Mi muñeco de trapo y las enormes gomas negras

Cuento

Cultura30 de mayo de 2025 Nuria Metzli Montoya
muñeco web

En medio de una vida desdichada, con pensamientos temerarios, lleno de malestares y sin ningún porvenir, me saqué la lotería. Gané un millón de euros y lo primero que me preguntaron fue: ¿En qué los vas a usar?

Construí un muñeco de trapo, que no era un personaje en especial, era simplemente un costal con dos brazos y dos piernas embutidas de garras. Tengo que decir que no me costó nada, que mi millón de euros aún estaba intacto, los retazos pertenecían al baúl de costuras de mi madre.

Una vez que concluí la primera parte de mi proyecto, lo llevé conmigo por la calle. Noté que era extraño ya que todos los que manejaban se me quedaban viendo y desviaban su carro por la distracción. Al pasar delante del Liceo vi que desde los salones, los alumnos me tomaban fotos con el celular. Era un muñeco de trapo de medida humana y vistosos colores.

Cuando alcancé el bulevar me posicioné en el sentido vehicular contrario al mío y fue así como esperé en la banqueta la llegada de un tráiler de características especiales. Pasaba yo siempre por esa carretera porque me gustaba ver los monstros, me impresionaba sentir el temblar del pavimento por su peso y el ruido de su motor. Esa imponente mole, me anonadaba, desde que

lo divisaba venir, hasta que me superaba con violencia y movía mis cabellos, ensordeciéndome y dejando un aura de smog en mi nariz.

Cómo me aterrorizaban, especialmente, sus llantas de goma, como un luchador de zumo, grandes y pesadas

¿qué sucedería si una de ellas pasara sobre mi cabeza?

Había metro y medio de distancia entre la banqueta y el paso de sus negras gomas.

En un resbalón o tropezón, según mi análisis, el tráiler no me agarraría porque era suficiente el espacio para caer de cuerpo entero, resultando ileso. Estos estudios se volvieron mi obsesión y fue entonces que decidí invertir mi fortuna en ellos.

Y como les decía, construí mi muñeco de trapo y caminé hasta esa banqueta. Pasaban los carros y los tráilers y yo escogía cuál de todos podría servir para mi propósito: lanzar el muñeco desde la banqueta y dejarlo caer en el metro y medio de espacio.

¿Qué pasaría si una bicicleta pisara una rama o una piedra, o si un desafortunado motociclista perdiera el control en esa zona muerta? Cabe decir que los tráilers tienen una velocidad reglamentaria? de 50 km. dentro de la ciudad y que en ese momento, el tráiler no tiene acceso a la vista no podía ver, es punto ciego.

Nada, nada pasaría, pero yo tenía que comprobarlo. No dormía en las noches pensando si me resbalara, si alguien me empujara, si cayera. ¿Moriría al instante?

¿Perdería la cabeza o las extremidades?

Divisé en perspectiva el tráiler elegido. Medida, velocidad y momento ideal para llevar a cabo mi proyecto. Había calculado cuál instante era el mejor para lograr los resultados más dramáticos. Veinte metros, quince, diez, cinco y a tres metros exactos de la llegada del tráiler empujé el muñeco hacia la carretera.

No había muchos carros o desaparecieron todos por arte de magia. Sólo una mujer salió de un estacionamiento, con su carro blanco, en el carril contrario, en el peor momento.

Desviaron el volante las gomas negras, desconociendo la naturaleza del bulto y temiendo por una explosión o algo peor, el chofer desaceleró inmediatamente y las gomas lo llevaron hacia el lado opuesto, encontrándose con el carro del otro carril. El impacto fue ligero, pero de frente. Arrastró su carro lentamente por más de diez metros. Al termine de todo este crash, bajó un imponente chofer insultándome con una voz ronca. Activé el modo supervivencia y con actitud de dolor le pedí perdón y prometí que arreglaría todo. Sorprendido, me miró, mientras, continúo a hablar:

-Le pagaré todos los daños y el seguro y los gastos médicos-.

Luego se recuperó y siguió insultándome, ahora por la burla.

-Padezco una enfermedad que mueve mis músculos involuntariamente, pero no se preocupe, le daré medio millón de euros-.

-No, no, no-

El imperaba de llamar a la aseguradora y a la Policía Vial, cosa que le pedí, por favor, que no hiciera. Con fuerza me jaló de un brazo y fuimos hasta donde la mujer. Descubrimos que estaba bien, que tenía sólo un dolor en el cuello, estaba ligeramente lesionado. Luego ella insultaba al chofer y el chofer a mí. Y en medio a ellos yo prometía resolver todo.

-Si uds. me conceden no llamar al seguro ni a la ambulancia…-

Ante sus miradas atónitas, saqué de mi bolsa el boleto de lotería y el recorte del periódico en el que salía yo un mes antes sosteniendo un cheque gigante de un millón de euros.

-Si ustedes no dan parte, ahorita mismo resolvemos juntos esta tragedia. Vengan conmigo-.

En no más de dos horas arreglamos todo. La policía vial llegó al lugar de lo ocurrido mientras ellos recogían sus automóviles. Callaban misteriosamente, se negaban a hablar, huían de la ley.

Había repartido mi billete de lotería entre los dos y me iba contento. Por cierto, mi muñeco de trapo no fue ni siquiera rosado por el zumo de goma.

La mujer se recuperó del cuello después de unos meses. Se compró un carro nuevo y se fue a vivir al otro lado de la frontera.

El chofer, compró a su jefe la compañía de transportes y no volvió a manejar.

Mientras, yo, procedí con mi búsqueda de clausurar mi existencia en un modo seguro, indoloro y, por supuesto, sin costo.

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