio automóvil.
«Tu modelo es antiguo, pero funciona como uno nuevo- mientras en realidad el joven lo que piensa es, pequeñito pero potente.
Sonríen ambos.
«bo bo bo- qué brío!
«gna gna- ohh.
Ahora los cuatro están listos para continuar el camino. Los coches recorren el bosque entre las sombras esquivando raíces, fosos y hasta algún ciervo que se cruza delante de ellos. Sus luces rojas se pierden entre las ramas de los abetos.
No sabemos a dónde van ni cuánta carretera pueden aún recorrer, pero esa noche, unas centellas de calor amenazaron con provocar un peligroso incendio en una helada noche.
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