El vendedor de silencio: Carlos Denegri

Una crónica muy a modo para estos tiempos actuales en Durango de “negocios familiares” de la comunicación social

Cultura 11 de diciembre de 2023 JESÚS MARÍN

web serna

Una crónica muy a modo para estos tiempos actuales en Durango de “negocios familiares” de la comunicación social del gobierno de Esteban Villegas y de la prensa chayotera. Del desplome del mayor periódico chayotero en Durango, El Sol, del despido caníbal de sus 25 trabajadores y reporteros, del mismo pasquín que durante decenas de años ha servido a los intereses del gobierno, no de los ciudadanos. Se les acaba el chayote.

“El vendedor de silencio”, último libro de Enrique Serna, fue presentado la tarde noche de un noviembre en el patio principal del museo Francisco Villa, ante una audiencia a reventar. 

Trajeados por allá, trajeados por acullá, hermosas damas emperrifolladas, humildes lectores, con varios libros del autor, con la esperanza de sacarle una firmita, de tomarse la selfi de rigor.

Una tarde-noche literaria, con uno de los autores mexicanos más leídos y controversiales. Desde políticos oportunistas, con tal de salir en la foto hasta lectores fanáticos del estilo ácido y sarcástico de Serna.

Lo que casi no había eran periodistas. Una biografía novelada de Carlos Denegri, el máximo chayotero que ha existido en el país, poderoso y mediático opinador y regidor en la prensa, en la vida pública y política del país por años.

Es extraña la ausencia del periodismo corporativo en un acto de gobierno, promocionado por el gobierno, que hasta había representante personal del gobernador Aispuro cuando todavía no era la rata Aispurio.

Quizá el tema del chayote les caló gacho a los periodistas locales, quizá se sintieron aludidos a la prostitución del periodismo que en esta historia se trata.

Ni los medios de comunicación dizque principales, ni el chaparrín, rey del chayote, del Canal Doce, ni Canal Diez. Nadie. Nada.

Raro, ya que este libro habla del periodista Carlos Denegri, rey e inventor del embute, del chayote. De la tesis de que un periodista gana más dinero por lo que calla y no escribe, que por lo que publica. Y que el periodismo vive y prospera, gracias al gobierno y no a sus lectores.

Este Durango es la prueba tangible de tal postulado, la mayoría de los directores de periódicos, medios de comunicación, aquí en duranguito, son millonarios por su destreza de lamehuevos con el poder en turno. Dueños de propiedades y edificios corporativos, cambiando de lujosas camionetas cada año. Viven una vida de reyezuelos de la comunicación, mientras explotan y esclavizan a los reporteros de a pie. Obtienen jugosos embutes y chayotes por la publicidad oficial y la publicación de sus boletines, por las mentiras y encubrimientos de actos de corrupción.

Lo que debió ser un disfrute literario se convirtió en un patético show político a la vieja usanza priísta. Presentación de las vacas sagradas de la política, autoridades y toda esa corte de vasallos del régimen panista actual, como si uno hubiera ido a ver a esos cabrones.  

El Baby Castañeda. Panista a rabiar, ex de Turismo estatal, aprovechó el micrófono al presentar la fascinante trayectoria del escritor, para hacernos saber que el futbol lo hace llorar. Sublime con sus patéticos chistes.

En el podio: el escritor Enrique Serna, el periodista Gilberto Lastra, el columnista dominguero Álvaro Sanjuan, el Villista sin dorados, plagiario de textos Villistas, director del museo, Gilberto Jiménez. Daba miedo por lo que estos pudieran decir de tan ilustre libro, ya ven que no fueran a morderse la lengua. El único verdadero periodista era Gilberto Lastra.

La presentación, desglose del libro, por parte de Lastra fue impecable, clara y nítida, se ve que sí lo leyó y lo disfrutó.

La primera gran sorpresa de la casi noche casi invernal, fue ver a Álvaro San Juan sin su guaripa ranchera. Durante más de cuarenta años, Álvaro no se quita la guaripa ni pa’ dormir. Así que batallamos a la distancia para reconocer al ñor canoso de lentes.

Esa noche vio nacer a dos futuros actores que ya pusieron a temblar a Ricardo Cárdenas y Gerardo Campillo, al mostrar sus dotes histriónicas: Gilberto Jiménez y Álvaro Sanjuán, en un mano a mano actoral, en duelo histriónico encarnizado, al realizar una lectura dramatizada de un diálogo del libro de Serna.

Ni Viruta y Capulina, en sus mejores tiempos, les llegaron a estos dos señores, ahora convertidos en De Niro y Al Pacino, ahora transformados en divas del escenario. Creo que equivocaron su profesión todos estos años. Muy amena la dramatización.

Lo grotesco de la noche: la intervención de nuestros mediocres gobernantes. Un gris oscuro de Salum dándole la bienvenida a Serna, ofreciéndole lo poco que no saqueó Enríquez. Casi casi, se le notaron las ganas de solicitarle un préstamo al escritor invitado.

Tengan por seguro que este acto lo pondrá dentro de las cien mil acciones de su pésimo y horrible gobierno municipal jura y perjura ha realizado. Discursillo hueco y simplón como él mismo.

Intervino también el arquitecto Adrián Alanís, en representación del gober Aisburro, dizque el werito andaba echando medidas en el bulevar Villa para cumplirle el caprichito del puente vehicular, a su ñora, la gobernadora.

Igual de patéticos con sus poliqueterías. Pero el colmo de estos policastros, es que al terminar su discursillo, se felicitaban con abrazo, besito en la mejilla, uno que otro nalgueo, como si hubieran entregado el Nobel. Dan lástima y asco.

Enrique Serna en lo suyo, asombrado del huateque, tomando nota mental para su  próximo libro. Serna dándole espacio a sus lectores para preguntas y comentarios. Pero el dueño del evento, el Baby Castañeda no lo permitió adueñarse del evento. De su evento.

Con la arbitrariedad de todo panista fascista, restringe el número de preguntas del público, traía prisa o qué pedo. Permite pocas preguntas. Carajos, Serna muy rara vez viene a Durango, y este señor Baby se siente dueño de limitar cuántas preguntas se le harán a Enrique Serna.

La noche acaba con brindis de exquisitos vinos tintos y un platillo de riquillos que se creen europeos, servido por un chef muy mamón, que no permitía gorrear a gusto.

Y mientras, allá en el pódium, la fila para la firma del libro de Enrique Serna, “El vendedor de silencio”, de casi 400 bolas su precio, casi ocho cahuamas con botanas incluidas. Esta de pensarlo comprarlo, ¿no? A menos que seas chayotero.

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