La tradición de Día de Muertos: historia y cosmovisión

Cuando nos llega la muerte tratamos de entender los “por qué” que nos dejan más y más adoloridos. A todos nos llega el final, no hay remedio ante semejante acontecimiento.

De niño escuchaba la historia de un conejo que saltaba al fuego para alimentar a un Dios. Decía: “Lo único que tengo para ofrecerte es mi vida”. Quetzalcóatl al ver su entrega le dijo: “Tu valentía jamás será olvidada”. Al mismo tiempo que lo postraba en la luna como homenaje a la compasión que mostró aquel pequeño conejo.

En nuestras hermosas tradiciones mexicanas, está el día de los muertos o Día de Muertos. Este evento es un homenaje a la vida que nos entregaron nuestros seres amados, tal y como lo relata la historia de nuestra cultura. El propósito de dicha celebración es que el recuerdo de quienes amamos nunca se olvide, a través de un paseo a las memorias de nuestra gente podemos revivir una vez más.

Entre cempasúchil, papel picado, cañas, naranjas y fotografías, hacemos un altar como ofrenda a quien se nos adelantó en el camino. Aquella estructura (representación del Mictlán), es una tradición de origen prehispánico que los colonizadores españoles jamás pudieron arrancar de la raíz mexica.  

La celebración de la muerte como día festivo, es un acontecimiento que únicamente se hace en México. Es sencillamente irreal entender lo que hay detrás de las anécdotas, los chistes y las referencias a “la calaca”. Las calaveritas literarias son una composición de versos poéticos, donde la referencia más notable es que la muerte vendrá algún día. 

No es cuestión de insensibilidad, la muerte nos duele y sobrecoge, así como lo expresaría Jaime Sabines. Nos taladra profundamente en nuestra memoria. Se hacen canciones para sobrellevar la pérdida, pasamos la noche con la familia de la persona fallecida, recordamos su vida y entre risas y suspiros, los despedimos por última vez de forma física. 

El 2 de noviembre -sobre todo en el centro y sur de México- es más fuerte la tradición de velar junto al panteón, con luces y veladoras, como si se tratara de un respetuoso festival, con comida, pequeñas reuniones donde invitan la reliquia de la persona fallecida, entre tamales, flores, música, luz de velas y las voces de la gente, hacen de ese momento, el retrato perfecto de lo mágico que es México.

Tal vez a eso se refería Jaime Sabines al decir:

“Habría que tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia, con música y con agua corriente. Lo menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir”.

Todos nos vamos a morir y quizá esa es la razón de conmemorar cada año, para hacer consciente nuestra mortalidad, pero no vista desde el derrotismo, sino de alentador para iniciar proyectos, metas, nuevo trabajo o la actividad que más les plazca, este puede ser tu último día, has que valga. 

Los mexicanos somos aguerridos hasta la muerte y prueba de ello es la fotografía y la última frase de Fortino Sámano antes de ser fusilado: “Si toca morir, así es como se hace. Sonriéndole a la muerte”. En este fusilamiento en especial fue fotografiado antes de morir y después de sus palabras donde efectivamente se le puede ver sonriendo.

Espero que mi muerte me agarre en un lugar calientito, junto a la cálida piel de alguna grata compañía, donde la calma se apodere de mis huesos, en un lugar con clima perfecto, oyendo Shine on You Crazy Diamond con una cerveza muy fría. Si un día la muerte viene por mí que sea en mi lugar favorito. Que me espere el Xoloitzcuintle y me ayude a cruzar. 

En las tradiciones mexicas -y en casi todas las religiones- se habla de una transición a un plano nuevo, así sea el Nirvana, el Paraíso o Mictlán, todo nos hace creer que en algún lugar comenzó algo nuevo para mis abuelos, mis tíos, mis primos, aquellos amigos y mi tía Nena.

Con suerte nos volveremos a encontrar. / ESPACIO LIBRE