Cuento / 1a. parte
Cada cierto tiempo se lee y escucha por ahí alguna opinión incendiaria, propuesta como un hecho irreductible, que el cine no es arte o que como mínimo es el menos valioso, que es un producto por y para el entretenimiento de las masas, o que quienes lo consumen (también osan reducir a la audiencia a "consumidores") solo buscan una distracción de sus miserables y grises vidas.
Se formulan debates estériles y superfluos que si el cine es para el público en general o para los entendidos, según también a quien se le pregunte, generalmente algún snob diría que los no iniciados no tienen cabida.
Si me atengo al 80% (o quizá más) del cine que es producido, entonces podría afirmar también que el cine no es arte, de la misma forma que si aplico el parámetro a la música en más o menos la misma proporción (usando una percepción subjetiva en ambos casos).
Llegar a una conclusión en esta época sería prácticamente imposible, con toda la polarización hasta del tema más insulso posible.
Para los defensores del cine como arte, de vez en cuando alguien manifiesta que el cine más artístico debería incluso estar en las salas de museo o en algún tipo de preservación audiovisual similar a la exposición de museos, pero luego llegué a una conclusión: cuando he visitado museos, en especial que tuve la oportunidad de ir al Pompidou (y que estaba a rebosar), cientos -si no es que miles de personas-, haciendo filas irregulares por todos lados, pasando de sala en sala, se detenían a otear las diferentes obras y cuadros durante pocos segundos y enseguida se pasaban al siguiente, fue entonces que durante varios minutos, me puse a observar a la gente en lugar de las obras. No estaban acudiendo a ver arte; seguro le podía preguntar a alguno después del trayecto por alguna obra, pintor o algo en concreto y me nombrarían algunos, pero más me parecía que era como un paseo por un parque, no una verdadera contemplación.
Extrapolo eso al cine y la mayoría de los espectadores "ven nada", al igual que los asistentes al museo, la diferencia sustancial es que el que decide ver una película "es detenido" durante un promedio de dos horas para "apreciar", en lugar de los dos minutos que pueden tardar en observar una pintura o una escultura, y mucho de esos que "no ven nada", son los mismos que solo demandan y exigen ser "entretenidos" en lugar de confrontados.
El cine de verdadero autor es escaso, porque la gente se acostumbró al cine como producto y es en base a esta métrica con la que juzgan prácticamente todo el espectro del ejercicio cinematográfico, que según ellos es solo la del entretenimiento.
Yo sostendría que el cine no es arte cuando la mezquindad, la cobardía, la tendencia automasturbatoria, onanista, se apoderan de éste, que es cuando solo buscan complacer a los espectadores en su comodidad y su gratificación, cuando el cine es manoseado como una prostituta en algún cabaret, sino, el actor, el supuesto cineasta se queda sin trabajo, porque el cine es caro, ni las nuevas tecnologías cada vez más accesibles lo han democratizado tanto como se cree, aunque hay sus muy honrosas y excelentes excepciones.
Pero luego está el tema no solo de la creación y producción, sino su distribución y subsecuente exhibición, peleando por un foro. Y cuando por fin aparece un cineasta que hace el cine que él quiere hacer, que nace de su interior genuino, exponiéndose casi al vituperio, que crea lo que le pide el cuerpo y mente no el que le exigen, en su mayoría tiene como observadores precisamente a quienes no quieren ser confrontados, que siguen esperando un escape solo de su aburrimiento y su existencia opaca. Estos pocos cineastas están tratando básicamente de describirle a un ciego un arco iris.
Debo dejar claro que tampoco estoy en contra del cine dedicado a divertir, el denominado comercial, palomero y distractor, yo mismo lo disfruto cuando lo amerita siempre y cuando no sea sujeto de componendas. Tampoco tengo nada en contra quienes prefieren el estilo tradicional, con excesiva exposición, explicativos, a veces derivativo, que no juega con su narrativa o con la presentación, que lo ven como el único válido, el estructurado, y que atacan o menosprecian al más arriesgado, contemplativo o postestructuralista, tildándolo de aburrido o pretencioso.
El caso es que el primero, el cine palomero es el que vende, el que da de comer a toda una industria (y en algunos casos da de comer muy bien hasta en México), este cine gana y por goleada, no hay ni comparación en lo que genera y mueve de emolumentos, es un trasunto claro de la situación actual y venidera.
Y cuando algunos llegamos a proclamar (a lo mejor altivamente si se quiere) que el único cine que puede ser considerado arte es el anticomercial, el que transgrede, el que deja más preguntas que respuestas, el que no apela a las buenas consciencias ni a la propaganda, algunos se sienten indignados o señalados, por seguir alimentando el monstruo de la industria que los reduce a pobres consumidores a quienes les dicen: "No hagas preguntas, solo consume y espera el próximo producto". Estos mismos son los que sostienen: "Como te atreves a defender un cine aburrido que cuestione nuestros bien amados (y armados) principios estéticos salidos de libro de texto estadounidense".
Esta es una conversación de dos bandos que hablan idiomas diferentes. Algunos sostenemos que el cine comercial no es arte, lo cual es tan obvio y evidente que es casi un axioma, pero luego otro bando férreamente alega que el cine es primordialmente para entretener y divertir, por lo que NO debe ser arte. Llegamos a la misma conclusión pero por diferente bifurcación.
Es precisamente en defensa de Belá Tarr -por citar algún nombre-, que uno seguirá en defensa de ese cine que no busca divertir, sino simplemente contemplar la belleza de una idea materializada, que busca alterar otra cara de nuestros sentidos, alejados de la estridencia. Cito a Satantango del mismo Tarr, que dura más de 7 horas, pero así que digamos entretener... entre poco y nada.
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