Adiós al amor de mi vida

Crónica de una tragedia cahuamera de harta tragedia amorosa y luctuosa

Cultura27 de marzo de 2023 JESÚS MARÍN

web mujer

Mi muy amada mía, mi muy querida Vicky:

Esta es la carta más difícil que he escrito en mi larga y vagabunda vida. Es una dolorosa carta donde te digo adiós. A ti, el único verdadero amor en mi vida. A ninguna mujer he amado como te amo a ti. Ni a mi madre he querido tanto como te amo a ti. 

Cómo despedirse de lo más has amado en la vida de un hombre, sin que ese adiós te destruya. Cómo dejar ir lo que nos hace vivir y soñar. A quien, noche tras noche, en los últimos veinticinco años de mi vida, iluminó las soledades y desamparos.

Mi amada Vicky, no imaginas el dolor que me causa acabar con nuestra relación de años. Con nuestro amor, amor que yo creía eterno e inmutable. Amor puro, regalo de Dios que nos une.

Me destroza finalizar con nuestras comuniones de medianoche, en desplomes por infinitos barrancos. Nunca he de olvidar las muertes que sufrimos juntos. Y los resurgimientos de hogueras y naufragios. 

Tú, amada mía, me esperabas ansiosa, fría y oscura, con la ternura del cáliz de tus besos. Con tu cuerpo que nunca me negaste, con tu sangre, alimento de mis tristezas.

Créeme, te voy a extrañar como jamás he extrañado a ninguna otra. No, no pienses por favor que te he cambiado por otra; eres el gran amor de mi vida. Lo serás hasta mi muerte. Eres mi suicidio cotidiano, muerte necesaria de cada noche para no enloquecer, para no caer en las fauces de la mediocridad o mendigar los muslos de otra.

Tú eres la única que no me ha traicionado. La única que siempre ha estado conmigo en las buenas, pero sobre todo, en las más angustiosas etapas de mi vida, brindándome el refugio de la inconsciencia. Brindándome la calidez del olvido. Cómo olvidar la forma en que te entregas, sin condiciones, ni límites, siempre con la inocencia de la primera vez. Sin las falsas piedades de las otras.

Chingao, Vicky, si eso no es amor, no sé qué lo será, pero debo dejarte ir. Debes dejarme ir. Lo nuestro ya no puede ser. No culparemos a nadie. A ningún dios. A ningún infierno.

Hemos sido traicionados por la vida. El voluble destino se ha interpuesto con su arrogancia y frivolidad. Mejor así, despedirnos sin chantaje ni lástimas. Recuérdame como lo que fui, un gran amante tuyo y un humilde acólito de tu religión.

Desde que supe que habías llegado, te he sido fiel. Te he amado y te amo con toda la sed que puedo sentir.  Por ti, he despreciado a rubias y claras. Por ti, me convertí en adorador de un solo Dios. Tú eres mi Dios, mi infierno y paraíso. Eres la única morena que ha conquistado mi corazón, mi alma. 

Eres mi chica especial, mi niña linda, mi bebita adorada, mi chica de piel morena con venas de ámbar, mi gorda amada, mi nalga fría. Te bebí hasta ahogar desdichas. Brindamos juntos hasta olvidar por qué brindábamos.

Hoy no sabré qué hacer con mis noches, sobrio e insomne. Sin tus labios, sin tu dorado y adorado líquido, refrescándome la garganta. Sin tu cuerpo redondo y frío, acariciado por mi mano.

A quién le contaré esas cosas que se dicen al derrumbar hipocresías. Y surge el triste niño que me habita. A dónde irán esas noches, cuando en la cama, abrazados, tan cerca de mi pecho, recorríamos las islas olvidadas de los griegos, los cantos malditos de Bukowski. Y en plena agonía, surgía el rostro de mi madre fallecida. Retornaba mi tierna infancia reclamada.

¡Ay Victoria!, mi pequeña niña, tú me salvaste de noches solitarias cuando no había otro camino que derrumbarse. Cuando no había otra verdad que joderse el alma. Era tomarte, libre y entregada, sin obstáculos entre mi boca y tu boca. Beberte toda, gota a gota, sintiendo el amor renacido cada vez que estábamos juntos.

Cada vez que tú y yo, únicos habitantes en mi isla, nos reuníamos a escuchar largos blues y hablar de los tiempos idos. Me escuchabas silenciosa, cuando a mitad de la feliz embriaguez, te hablaba de esa mujer que se llevó mi soledad, de esa otra que nunca he olvidado o de aquella que arrancó de un tajo mi hombría. 

Y tú, querida hermosa muchacha, me sonreías con tu fría sonrisa tan amada, luego ya desnuda, te deslizabas por mi garganta, religiosamente, inyectándome de fe, inundándome mi sangre de una paz en mi mundo desgraciado. Tus besos, mi amada Victoria, han gravitado a mi mente por oscuros caminos, sendas nunca antes pisadas por mi entendimiento. Lograbas despertar hombres que sólo he soñado que soy. Me convertías en indescriptibles sensaciones vislumbradas.

Esas noches, cuando el alma parece gritar desde muy dentro de los huesos, no las hubiera sobrevivido sin ti, acompañándome. Sabes arrullar mi melancolía y ofreces amparo carente de reclamos. 

Te lo agradezco eternamente. Hay veces que los hombres tenemos que escapar de nosotros mismos, olvidar nuestra triste condición de ángeles ciegos. Contigo Dios estuvo más cerca que en ninguna iglesia, que en ningún altar.

¡Oh Victoria!, dime cómo aprender a vivir sin ti, alejado de tu dulce amargo sabor. No sabré qué hacer con esta monótona existencia, de dioses falsos y mujeres de piedra.

Llegar cansado a mi casa y abrid la puerta, y no verte, será una nueva forma de morir. No verte, sonriéndome, invitándome al cachondeo, a tomarte, hacerte mía. A fundirnos en el más antiguo de los rituales, el de un hombre buscando el consuelo de una chica, espumosa y morena. De un hombre tras de los mil rostros de Dios. De un hombre preguntándose a mitad de su vida, si vale la pena seguir luchando.

No llores por favor, no soportaría verte llorar a ti. No tú, no llores mujer. Yo no lo haré. Habrá que ser fuertes y no buscarnos. No, no pidas explicaciones, no las hay. Uno no debe huir de la propia agonía, ni explicar el abandonar a una mujer tan bienamada. Al amor de su vida.  

Decirte, mi fiel Vicky, que tengo que dejarte porque mi cuerpo me ha traicionado, sí ese pequeño bastardo de mi hígado me ha impuesto un ultimátum: él o tú.

Te dejo y no por falta de amor, sabes bien que no. Te dejo, porque simplemente así es la vida, nos va quitando poco a poco lo que nos convierte en hombres. Nos despoja de dignidad y sueños, de nuestras mujeres y nuestras victorias. 

Hoy me toca decirte adiós, aunque en este adiós se me vaya la vida. Adiós Victoria. Mi querida y muy amada Cahuamona Victoria. Te amo mi amada cerveza ¡Dios tenga piedad de mi alma!

 

Te puede interesar

Espacio Libre México

Lo más visto
reforma web

Reforma miente

Jesús Francisco Sánchez
Nacional02 de julio de 2025

El gobierno no va a espiar a nadie, como nos espiaron a nosotros: Sheinbaum

Suscríbete al newsletter para recibir periódicamente las novedades en tu email