La Casa Lobo

Propuesta cinematográfica que rompe el molde cotidiano

Cultura 14 de mayo de 2024 YOUSSEF MANARA

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Las propuestas que van a contracorriente o que rompen el molde cotidiano, en otros tiempos se perdían ante el poco foro o la nula difusión, presas de una incipiente escena artística, sobre todo en países latinoamericanos, donde la poca oferta artística de calidad estaba supeditada a censuras por parte de gobiernos autoritarios que solo daban luz verde a propaganda. 

Esos tiempos los vemos cada vez más rezagados, a la distancia temporal, señal de una saludable pero aún en pañales libertad de expresión y de arte más si se trata de trabajos como La Casa Lobo, donde aunque crípticamente, abordan aspectos que siguen siendo controvertidos, en este caso particular, para la sociedad chilena.

Tener noción de su contexto histórico es indispensable para dimensionar y comprender mejor los temas que encierra su potente dirección artística, que es el diferencial que la separa de otros esfuerzos parecidos. 

El comienzo de la cinta nos confronta con el descubrimiento de un trabajo de cine propagandístico (ficticio) de una secta que se instaló en Chile a principios de 1960, fundada por alemanes, que acarraban herencia e ideología nazi entre sus integrantes y que supuestamente fueron presos en campos de concentración rusa después del conflicto bélico, el nombre de la colonia era Dignidad.

Llegaron a Chile en calidad de refugiados pretendiendo ayudar a personas en una ciudad llamada Valdivia, que había sufrido en terremoto, la realidad era mucho más siniestra. Muchos estaban huyendo de la autoridad, su líder Paul Schäfer tenía un par de acusaciones por pedofilia en su contra. Esta figura continuaría con sus acciones perversas en Sudamérica, amparado bajo el manto de Pinochet, quien permitió la existencia y proliferación de dicha colonia. Bajo la autoridad laxa, al gurú de la secta le proveían de niños para perpetrar toda clase de aberraciones, además, sus instalaciones eran empleadas para torturas con fines políticos para el régimen dictatorial.

Tras estos antecedentes ahora toca extenderse sobre lo relevante, la configuración del debut de Joaquín Cociña y Cristóbal León, directores en tandem de La Casa Lobo, que eligieron el stop motion para evidenciar el horror verdadero que se respiraba en la colonia Dignidad. Mediante un supuesto metraje encontrado sale a la luz la historia de María, una joven desobediente y nada sumisa que se refugia en una cabaña en el bosque luego de dejar escapar a dos cerdos, al huir de los confines de la colonia. 

Lo que primero era un refugio, luego mutará en una prisión en la que tendrá lugar un resquebrajamiento psicológico y un descenso a la locura, en la que los cerdos toman forma humana y la cabaña adquiere vida propia en lo que se podría describir en una pesadilla febril de María. La casa y el estado psíquico de María se derrumban en paralelo, evidenciando una fuerte conexión entre ambos, y como si fuera otro personaje, la estructura toma vida y sus paredes, como si fueran lienzos, empiezan a conjugar su propio lenguaje y símbolos, que seguramente son un código que puede ser extrapolado a una idea concisa pero que ya es trabajo del espectador darle un sentido, evidenciando un significado secretivo que puede ser descifrado. 

La característica más evidente de este esfuerzo es su presentación y el medio utilizado. Recurriendo al tradicional stop motion, que muchos relegan solo a recurso, en la que se toman miles de fotografías y son puestas una tras otra para simular movimiento, lo que ya de por sí es un trabajo extenuante. Una técnica que es generalmente asociada con cuentos infantiles aquí ha sido redireccionada para algo de una extrañeza bastante inusual y contemplativa; aquí los creadores fueron más allá, elevándolo a la categoría de naturaleza totalmente artesanal, empleando papel maché, cinta adhesiva, cartón, pegamento, pintura sucia y palos dieron vida a un mundo de pesadilla, que es un refuerzo gráfico del declive emocional de la protagonista, logrando transmitir la sensación de estar en medio de la suciedad y la podredumbre. 

A lo anterior se une la agobiante claustrofobia que es potenciada por un gran manejo del lente, con una fotografía que transmite muy bien el delirio que se vive en los confines tanto mentales como físicos, todo lo anterior encapsulado en una ilusión de un plano secuencial, claro que tiene cortes, pero los cineastas lograron muy bien este efecto imprimiéndole esta sensación que, más que ver una película, estamos presenciando cómo algo orgánico se descompone y se pudre, sin "parpadeos" de por medio que nos den un respiro. 

La dinámica de la narrativa fue tomada de forma libre del clásico cuento de ‘Los tres cerditos y el lobo feroz’, pero distorsionado a niveles casi irreconocibles y oscuros; todo vestigio de la infancia y confort es descartado en favor de un significado funesto, que en su significado más general queda libre para que el espectador lo interprete como mejor le dicten sus sentidos. Más si se toma en cuenta que la dupla de directores se basó en el legado pernicioso de Paul Schäfer y su secta. 

La fábula de cuento de hadas es usada pues como templete a partir de la idea de que a Schäfer le apodaban "El lobo", haciendo un paralelismo con el personaje de ‘Los tres cerditos’, planteando un contraste entre la inocencia y el trasfondo siniestro que tienen en su versión original. En la película, la imagen amenazante del exterior muta a una extraña voz que sería la del lobo en una que va dialogando con María.

María y el lobo son los únicos personajes que tienen voz en esta historia y hay que señalar que complementan muy bien las pretensiones de la película. La protagonista posee un marcado acento alemán que adorna su voz tenue y delicada, con la que transita entre varios idiomas, potenciando aún más el colapso de su psique, al ser vencida por su fantasía. La voz del lobo se manifiesta como la de un anciano de voz rasposa y monótona que trata de seducir a María para que vuelva al refugio de la colonia, en lo que es un duelo dialéctico que a medida que avanza la película se torna más anárquico.

El espectador se encontrará entonces con un trabajo en las antípodas de lo que se está acostumbrado a ver con esta técnica, empleada más como un recurso que el fin en sí mismo de las propuestas que eligen este método para contar sus historias. Los directores chilenos Cociña y León han logrado darle confección a un trabajo muy auténtico, que en ocasiones pide mucho de la audiencia que en su opacidad se niega a revelar sus secretos, pero que es señal también que la respetan, sin entregar todo pre digerido y confiando en quienes decidan prestar atención durante los 75 minutos de duración. 

Es un debut muy singular y alegórico, que demuestra que aún hay trabajos no resolutivos arriesgados en este medio.

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