Orígenes

Cultura03 de abril de 2023 LETICIA SALAZAR CASTAÑEDA

origenes web

¡Manojo de génesis!

¿Cómo encontrar la palabra ausente de un poema?

¿La que falta para darle sepultura?

¿Para inventarla junto a un

semejante y hacer sueño compartido?

 

Encontrarla como se encuentra

en la primera cita ese sueño original

 

Ah, racimo de comienzo:

Este poema quiere gritar

hasta que encuentre la voz de mi glosario

perdida en el balance de la ecuación

 

Ante las sílabas de una voz

que encarne el significado de este alarido

que me preña la garganta

No importa si al liberarla revienta los valles

allá donde se escuchan los pensamientos maternos

 

O se apague la luz de luna llena

que atrapa mis santorales

O para condenar la vida en estos versos

-Pero no, porque la vida pertenece al minuto anterior

para intentar curar cosa del pasado-

-Advierto: no escribo para nadie

porque a nadie le importa mi garganta gestante…

 

Escribo para olvidar que para recordar escribo                                                                                                                    Mas no encuentro palabra para nombrar

la cosa que revienta en mi garganta.

¿Quién plagia estas letras en la era de mi dolencia?

 

He perdido el turno de los que quieren morir

de frente por cualquier prejuicio

Disfrazando una ausencia

sangradamente a mitad del pecho

O por demanda del confuso raciocinio

O los posibles reproches de una mujer ausente

y me hace perder el tiempo blasfemando

a toda prisa tanta poesía

 

Cuando era niña, había muchos fantasmas

en mi ojo a la hora del espanto

Entonces, ahí se anclaba la pena

lamiéndome la alma y mi madre reía de mi temblor

 

Mamá: usted no sabe la falta

que me hace cuando suena la alarma de la querencia

Sobre todo cuando viene a buscarla

a su ventana el canario aquél,

-ahora con atuendo de tenor congestionado-

Y trae su canto de rubio noche que hasta mi piel endurece

Y su trino está cargado de espantajo y chorritos de rímel y aguamiel

 

Volvió la pena, aquí está

lagrimeándome la dermis

Como si con toda la tristeza del mundo llenárase mi duelo

 

Cuando usted estaba,

todo era ocasos coloridos más allá de la pradera

Pero usted se fue, y hube de alejar la alegría

a garrotazos y la última risa de aquella tarde.

Entonces, mis ventanas del cerebro se cerraron

Y los colores más allá de la pradera

son llamas donde su canario amaestrado ha emulado en Ícaro

 

Sangran llamaradas los colores del ocaso,

pobre ave ahora en libertad,

mi madre te lloró entre sus plegarias

Ah, canario, sólo hay algo que

i me reconforta: yo sí estoy amaestrada.

 

Ya se marchitaron los columpios de coronas

en la madreselva del dintel.

 

Y empezó el temor a ese río mirándome indeciso

Madre, ya no hay alfombra de tréboles en su jardín

Y aunque visito a diario sus rosales, siguen doloridos

 

Yo no sé mamá, si puedo llamarla sueño,

en esta alcancía de cuchillos en mi pecho.

Pero sé que debo amar mis torturas

hasta despeñarme en ellas,

y me consientan sus visitas fantasmales

a delirio que siempre se conservan vivos

 

Debemos alejar la oscuridad

unos de otros y sus palabras sin sonido

Defender cada quien su terraplén

antes de morir hacia dentro

Llevarlo donde un rayo de luz

consuma tantos sueños apagados andando por ahí

 

Tantos debe haber que se divisan

en un lejos hasta donde el ojo ya no alcanza

mas su textura amarillenta,

mamá, ya habla de mi propia ancianidad

como hablan las aristas de una catedral bizantina

cuyos signos desde el tiempo me condenan.

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