
En Durango capital: Aunque soplen y griten las campañas no prenden
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A CAUSA DE LA URBANIZACIÓN e industrialización de la Ciudad de Durango, en el último siglo se perdieron aquí el Bosque de la China, el 50 por ciento de extensión de los Parques Guadiana y Sahuatoba, el estanque y el arroyo de San Vicente; los escurrideros de los cerros de Los Remedios, El Calvario, La Virgen y Lomas; el humedal de Málaga, los centenarios álamos y ahuehuetes de Las Alamedas y la Plazuela Baca Ortiz, se contaminaron los ríos de El Tunal y La Sauceda, mientras que El Lago es hoy un fraccionamiento residencial y, La Ciénega, una colonia populosa.
Local16 de septiembre de 2022 Juan Manuel Almonte MontelongoCada uno significa un ecocidio, una destrucción del medio ambiente natural, algunos un daño masivo y, otros, un daño irreversible cuando el ecosistema sufrió más allá de su capacidad de regeneración. Pero todos son un atentado contra la comunidad, que por su definición actual se tipificarían como crímenes, y los más recientes ostentarían nombres y apellidos.
En cuanto a la urbanización, el aumento de la superficie asfaltada es directamente proporcional al efecto ‹isla de calor› que, a semejanza de un comal caliente, expande su onda térmica infrarroja hacia las zonas habitacionales, residenciales y comerciales próximas.
Lo más grave de esta isla es la ‘burbuja’ que forma la irradiación hacia el cenit, aleja toda humedad sobre la urbe, y disminuye la posibilidad de nublados y de lluvia, que mucho se han reducido en las últimas tres décadas, en coincidencia con la moda de pavimentar sin forestar colonias enteras, a partir de los gobiernos municipales del Partido del Trabajo (PT) a la fecha, en especial por el autoproclamado “padre del pavimento hidráulico en Durango” (1992-1995).
La pavimentación extensiva sin crear áreas verdes que la compensen redujo la captación de lluvias y su filtración hacia los mantos freáticos, significando un ecocidio que lleva un siglo en el caso de la reducción al 50 por ciento del Guadiana-Sahuatoba, que en los 1920 incluía el Predio Canoas y terminaba en la margen poniente de la Acequia Grande, que a su vez era convertida en un canal de aguas negras, entubado a partir de 1982, para encauzar la putrefacción y malolencia bajo el Bulevar Dolores del Río —de ahí los sobrenombres ‘Dolores del Frío’ y ‘Olores del Río’ según la temporada.
Más recientes son la construcción de los fraccionamientos residenciales Los Remedios, Lomas del Parque y Lomas del Sahuatoba, en los 1970 y 80; de la Biblioteca del Calvario, en 1985; y la invasión del Predio La Virgen, todos los que acabaron fauna, flora y escurrideros del agua de lluvia de los cerros que los nombran.
Se desecaron los manantiales y ciénagas de La China, Los Tagles (Las Moreras), las lagunas del Fraccionamiento del Lago y de La Ciénega, el antiguo Arroyo de San Vicente; y se reduce el arbolado mayor de Las Alamedas, Las Moreras y los ahuehuetes de la Plazuela Baca Ortiz al no preverse su reposición ni la conservación de los cuerpos de agua, ni construir fosas de captación en torno a los vertederos naturales que hoy faltan.
De los manantiales y ciénagas de La China todo lo que queda es, por cierto, el Ojo de Agua del Obispo vuelto a llenar, el artificial Lago de los Patos y demás ‘charcos’ simulados del Parque Guadiana.
Todo ello es razón para repetir aún, hasta el cansancio, “¡Árboles sí! ¡Puente no!” si no se mira la intención de los gobiernos entrantes del Estado y el Municipio de Durango por contrarrestar tanto ecocidio. Más, si les es imposible a tanto ‘ingenio’ de Esteban Villegas Villarreal y de José Antonio Ochoa Rodríguez instalar a la par del Bulevar Francisco Villa una equivalente superficie arbolada que contrarreste el efecto ‹isla de calor› a lo largo del paso vehicular elevado que pretenden los gobiernos de sus partidos desde octubre de 2018 y que aún es hora que no acaban: el llamado Puente Mocho o «El Capricho de Elvirus». / ESPACIO LIBRE
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