Cuando el único lenguaje es el corazón

Cultura 27 de febrero de 2023 Jesús Marín

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Tras dos años de no presentarme en un foro literario, mi más reciente libro de poemas “Perdonad al Dios de nuestro corazón” cantó sus versos en el silencio de una tarde de febrero, acompañado de dos entrañables amigos y colegas escritores: una de las mejores novelistas del norte y también el sur, Doña Elvia Zita Barragán, Duquesa del buen decir y del mejor pensar, mujer de las de antes, de una sola palabra, una sólida honradez y sinceridad; el segundo, que sí el primero, mejor poeta de Durango, Don Martín Guerrero, el primero en sus versos y cabalidad.

En un cálido ambiente, rodeado de familia y amigos, cobijados por el Foro Cultural del IMAC, cuya gentil atención de la escritora Liliana Salomón fue genial. Con el apoyo de la directora del Instituto Cultural, la Maestra Virginia Ruiz, Vicko, como le decimos de cariño, quienes la apreciamos.

Tuvimos lleno total. Impresionante para ser un evento literario alacranero, más de treinta personas.  A las siete y minutos dio comienzo la cuestión.

Al ser en mayoría, unos perfectos caballeros, menos yo, que soy un perro loco, se le cedió la palabra a Zita Barragán, quien habló del gusto de verme otra vez vivo –yo de seguir vivo y pataleando-, comentó de mi terrible año en la loma, del enorme cariño que nos tenemos. Habló que este libro mío, le ha gustado mucho, excepto hasta que en mitad de los casi cien poemas, vuelvo a ser yo otra vez, ese perro deslenguado y medio lépero. Balconeó mi treta de acudir a viejos poemas y traumas.

Los primeros cincuenta poemas son de factura heroica, imbatibles y nada cobardes. Los otros también, pero incluyen cahuamas, nalgas y sexo. Así mismo criticó mi apresuramiento y ansiedad, al no hacer una minuciosa revisión del texto y cometer algunos errores de dedo, una letra extraviada, una coma de más… de ahí en delante, leyó los poemas más significativos para ella, como lectora y escritora. Mi corazón, lo que resta, está con mi querida Zita.

Se cedió la palabra, al poeta y caballero en toda la extensión del término, a Don Martín Guerrero, quien en gala de su apellido, es todo un guerrero triunfante en la poesía y en la vida, el cual en función de su sapiencia en literatura y en técnica poética, dio una breve charla que anegó de gratitud y agradecimiento a este perro loco y arrojó luces en mi poética que -sin saber yo-, encendí. Quedé deslumbrado de agradecimiento y amistad por tan noble gesto. Transcribo integro el comentario, como él mismo, en su sincera modestia tuvo la gentileza de compartirme: 

PERDONAD AL DIOS DE NUESTRO CORAZÓN de Jesús Marín. 

Esta reciente entrega poética de Jesús Marín no procura una resonancia verbal de laboratorio, más propia de un litigante que de un poeta. Tampoco busca la imagen que florezca la página como un jazmín de estío. Sabemos que cada verso de Marín es un manotazo contra las formas poéticas emperifolladas y etéreas. Lo suyo es la hipérbole inobjetable de la vida, la imagen de la casa sola, la orfandad que devora, la ausencia de los padres, de dios; la soledad que pasa como un hacha pulverizando espigas.

En este sentido, el tiempo paradisíaco absoluto es la infancia. En ésta pervive la inocencia, los juegos de barrio, el heroísmo de las máscaras, el primer beso en la penumbra del cine, el prematuro despertar de una líbido que ya nunca podrá apagarse. Emerge, además, el uniforme “soberbio e invencible” del padre, las muñecas de la madre y sus bellísimos 19 años en una boda que fue “para toda la vida”. En este contexto cobra relevancia para el poeta el dios de Spinoza y, a su vez, el dios de Nietzsche, al que le ruega: “Dios mío, líbrame de ti”.

Perdonad al Dios de nuestro corazón, es un libro vinculado más con la vida que con el lenguaje. Está estructurado en 99 apartados, donde cada estancia no deja de arder. De esta manera, el fuego idealizado es el amor, el alma, la sangre, que se queman mientras transcurre la vida. “Sé fuego que no cesa”, escribe el poeta. Además, este libro contiene el texto Inventario sobre el desamparo, poema que se desarrolla en cinco actos. 

