La última crucifixión en Duranghetto

Cultura03 de abril de 2023 JESÚS MARÍN

cruz web

Semana Santa en Durango. Semana de recogimiento y ayunos. De arrepentimientos y confesiones. En Duranghetto vive Dios y no paga renta. Si se acaba el mundo, me voy a Durango. Durango siempre fiel. Somos católicos hasta la médula del pecado. En Durango tragamos ángeles y cagamos diablos.

Somos tierra de santos y mártires. De cristeros y rezos. De pecadores y santos. Procesiones en morado y satín. Golpes de pecho y padres nuestros a la menor provocación. Por nuestra culpa, cordero que quita el pecado de mundo, ten piedad de nosotros.

Tierra de Dios padre y su séquito de santos. Cristos dolientes y repiqueos de campanas. Tierra de López Rapiña, ‘chanclas de oro’. Tierra donde prohibían a las mujeres usar falda corta o escote para entrar a misa. Tierra donde el Cura ofrecía el dorso de su mano para adorarla en casto beso, en señal de sumisión y reverencia. 

Tierra donde las familias ricas y prominentes ocupaban en perpetuidad las bancas principales de Catedral, enfrentito del altar, cerquita de la bendición de Dios. Tierras de un Dios para gente de abolengo. Y otro Dios para la chusma. Cementerio para enterrar gente de bien y distinguida. Un panteón para los miserables pobres. Cada familia respetable, con capilla y cripta, en sus casonas.

La guerra Cristera. La guerra de Dios. Al grito de ¡Viva Cristo rey!, miles de duranguenses se alzan para defender a su santa iglesia. El 31 de julio de 1926, unos pocos hombres, con sus leyes laicas provocaron que el Dios, llamado nuestro Señor, se ausentara de sus templos, de sus altares, de los hogares de los católicos.  

Otros hombres lucharon a sangre y fuego, dieron sus vidas y fe, por el regreso de su Dios y religión; lucharon pobremente armados. Lucharon con un cristo de madera y una cruz, en contra del demonio del gobierno, con su ejército de miles de soldados, armamentos poderosos y el señor Dios del dinero, omnipotente y soberbio.

Los que defienden a la Santa Iglesia, pierden vida y bienes. Exterminan a sus familias. Expropian sus propiedades. Queman sus iglesias. Los cuelgan de árboles. Los crucifican. Les prohíben ejercer el sacerdocio. Oficiar misas, celebrar bautizos y bodas. Les prohíben ser cristianos e hijos de su Dios.

Es una persecución encarnizada del gobierno ante la ambiciosa rapiña de la Santa católica iglesia de México, apoyada desde el Vaticano. Querían recuperar sus privilegios y bienes que la Reforma de Juárez les quitó. Quería conservar al pueblo aborregado y temeroso.  

Al final, estos guerrilleros de Dios son arteramente traicionados por su Madre, la Santa Iglesia. Murieron cientos de cristeros defendiendo a Cristo Rey. Ofrecieron su fe y haciendas, en nombre de Jesucristo, hijo de Dios. E igual que al nazareno, son traicionados por los Judas del Obispado. 

Defendieron su religión con su sangre. Ofrendaron su vida a Cristo Rey. Defendieron su iglesia, a su Dios, con rezos, rosarios y balazos. Con la cruz y el rifle por delante. Con la fe y las armas. Hasta la última gota de sangre. Hasta el último cristiano. Sacerdotes martirizados y asesinados, torturados, caminaron por las calles de Durango con las plantas de los pies cercenadas. Murieron por su fe. Duranghetto siempre fiel. 

Semana Santa de Durango fiel y católico. Tres días santos a guardar. Los comercios cierran como hace cien años. No se encuentra nada abierto en solidaridad con el sufrimiento del Señor. Ni la esperanza trabaja esa semana de guardar. Los devotos se martirizan el alma, inventan pecados para penitencias más jugosas.

Las iglesias católicas cierran calles, celebrando pascuas y pasiones. El olor a incienso invade la atmósfera. Tronadera de cuetes desde las cinco de la maña, kermés y fiesta, pagana y religiosa.

Miles de turistas invaden el centro histórico a través de la moderna e insegura supercarretera a Mazatlán, llena de baches y, por lo tanto, demasiado cara. Tres horas entre el puerto y nuestra ciudad norteña. 

Tres horas con el puente Baluarte, puente colgante, a costo de toneladas de oro. Miles de duranguense aprovechan el otro puente de semana mayor. Huyen de este cielo azul. Escapan del desencanto, para olvidar ser carne de maquilas agiotistas, esclavizados por un mísero billete, exprimen tu alma por miserable puñado de centavos. 

Duranguenses invaden por miles las playas de Mazatlán, al grito de ¡Viva Villa cabrones!, se pasean de guarache con calcetín por el malecón, por las calles de la costera. Guaripa y ceño fruncido, voz norteña, ni cómo negar la cruz de la parroquia. Por el malecón, por la playa, en todas partes los duranguenses conquistan las playas del vecino Sinaloa. Y lo obvio, a los duranghettos no los aguanta ni Dios padre confesado.

Los aterrados sinaloenses se fugan de su puerto, en desbandada, de la invasión ñanga. Pos qué tanto es tantito, a ver si es cierto que los nangos son también gente. Y sí, el hablar culiche y el son mazatleco, se esparcen por las calles de Durango. El acento costeño de bermudas y sandalias, las hermosas camaroncitas, hermosas mazatlecas, de ensoñados cuerpos y desbordantes curvas, nos deleitan la pupila. Las vemos airosas y gitanas por la plaza mayor, entre quioscos y bancas, entre paleteros y el calorón.

¡Oh! sorpresa. El comercio cerrado. Las tiendas de recuerditos alacraneros, cerrados por semana mayor. Apenas algunos restaurantes abiertos. El turismo no encuentra nada qué ver ni nada qué comprar. Millonarios hemos de ser para despreciar su dinero y encerrarnos a expiar nuestras culpas. Jodidamente resignados, y lo peor, los museos también cerrados. 

El teleférico en reparación. Qué clase de pendejos tenemos como autoridades de cultura y turismo. En plena efervescencia turística cierran todo. Así cómo desplazaremos a París como la ciudad más atractiva para el turismo.

Ni la pinche banderita que costó diecisiete millones de pesos nos salva. Los despistados y desbalagados turistas, nos visitan una sola vez y no regresan, a menos que sean masoquistas.

A qué vienen a Durango, ¿a tomarse la foto en las cortinas de acero cerradas a piedra y lodo? A mirar el cartelito en las puertas de los museos: “cerrado por vacaciones”. A mirar los calzones zurrados desde el teleférico, colgados en las azoteas. A visitar un Museo de la minería que abre cuando diosito lo permite. 

Qué clase de pendejos dirigen los atractivos turísticos de Durango que dejan agonizar el corredor Constitución. Su soberbia tan grande como pequeño su cerebro. Así cómo seremos una ciudad turística de primera clase.

Con razón, el museo de Pancho Villa lo alquilan para quinceañeras y bautizos. No hay cagaderos para el turista. Ni prestan ni rentan los baños de los restaurantes o comercios.

Los crucificados somos nosotros. Y no solo en Semana Santa, en nuestra vida como duranguenses. Gloria a Dios en las alturas. Y jodidez en la tierra alacrana. Amén.

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