El fantasma de Arreola y sus apariciones

Arreola se dedica a recordar y contar, porque al final ¿qué otra cosa es el hombre, sino memoria de sí mismo?

Cultura29 de septiembre de 2022 Carlos Yescas Alvarado

yescas web

EN EL CAMINO de Zapotlán el Grande a una todavía más grande Ciudad de México, Juan José Arreola cultivó en su garganta un universo de ideas, imaginación y letras, una serie de pinturas, movimientos y escenas, un viaje incesante por autores rusos, franceses y españoles que eran desconocidos para nuestra lengua. Un buen día, como las calles de la gran ciudad, amplias y bulliciosas, en ocasiones solemnes, encharcadas y llenas de amores de esquina, como el juglar, dio rienda suelta al Big Bang que ocasionó en el arte en México.

Su pasión, contar historias, mostrar el mundo y sus posibilidades, con una potencia en su voz y toda la teatralidad de sus movimientos que no era necesario el laúd para acompañar su melodía poética en la que deja ver su identidad: un mexicano, ciudadano del mundo. De forma extraña, las primeras críticas lo acusaron de ser “poco mexicano”, pero pocas veces logramos descubrirnos en otras letras “más mexicanas” como en las de Arreola.

Mezcla de ficción y una profunda realidad, su obra va, sin condiciones, de la narrativa a la poesía, al ensayo, a la crónica literaria, a la labor de constructor de realidades que flotan allá entre el llano, que se esconden en el desagüe, que dan un salto hacia el infinito, como a la espera de un tren que parece no llegará nunca, y aún llegando, nos llevará a ninguna parte, porque estamos y no estamos, aunque somos en esa esperanza de lo que ya no existe. Fantasmas, como Arreola, fantasmas de múltiples apariciones en los que la vida cabe en unas cuantas palabras, y en ocasiones, también en un cuerpo incapaz de contenernos: La mujer que amé se ha convertido en un fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.

La memoria, ese lugar infinito del que no es posible escapar, es el sitio en el que Arreola recorre la ciudad que es, para descubrirse y ser luz entre quienes siguen su andar, de ahí, su ojo crítico para las nuevas generaciones de artistas, su puesto ganado a pulso y palabra como pilar de la literatura en México durante la segunda mitad del siglo XX, con un talento natural para conversar y crear. Se dice que en una sola noche le dictó su Bestiario a José Emilio Pacheco. No sabemos si esto fue así realmente, pero no dudamos de que sin duda podría hacerlo, pues para él, sería lo mismo que pasar la noche con la mujer amada: Una última confesión melancólica. No he tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas posibles para amarla.

Andar el camino para descubrirse a sí mismo y encontrarse con el otro. Nostalgia ontológica que lo lleva a crear a cada instante, en los libros, el teatro, como editor y maestro, y de un salto entrar en la televisión, ese invento para algunos ominoso, culpable de echar a perder las mejores mentes de generaciones enteras, en el que Arreola supo volcar su hambre de creador y su hombre perteneciente a su tiempo. Visionario y loco explorador, no se detiene en su intento de traducir su mundo para quien lo escucha, para recordarse a sí mismo que él es su voz en la partida de ajedrez de la existencia.

Con su estilo, que para muchos puede parecer exagerado o hasta incómodo, no hace otra cosa más que evitar el miedo de perderse y escribe siempre, aún sin papel. Es un confabulador consumado. Sin afanes doctrinarios y la esperanza de que algún día el tren de Whitman o de Dante pase por la estación de sus manos, Arreola se dedica a recordar y contar, porque al final ¿qué otra cosa es el hombre, sino memoria de sí mismo? / ESPACIO LIBRE

Te puede interesar

Espacio Libre México

Lo más visto

Suscríbete al newsletter para recibir periódicamente las novedades en tu email