En esta obra hay también una búsqueda existencial. Un decir incisivo que no claudica. Un deseo ardiente de conservar la dignidad y la templanza del ser humano, a pesar de la calamidad. Sin embargo, para “seguir aullando desde el abismo” el autor establece -a través del hipervínculo- una red de significados que platica con otras creaciones literarias, musicales o frases históricas, la cual no es otra cosa que aves de pasaje que nos llevan a lugares distintos y enriquecen la búsqueda. Así, una imagen poética nos remite a la canción escrita por Freddie Mercury: “Somos los campeones”, de la banda de rock Queen; a “El brindis del bohemio” de Guillermo Aguirre y Fierro; a la frase atribuida a los ajusticiados por Roma; a las canciones de Pink Floyd; entre otros. De igual forma, el poema Los Amorosos, de Jaime Sabines, funciona como hipotexto del poema 99 de Jesús Marín, creándose un diálogo de significados respecto a la búsqueda del amor, “para no morirse solos,/ para morirse de amor y no/ morirse”.

El título nos presenta una aparente paradoja. Por lo general, son los dioses quienes perdonan o no al ser humano. No obstante, esta obra poética nos implica en la circunstancia de ser nosotros quienes perdonemos a Dios. Veamos los porqués. En su caso, César Vallejo plantea un resentimiento cuando dice: “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo”. Por su parte, Jesús Marín dice: “Estamos solos (…) Lo estamos al nacer. Y al morir, igual o más; (…) Dios está muerto para ti”. Sin embargo, esa soledad de dios viene a resolverse mediante el perdón cuando Marín, el ateo más creyente, escribe: “Nuestras vidas son nuestras decisiones (…) Uno es libre en la medida/ [en] que es capaz de perdonarse,/ perdonar a los otros,/ perdonar al Dios/ de nuestro corazón”.

Este libro, entonces, constituye un agradecimiento, un sentido homenaje a los que rescataron al poeta de la devastación y el sufrimiento causado por la enfermedad. Es el grito silencioso de un ser humano a quien nada pudo derrumbar. Es el canto de un guerrero que lucha cada día contra las secuelas del desastre, contra la orfandad omnipresente, mientras -frente a la ausencia de sus padres- se define a sí mismo como un sobreviviente que ha quedado “ardiendo de recuerdos”. Son poemas escritos desde el dolor más profundo, desde la herida abierta que no cicatriza, desde el hospital donde yace abandonado y maltrecho, desde los dos años de enfermedad que dejó al poeta como un “costal de pellejos” de 39 kilogramos. Son llamas que nacen desde el corazón, poemas de la resistencia que arden mientras pasa por el minutero “la dulce, eterna, luminosa poesía” (José Emilio Pacheco, 1969). De este modo, la poesía de Marín es la búsqueda del arte, la vida, el amor, la libertad, el vivir el ahora -de pie-, la pasión, el hombre imperfecto, el perdón.

Ciertamente, este no dejar de arder, de Jesús Marín, conversa con el poeta Efraín Bartolomé cuando éste dice: “He aquí que soy poeta/ y mi oficio es arder”, lo que nos indica “que la poesía no es únicamente lenguaje ni únicamente sentido, sino que es, por encima de todo, la forma perfecta y el contenido puro, la llama y la quemadura, la llaga y la sal en la herida” (Juan Domingo Argüelles, 1999).

Celebremos, pues, la poesía. Esta sublime perfección que nos arroba y compensa de las vicisitudes de la vida. Busquemos, con la fiebre metálica de un gambusino, dotar a las palabras de otros sentidos.  Celebremos, Marín, la creación de este libro y la victoria inconmensurable de tu vida.

