La suerte de los feos… nadie la envidia

Cultura11 de septiembre de 2023 JESÚS MARÍN

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Yo de niño no era muy bonito. Bueno, dependía a quién se lo preguntaras. Si era a mi madre Atila Cristina o a mi abuela Natividad Duende, te respondían con una ceguera amorosa, que yo era el niño más hermoso de cuantos niños han nacido en el planeta, quizá solo comparable al mismísimo niño dios.

Hasta los diez años yo creía que era una verdad absoluta mi angelical belleza de chanate. Soy chulo de bonito, tocado por la gracia divina. Mmmm, aunque nunca vi un ángel prieto, panzón y chaparro, pero en mi inocencia no era cosa muy importante.

Fui a darme cuenta de mi realidad changoril al descubrirme en un espejo que encontré bajo la cama. En mi casa no había espejos, decía mi madre que nos robaban el alma, que eran una puerta al más allá. Comprendí muchas cosas. Porque me amarraban un pedazo de chuleta para que el perro se acerca a “jugar” conmigo. Porque aprendí a caminar solito, sin ayuda, antes de mi primer año. Como nadie me quiso cargar por feo, pos a ingeniármelas a aprender a caminar yo solito. Imagínense, cuando había visita en la casa, mi madre, cariñosa como era, me aventaba un plátano a mi jaulita para que me metiera y no asustara a las visitas.

La mera verdad, yo sí era medio feíto, curiosito, decía mi abue. Eres un niño harto curiosito. Y yo bobaliconamente sonreía con mis dientes disparejos y colmillos de criaturita. Imaginen mi porte de princesito de Transilvania: cabeza grande, dos tallas superiores a la normal, cabezas, me decía mi tío Sawi, hermano de mi amá. Prieto como dolor de hígado; pinacatito, chanate, me llamaban en la casa de cariño. Amor apache…dura para siempre.

Y sí, sigo prieto renegrido, no wereé por más que me bañara y tomara litros de leche. Quizá soy prieto por tanta coca cola que he tomado en mis casi sesenta años. Y súmenle que bebo pura cerveza oscura desde mis años de treintañero. Siempre fui medio gordito, bueno panzón y medio, me gustaba rodearme de mí mismo, puro músculo en potencia. Gordito simpático, tipo Capulina, durante años, a mi primo la rana René y a mí, nos decían Viruta y Capulina. 

Añádanle que nací con el tipo de charro mexicano, sin caballo y sin montura. Nací con las regordetas piernas arqueadas, como si algún maldoso me hubiera robado el cuaco. Y pos nada, usé varillas de acero reforzado con titanio, enderezadoras de patas zambas. ¡Ah!, y para rematar, unos pies planos, más planos que el mundo antes de Colón. Así que a calzar zapato plataforma de acero y concreto, de los tres años hasta las cinco, cuando me convertí en el mejor portero del barrio de Guadalupe. Zapatos de diez centímetros de plataforma, con arco integrado, marca Frankenstein, a recomendación de algún científico loco llamado Víctor. Fue cuando comprendí porque mi amá me llamaba su criaturita It’s a live…

A los doce años, mi abuela me reveló la verdad de la vida, al ver cómo las niñas me usaban como piñata y se burlaba de mis arrestos de galán, tipo Pedrito Infante, pero sin cantar ni usar bigotito. Y sin su suerte.

Mijo, me dice mi santa abuela, si usted quiere conquistar a las muchachitas, hágalas reír y solitas bajan al río, como venaditas…

Ahí me tiene aprendiendo las rutinas de Bozo el payaso, me chuté todas las películas del genial Germán Valdez, Tin Tan, las de Cantinflas no, me cae gordo. Pos’ en parte, funcionaban, se reían de mis maromas y gestos, de mis ocurrencias ocurrentes, un ratito, pero al final se iban con los guapos del barrio.

Yo quedaba como su mejor amigo, como su confidente, como el que sabía muchas cosas, porque desde entonces, soy ratón de biblioteca. Mi apá tenía un pequeño librero bien surtido de historia romana, de los nazis, de Pancho Villa y recibíamos Selecciones cada semana. Aparte de Kalimán, la familia Burrón, el Libro Semanal, Lágrimas y Risas, los Súper Sabios y una infinidad de publicaciones.

Busqué otros métodos, otras tácticas, para ligarme chicas. En una de mis revistas de monitos, hoy le dicen cómics, vi una página que anunciaba cursos por correspondencia, de cómo enamorar a las mujeres, mandabas el cupón y pagabas al recibirlo.

Ahí me tienen ahorrando domingos para pagarlo al llegar el dicho manual. Nunca me llegó. El dinero me lo gasté en gansitos y pingüinos.

