Durango de cíclopes y monjas, de mitos y leyendas

Crónica 1 de 10

Cultura29 de octubre de 2022 Jesús Marín

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CADA CIUDAD POSEE sus seres extraños, sus ‘monstros’ y ánimas en pena. Leyendas urbanas y mitologías. Exóticos seres, reales o imaginarios, nutren nuestra imaginación y miedos. Seres de leyenda y mito recorren las centenarias calles de nuestro Durango, Duranghetto, Duranyork, Durrancho, Durangután, alimentando el imaginario colectivo, creciendo en fama y truculencias.

Cada uno cuenta su versión y la narra a su manera. Se transmiten de voz en voz, de siglo en siglo. De familia en familia. De barrio en barrio. Mentiras que parecen verdades. Verdades convertidas en mitos. Mitos convertidos en leyenda. Leyendas que se acrecientan con el transcurso de los tiempos y las generaciones. Se enraízan en la creencia popular. Son parte de la cantera e historia de Durango, sus ogros y cíclopes. Sus sirenas y gárgolas. Sus monjas y alacranes conforman nuestra mitología urbana.

Esas calles de Dios nuestro, ¿cuántas cosas no habrán visto en casi quinientos años de existencia? Cuántas historias de amor y muerte se agazapan en los resquicios del olvido. En las piedras de cantera, mudos testigos de tragedias y melancolías. Cuántos fantasmas nos rondan con sus alientos de tristeza. ¿Qué historias nos contarán los muertos? Y ese ahorcado en pleno Centro Histórico, ¿aún se balancea de la cuerda? Gritarán por las madrugadas en la Plazuela, las almas de los ajusticiados por la Santa Inquisición. El puente que construyó el diablo, testimonio de que la ficción supera la realidad. Por el Barrio de Analco, el barrio más antiguo de nuestra estirpe alacranera, se escucha la carreta con el sacerdote a bordo, expiando su pecado de pereza.

Cuántas historias extraviadas entre sus muros y templos. El grito de Beatriz cayendo de la torre de Catedral. El miedo por La Celda del Diablo, reino de enorme y diabólico alacrán, verdugo de los reclusos de la Penitenciaría del Estado. El ‘chan’ de la Colonia Obrera. El grito de agonía de La Llorona rasgando la quietud de la noche, por la calle Negrete para perderse en el Panteón de los Ricos, frente a la iglesia de Santa Ana. El cantico monótono del sereno por las madrugadas. El baile del Diablo, amenizado por músicos contratados en la Plazuela, tocan en lujoso salón hasta notar a los bailadores con patas de cabra y patas de gallo. Salen despavoridos, dejan instrumentos y valentías en la vieja exhacienda enfrente de la Facultad de Medicina. Historias, leyendas, parte de nuestra durangueñidad.

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