Cantares para una Ciudad que agoniza

Cultura 17 de julio de 2023 Jesús Marín

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Pobrecito de Duranghetto. Pobrecita Victoria de Durango. A mil kilómetros de ninguna parte. Demasiada Iglesia, harta religión, pero tan poquito Dios. Pobre de Durango, tan lleno de duranguenses.

Otro año más de vida, mírala, mírala, quien lo dijera, señora, ya tienes casi quinientos años de vida. Acabas de cumplir 460 años y ya te ves tan avejentada, tan derruida, tan saqueada.

Ya van cuatro siglos y sesenta años de aquella primera piedra, colocada por el joven capitán Francisco de Ibarra y la elegante doña Ana Leyva.

Tu Cerro de Mercado, sueños de plata de los conquistadores, ya no es el mismo. Aquel valle de árboles y riachuelos se ha convertido en una ciudad de piedra y cantera, enferma y triste. Una ciudad agonizante en nostalgias.

Cuatrocientos sesenta años de vida, la otrora perla del norte. La otrora real pontificia capital del reino de la Nueva Vizcaya. La otrora tranquila ciudad colonial, perdóneme, señora mía, ya de colonial, tienes el puro mito y fama.

Me hubiera gustado desearle feliz cumpleaños, y decirle: mira lo que has crecido, lo radiante y orgullosa que luces, pero no, tú te habrás dado cuenta por tí misma, agonizas de indolencia, tus casas, antiguas villas, caserones de amplios patios y relucientes arcos, se derrumban, van cayéndose a pedazos, ante la impotencia e indiferencia de tus hijos.

Hijos que ves partir de madrugada, con su tambache al lomo y bolsas vacías, cargados de esperanzas de encontrar un lugar mejor, una vida mejor. De encontrar tierras donde los sueños se realicen.

Van al destierro, buscando los cobijen, los alimenten. Regresan hablando una lengua extraña, vistiendo ropas que no concuerdan con nuestro modo de vivir por acá, por el norte. Sabes, cada uno de tus hijos, aún en el doloroso destierro, no olvidan el límpido azul de tu cielo.

Aquí, entre tus calles angostas, tu Plaza de Armas y ante tu majestuosa Catedral, es bonito pasar el rato, ver el sol claro, pero no para quedarse. ¿A morirse de hambre y de melancolías? Es cosa de ancianidades, como tú, dicho sea, sin ofender.

Dime señora mía, ¿aún llora de amor la monja Beatriz de tu Catedral?, ¿aún la bella Beatriz se asoma desde el campanario, mirando el infinito, mirando el camino real, por donde partiera su amado? ¿Y tus alacranes aún son tan venenosos?

¿Qué sientes señora, de casi cinco centenarios, al observar a tu parque Guadiana moribundo y tus árboles ya no brillan más? Tus calles nostálgicas, pobladas de voces e imágenes perpetuadas en un otoño interminable. Pobrecita de ti, ciudad de Durango, tan lejos de Dios y tan cerca de nada. Y lo peor, tan llena de duranguenses.

 

II

 

Quién te viera, airosa y rebosante de cantera. Durango de mis venturas y niñez. Hoy moribunda en el polvo de tus calles y en el corazón de tus gentes. ¡Ay ciudad de mis pesares, por donde los gitanos nunca pasaron!

Tu plaza principal, Plaza de Armas, corazón de Durango, desolada como las penas de amores. Por doquier los recuerdos, cual cadáveres de geranios negros.

¡Ay ciudad de los alacranes, ¡Quién te ve, no te olvida! ¡Quién te nombra, te llora! Nadie vendrá a refundarte. Nadie vendrá a honrar tu altivez.

Tus calles, breves tentáculos de sueños ¿Dónde se esconderá de ti el olvido, ¿dónde morirá la agonía de tu gloria?

¡Ay!, vieja dama moribunda, ¿quién cerrará tus ojos cuando el viento del tiempo te olvide? Tus cuatrocientos sesenta años ya te pesan, tus hijos se derrumban, tus parques perdieron su lozanía.

Hoy queda este cielo tan azul y esta melancolía tan profunda. Y este susurrar desértico por tus calles.

¡Ay ciudad de los alacranes hasta donde el viento ha emigrado! ¡Quién te ve, no te olvida! ¡Quién te nombra, quiere llorarte!

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