Me conformé con ser un romántico de clóset. Veía a los otros chicos con novias, presumiendo conquistas, estrenado labios y besos. Yo me refugié en las novelas románticas de Alejandro Dumas, La dama de las camelias. La tragedia de Romeo y Julieta, hasta que descubrí un libro de Antonio Plaza, y otro de Amado Nervo, en la biblioteca de mi viejo. Descubrí a la poesía. No estaba solo en la desolación de mi corazoncito de melón.

Ahí lo supe, la clave para enamorar a las mujeres, es la poesía. Empecé como empiezan todos los poetas del mundo, escribiendo acrósticos. fusilándome poemas de un tal Neruda, Manuel Acuña, Amado Nervo. Me empapé de versos y rimas. Y sí, mandé varias cartas de amor a varias vecinitas del barrio, obviamente todas anónimas, firmando con un “tu enamorado secreto”.

Esperaba que el barrio quedara desierto, más o menos a las siete de la tarde, cuando nuestras madres nos recogían pa’ la cena y escuchar las aventuras de Kalimán.

Me daba la escapadita para meter bajo la puerta de la elegida una cartita, perjumada con la loción de Country Club de mi apá. Cartas de hasta dos pliegos, escritas a tinta roja (rojo pasión, rojo amor sublime) y quemaba los bordes con una vela y casi todas terminaban, antes de la rúbrica, con un “te amaré hasta la muerte…”, muerte que me duraba a lo sumo, una o dos semanas y me pasaba a mi siguiente muerte por amor.

Ya en secundaria, entré a la secu uno, de muchachas y chicos. Conocí al principal culpable que desde entonces ande buscando al amor de mi vida, el Camilo Sesto. Se convirtió en mi gurú y guía espiritual, desde vivir así, es morir de amor, hasta siempre me voy a enamorar de quien de mí…, luego una canción de juanga se convierte en mi himno, con la de “yo no nací para amar, nadie nació para mí…”.

Para esa época, los ochenta, ya mi acervo de poetas había crecido en proporción de las veces que me rompían el corazón, que era cada tres días. Con el Jaime Sabines, Benedetti, López Velarde, el García Lorca, me aprendía poemas de memoria y los recitaba en las soledades de mi alma. A imaginarias ninfas. En la secu nomás suspiraba al ver a las niñas, me llegaban los aromas femeninos a endulzar mi corazón, pero ni un besito, apenas un hola o me hablaban para pedirme prestada la tarea.

 

Entré al Cbtis 89, todavía virgen, sin real beso de amor en la boca. Besé algunas flacuchas en mi barrio, en el juego de la botella, pero no eran besos como los de la película de Casa Blanca, donde Rick besa a Ilse tan sabroso. Casa Blanca la he visto miles de veces y siempre deseo que ellos tomen juntos el avión y escapen de Casablanca y no se queden con la frasecita de “aún tenemos París”. Yo ni eso tenía.

Fue cuando descubrí el poder de las palabras. Y que la poesía es el lenguaje de los hombres para enamorar a las mujeres. Para no morir solos. La poesía es el pararrayo entre los dioses y los hombres, según escribió Rubén Darío.

La poesía es el recurso de los feos, consuelo de los desamparados, refugios de quienes morimos de amor. Utilísima para nosotros los feos, verso mata carita. Ante un verso de amor, no hay mujer, por muy iceberg que fuera, que no las derritiera. En el último semestre, me convertí en escribidor de cartas de amor. Pessoa tiene un poema que dice que es ridículo escribir cartas de amor, pero es mas ridículo no escribirlas, pero esa esa otra crónica

 

Epilogo: Con la muerte de Camilo Sesto se cierran esos amores de Secundaria. Tenías trece años cuando cada muchachita que veías el patio, se convertía en el amor de tu vida. Como no te atrevías a declararles tu amor, cantabas: “vivir así es morir de amor”.

Era Camilo Sesto, con inigualable estilo y voz, quién te acompañaba en tu tragedia. Esperabas casete en grabadora, que el locutor de radio, programara una canción, esa canción que Camilo cantaba especialmente para ti, rogando que al grabarla, no se le ocurriera al locutor, hablar a media canción.

En tu primer pleito amoroso, real o imaginario, la rola indispensable era perdóname. Quién no llegó a copiar integra la letra de una canción de Camilo, mandársela a la chica de nuestros sueños. Jamás, pero jamás nos falten, las canciones de buen Camilo.

Gracias por esa época de inocencia. De alma blanca. De cuando el amor era una canción. De cuando el amor era una sonrisa a la salida de la Secundaria. Y los más afortunados, un beso robado en las canchas de la ETI 1. Y un fugaz abrazo. Descanse en paz Camilo Sesto. Descanse en paz, Camilo Blanes.

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