En el poema 2 el poeta asume su propia identidad a partir de la huella que dejaron los otros. En este caso, la madre, el padre, los abuelos, la familia, entre otros. Esa huella indisoluble -plantea- es la esencia de nuestro ser, y nuestra mejor compañía:

Somos la madre que nos crio

somos el padre que nos sostuvo

somos los abuelos que nos consintieron

somos la familia a la que pertenecemos

somos las mascotas que amamos

somos las mujeres que nos amaron

somos los hijos que procreamos

somos los amigos que nos aman

somos los libros que hemos leído          

somos la música que escuchamos

somos las palabras dichas

somos la poesía vivida

¿cómo decir que nos sentimos solos?

En el poema 27 el poeta alude a la penosa devastación que significó una bacteria nociva dentro de su cuerpo. Libros, recursos, casa, obras inéditas se perdieron. Sólo quedó la orfandad, las cirugías, un derrotado camastro de hospital, y la reconstrucción dolorosamente interminable.

Quedé convertido

en terremoto de máxima magnitud

en huracán categoría cinco

ni el orgullo escapó

Me derrumbé hasta los cimientos

me derrumbé hasta la última raíz

perdí muelles, ciudades y árboles

apenas quedé piedra sobre piedra

La reconstrucción es dolorosa

levantar de nuevo mis ciudades

sembrar nuevos árboles y nubes

es lento, agotador, desesperante

Lo que me quedó intacto

son mis ganas de vivir

Don Martín termina firmando el texto, sencillo pero deslumbrante, lo que me empuja a exigirle a Don Martín que comparta sus versos y poesía al mundo. Deje su silencio y por vida de dios, y alegría de sus lectores, publique sus poemas, sus versos, de los cuales he tenido la dicha de leer y que él, humilmente se niega a publicar. Es imperativo “obligarlo” a publicarlos. En este texto se ve la gama poética, imágenes y frases, Don Martín es capaz de manejar magistralmente. Urge que sus versos den vida a la literatura duranguense y al mundo.

Ante esta apabullante y generosa narrativa sobre mi poética, solo puedo expresar mi profundo agradecimiento a Doña Elvia Barragán y a Don Martín Guerrero, a los presentes y ausentes. A la Maestra Vicko y a la escritora Liliana Salomón, por parte del IMAC. Cerré la tertulia literaria con lectura de mis versos y poemas.

Los poemas del libro “Perdonad al Dios de nuestro Corazón” les pertenecen a ustedes, quienes nunca me dejaron caer, quienes siempre me tendieron la piadosa mano, yo tendido en la lona, yo vencido de toda fe y toda esperanza. Es para mi familia, mis amigos, mis conocidos, para los hombres y mujeres de buena voluntad.

Fue su cariño, su amistad, sus oraciones, que me rescataron del abismo. Me rescataron de precipicios. Son poemas para resistir. Poemas para arder. Poemas para nunca rendirse. Poemas para no derrumbarse. Poemas para sonreír y seguir aullando. Poemas del perro loco que no se rinde. Poemas para leer brindando con una cerveza.

Les agradezco de la única manera que sé hacerlo, con mi poesía, con mis versos, con este coraje, con esta mi sonrisa, cínica y descarada, con este amor por la vida, por las mujeres, por el helado de pistache.  Cada uno de ustedes, es mi invitado especial. Cada uno de ustedes es mi hermano, mi hermana. Le agradezco en el alma y los saludo y comparto mi poesía. Compartamos los sueños, y si puede, un trago de cerveza, un trago de fe y un litro de abrazos. 

La noche se diluyó, con una rica taquiza, en compañía de familia, mis dos tíos heroicos, por soportarme y curar mis heridas, físicas y espirituales, Don Juan Marín y Doña Gloria Hernández, mecenas que me rescataron de la muerte, al igual que mi tribu Marín. Mi inteligente y hermosa tía María del Refugio Marín y mi chula prima Zayra Marín, cuyo enorme y noble corazón es evidente.

Culmina esta gloriosa noche dándole mate a nueve tacos, de conocida taquería duranguense, Los Corrales, tres de pastor, tres de asado y tres de chicharrón, chicharrón más sabroso no he probado en mis 57 años de andanzas taqueras. 

La puntilla de la faena, como gracia de Dios que no podía ni debía ser de otra manera, con una fría y cachonda cerveza bohemia. Por mi madre bohemios, qué noche la de esa noche.

 

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