Cuento / 1a. parte
¡Triste morirse de hambre!
Pues es fácil, ¡muy fácil dejarse engullir por la mentira que pernocta y susurra en el oído!
¡Qué fácil es dejarse ir!
Dejar que aquella mancha ilusoria corrompa a la mente. Hasta el punto de dejar de creer en toda la magia que emana del ser.
¡Absurdo es! ¡Y más aún cuando la verdad transpira por cada orificio de la carne que reclama cuando volvemos a la inocencia! Punto central, sin cobijo, a la intemperie que también reclama pues, exige ser protegida.
Sin embargo, ¡es más fácil dejarse engañar, ser devorado por quien violentamente tiene hambre del asesinato!
¡Pobres aquellos que abusan del alma hasta renunciar a ella!
¡Qué tarea tan ardua implica revolucionar la conciencia, alimentar carencias, sanar heridas profundas de un ayer! Subir montañas que parecen diminutos escalones. Parece ser, querido hermano, nunca acabar.
Me compadezco de mi enemigo, que en algún tiempo fue mi amigo, y me estremece mirar a todos aquellos que se desnudaron para florecer. Los miro con dolor de igual manera, pues sé, por antiguas vivencias, que podrán ser despedazados por los buitres que aguardan ver miradas puras y profundas fuera del útero universal, tan fuera del sistema, listas para ser insertadas en el grito desesperado de la angustia producto de la ausencia del placer que nos dan como pan para aguantar la comedia que esta vida nos otorga.
¡Qué difícil es vivir, luchar por no morirse de hambre!
Yo no hablo del hambre que buscan saciar esos bastardos hijos de la gran puta...
Si entiendes un poco de lo que digo y escribo aquí, ¡reza, ora, ora por ti y por mi, hermano del alma! Para que al fundirnos otra vez, encontremos esa calma cálida que nos incita al verdadero descanso. La paz.
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