Las máquinas ya están aquí y vienen por nosotros

Por más que miras el face, no dejas de sentir esa sensación en tu estómago. Ese caer en un vacío,
donde nada existe y nadie pronuncia tu nombre. Uno no es una máquina ni un correo. Uno necesita calor umano a su lado. Sentir una piel y una voz pronunciando tu nombre. Una voz en vivo, no por teléfono, no por videollamada ni grabada.

Cultura 11 de septiembre de 2023 JESÚS MARÍN

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Por más que miras el face, no dejas de sentir esa sensación en tu estómago. Ese caer en un vacío, donde nada existe y nadie pronuncia tu nombre.

Uno no es una máquina ni un correo. Uno necesita calor humano a su lado. Sentir una piel y una voz pronunciando tu nombre. Una voz en vivo, no por teléfono, no por videollamada ni grabada.

Uno no es una estadística en línea. Ni un nombre en una red social. Uno es un ser humano que necesita apapacho y necesita oler vida, besar vida, morder vida. Necesita la calidez de un abrazo y un brazo en tu hombro. Necesita mirarse en los ojos de otra persona.

Uno no es una máquina, con teclado y bella pantalla. Uno aún está vivo. En el face tienes un titipuchal de amigos y amigas. Centenares de gente que no conoces y nunca conocerás, son tu lista de amigos. Y sigue creciendo tanto como tu soledad.

Apenas un puñado de amigos sabe que existes y eres una persona real, más allá de una foto, de un historial, de un meme o una selfie. Eres algo vivo, no ese perfil y datos en una biografía. 

Pocos sabes que no lloraste cuando murió tu madre. Que no has llorado desde los seis años. Y casi nadie sabe que la sigues extrañando. 

De nada sirven los amigos virtuales. Abrazos virtuales, likes. A nadie afectan ni importan. Nacemos en soledad, en soledad hemos de morir. Estás solo por más amigos y amigas que te mencionen en el face, por más comentarios y likes que te dediquen, jamás sustituirán un cálido abrazo, un humano abrazo, real y sudoroso.

Jamás lo virtual, el mundo cibernético, serán mejores que la gente de carne y hueso que te saluda de mano y te mira a los ojos al hablarte.

Cuántos de tus amistades virtuales están dispuestas a darte un abrazo o a levantarte del suelo si te encuentran tirado, borracho y babeado. Cuántas te ofrecerán un taco si tienes hambre. Y cuántas de ellas, son tus amigos, más allá del like.

Estamos solos, más que antes. Como nunca hemos estado. Antes de los celulares. Antes de pertenecer a no sé cuántas redes sociales. Cada vez más solitarios. Cada vez más lejanos del contacto físico. Cada vez más islas y profundos precipicios.

Abraza a tu mejor amigo. Abraza a un ser de carne y hueso. Abraza a tu perro. A un árbol. Al viento. Al recuerdo de la mujer amada.  De qué sirve un millón de seguidores si nadie de ellos moriría por ti. Si nadie de ellos, llevará una flor cuando tú hayas muerto.

¿Acaso vale más un feliz cumpleaños en tu muro que una tarjeta de cumpleaños entregada y firmada por propia mano? Desde cuándo nos convertimos en seres humanos virtuales, incapaces de salir a la calle. Incapaces de bailar bajo la lluvia. Incapaces de correr descalzos en el pasto. Acostarse una noche en la azotea, contar estrellas.

 Todo lo queremos por línea, el amor, el sexo, a Dios mismo. Un dios perfecto a nuestros rezos. ¿Has probado besar una cara en tu pantalla de computadora? ¿Sabe mejor ese beso que un beso en una boca humana?

Nos estamos quedando solos, nosotros y nuestros sofisticados aparatos electrónicos. De qué sirve una tablet, la computadora más avanzada, el celular de la última generación, si cada vez tenemos menos amigos reales. Si cada vez nosotros somos menos reales.

Dónde están los muchachos con que crecimos en el barrio, Que por las tardes salimos a la calle de nuestro barrio, a la pica de fútbol. Por las noches jugábamos al bote perdido. A contarnos historias de aparecidos y ánimas en pena.

¿Habrá algún programa, alguna red, que nos devuelva esa calidez? 

Siete horas chateando frente a la computadora con decenas de amigos simultáneamente, viendo una foto que bien podría ser falsa, creyendo las mentiras que nos dicen y les decimos. 

Destruimos la nostalgia y el placer de evocar mejores tiempos, que, al recordar, crecen en poderío y nostalgia. Hoy tomamos fotos por todo y de todo. Queremos capturar cualquier evento, cualquier gesto, sin dejar espacio a la memoria. La nostalgia en agonía, se irá para no regresar.

Miles y miles de fotos, testigos de nuestra soledad. De nuestra desesperanza. Entre más modernamente sofisticados somos, más tristemente solitarios. ¿Qué demonios le dejamos a la imaginación?

Estas en el face. Tienes el mundo cibernético a tu alcance, millones de sitios web qué conocer y visitar. Con un leve click, ves fotos y videos de mujeres que nunca imaginaste disfrutarlas desnudas, al alcance de tus ojos, separadas de ti por esa delgada pantallita. Tan cerca y tan lejos. ¿No sería más mujer, una mujer de carne y hueso? Sí, no tan perfecta, tan bien delineada por el photoshop, pero real y viva…

Te preguntas en qué parte del camino extraviamos nuestra humanidad. En qué momento dejamos de ser nosotros mismos, esclavizados por un celular. 

Se nos agotó la voz para decirle a alguien lo mucho que le extrañas, en vez de mandarle el mensaje por celular, en vez del WhatsApp.

¿No sería más hermoso salir de tu casa e invitar amigos a beber cerveza?, con la condición de no llevar celular, tableta o cualquier otro pinche aparato electrónico que nos impida el contacto de gente a gente, de corazón a corazón, de mano a mano, sin interferencias ni gestores de línea. 

¿Cuándo volveremos a recuperar nuestra humanidad? Las máquinas pacientemente para ocupar nuestro lugar. Si es que ya no lo han hecho.

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