Cuento / 1a. parte
Me encontraba en un pequeño rincón de mi habitación, contraído. Sin remedio alguno, me dolía el estómago y el ruido de mis tripas me hacía estremecer, trataba de recostarme y dormir para poder estar en paz y no sentir el hambre que me acechaba en todo momento, me atemorizaba el hambre tan grande que sentía.
Podía creer que mi estómago se comía a sí mismo y -para terminar, aún peor- me habían convertido en un desempleado hace unos cuantos días, no tenía nada en mi bolso para salir a comprar aunque sea un mísero pan, me trataba de tranquilizar una y otra vez, pero era inútil, no resultaba, por más que trataba, el hambre no me dejaba de susurrar.
Mi mente trataba, pero mi ser deseaba y gritaba con todas sus fuerzas, logré sobrevivir esa oscura y tardía noche, pero no fue hasta el día siguiente que desperté de la siesta que mi hambre era tres veces peor; la sed no se diga, era aún peor que el hambre, salí a caminar, pues no había más remedio que tratar de olvidar con el aire libre y con la gente que pasaba por la plaza que se encontraba enfrente de la casa que rentaba.
Vi a muchos pasar, pero me llamó la atención en especial un viejo mezquino que todos sabían que tenía una vieja fonda que atendía solo para no estar encerrado en su casa, sin nada que hacer, pero era horrible cómo trataba a los demás, los ignoraba y no saludaba. Por mi mente pasó en pedirle un plato de comida, así fue lo que hice, lo seguí hasta su fonda donde me presenté y le expliqué mi situación y lo que necesitaba, pero entonces él solo me vio y sonrió, me hizo entender que no con su cabeza, tomó un plato que alguien dejó, me miró y me dijo: –Prefiero que se lo coma un perro a que un mísero limosnero como tú-, mientras tiraba el plato de sobras justo enfrente de mí, entonces di la vuelta y regresé a mi casa.
Una vez ahí el enojo y el hambre me seguían invadiendo, pasaban por mis pensamientos que me aterrorizaban, pero a la vez sentía una necesidad por hacerlos, entonces pasó mi instinto más animal me cubrió y decidí a hacerlo, tomé un afilado cuchillo de mi cocina, me dirigí a la fonda con el viejo, me observó y me dijo que me fuera, riéndose de mí.
Pero de un momento a otro estaba encima de él, atacándolo, corté su cuello y dejé derramar su sangre, después de ese frenesí tomé toda la comida que pude, cuando volví en mí supe todo lo que había hecho, me arrepentía, sentía asco de mí y mis extremidades se congelaron, caí de rodillas y miraba fijamente, una y otra vez.
Vaya que me atemoricé de lo que me había convertido, pero yo sé que no era así, yo sé que no es un crimen, sino necesidad, esperaba solo poder estar en paz, pero de mi cabeza no salía esa idea de quién en realidad soy, corrí de la fonda y me dirigí hacia mi casa, en la noche no podía cerrar los ojos pues esa imagen llegaba a mí.
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