Cuento / 1a. parte
Parte I
Pasión y aventura de la época Barroca italiana. Nuestro protagonista era un hombre fuerte, sano y bello, de consecuencia, amaba a las mujeres tanto como el ser protagonista de una bronca. Era algo así como lo que se entiende por “hombre macho”. Existe la hipótesis de que el pintor lombardo, Miguel Angel Merisi de Caravaggio, genio de la pintura de la luz y la sombra del seicento, haya cometido en 1591 un homicidio por el cual tuvo qué escapar de Milano para refugiarse en Roma.
Ahí, en la Ciudad Eterna, mientras el notable Cardenal del Monte, de sus más fervientes admiradores, lo hospedaba en el monumental Palacio Madama, Caravaggio bastoneó a uno de los huéspedes, desencadenando el ser expulsado de ese lugar y perder una de sus más grandes oportunidades de mejor vida. Adelante en el tiempo, sin menor intención de medrar, se le vio algunos días en la cárcel por difamar en volantes impresos al pintor Giovanni Baglione. Luego en 1604 fue acusado de posesión de armas blancas en su demora, por lo que le confiscaron más de diez telas de excelente artificio y maestría.
Ciego en su arrogancia, en otra ocasión fue denunciado por ofensas a los guardias de la ciudad y aún más tarde por agresión a un joven mozo de una taberna al que le aventó en la cara un plato de alcachofas. Nuevamente el maestro del pincel cometió un delito, esta vez por una mujer hirió gravemente a un notario público, Pasqualone de Accumoli, por verlo hablar con ella quien era su modelo y amante. Otra raya del tigre que Miguel Angel acumuló fue cuando la propietaria de la casa donde vivía lo denunció por morosidad, sacándole todas sus pertenencias a la calle.
Nada aplacaba el carácter prepotente del pintor y cuando la situación definitivamente precipitó fue el 28 de mayo de 1606. Lo que le quedaba de vida y producción artística, se vería terriblemente afectado por este evento. Sucedió que a raíz de un absurdo partido de tenis, no se conformó con insultar y alzar la voz al contrincante, pasó de lleno a los golpes cegado por una rabia que se acrecentaba cada vez más. Golpeó a Tommasoni de Terni sin piedad, deteniéndose sólo hasta haberse percatado de su muerte. Resultar él mismo herido no bajó la pena que le otorgaron. Como conclusión y sin remedio, Caravaggio fue condenado a muerte por decapitación.
Que fuera un genio lo sabían todos: las potentes familias filo españolas que pagaban sus cauciones para sacarlo de la cárcel y algunos prelados, principales garantes del pintor quienes con sus influjos y promesas lo rescataban en sus numerosos delitos y condenas. La liberación era a razón de importantes encargos en series para capillas o del privilegio de un retrato personal. La plenitud de salud a sus treinta años le permitía vivir bien, divertirse y hacerse enemigos. En este periodo pintó numerosas obras bien cotizadas por su nuevo estilo magistral, teatral, un juego dramático de contrastes de luz y de sombras, donde sólo lo importante venía iluminado, lo superfluo se abolía en las tinieblas.
Cuando se ganó la condena a muerte, Caravaggio se dio a la fuga con la ayuda de la familia Colonna viajando a Nápoles, ciudad en plena expansión, más grande que Roma, viva y poblada. Lugar ideal para ocultarse.
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