Cuento / 1a. parte
II
¿Adónde llevan mis luciérnagas?
-mendrugos de astro entre mis manos que hablarán de
la sed que nos mató cuando el tiempo era
apenas un sembradío de sonidos guturales-.
¡Que acaben mis suicidios y podré ser cínica sólo una vez a la semana!
Perderé miedo a la impotencia sin el rumor
urgente atado al galope de mis huellas.
Soy la protuberancia que le sobra a la vida,
el hueco que le falta a la muerte
-hasta que se unan mi cóncavo y convexo-.
Y soy este siempre de pie por todas las auroras…
Recuerdo los días que vienen acercándose con su bello rostro de lujuria.
Vivo en la fanta ciencia del ayer,
una bruma plateada ha hecho nido en la raíz de mis cabellos
-una buena razón para perdonar las preguntas-
¿Dónde terminan mis luciérnagas?
-diminutos témpanos de luz llevando anhelos a otros ideales-.
Ah, Nietzsche…
¿Nacerán al fin tus flores taciturnas?
Los escombros del mundo son pilares que sostienen el cielo
-la intención era talar espacio para alcanzar estrellas-.
Es mejor reposar en un rincón de la vida dando tregua al palpitar del miedo.
Buen dolor nos ha dejado este siglo…
y yo a medias… anclada en la tierra para no flotar.
Para llorar no completo de ojos,
y es que alguien nos escurre por dentro y los ojos se convierten en bajadas de agua.
Respondo al nombre de luz para que todo brille: y el sol es una ventosa en la piel del mundo,
apenas un disco de cobre en el centro de mi alcoba.
¡Hay que gritar!:
el silencio forma grietas en la frente.
¡Hay que gritar!
Como la ciudad,
cuando por sus arterias vocifera el viento.
¡Gritar la histeria de la eternidad!
La memoria de los deseos,
La antesala de nuestra carne,
El misterio de nuestro despojo,
El color púrpura,
El verde
El Orinoco.
Gritar para estorbarle al cielo y tumbarle estrellas
que caigan a nuestro alrededor después de tanto entredicho.
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