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Propuesta cinematográfica que rompe el molde cotidiano
Hoy vino a verme el que no fui, Aquel otro... José Emilio Pacheco, fragmento de Aquel otro
Cultura 23 de enero de 2024 CARLOS YESCAS ALVARADOEn una de esas extrañas coincidencias que tiene la vida, justo en el momento en el que leía el verso:
El que se va no vuelve aunque regrese
Que es el cierre del poema Aquel otro, de José Emilio Pacheco, su hija Laura Emilia anunciaba la muerte de uno de esos últimos hombres dedicados a las letras en cuerpo y alma, y a los que todo lo que escriben les sale bien, aunque esto último no es una casualidad como la conjunción de su verso y la noticia de su partida, sino un acto de fe llevado al límite. Tal vez el apodo de “El Padrecito” que le pusieron algunos de sus amigos a José Emilio, tenía más que ver con esta fe profunda en la palabra, que en su vestimenta negra y su solemnidad, como una especie de Johnny Cash de la literatura mexicana.
Quiero decir que este tipo de seres no son casualidad y en mucho tiene que ver la conexión con otros de igual fe. José Emilio hereda la crónica de Salvador Novo, porque, ¿qué otra cosa es Las batallas en el desierto sino un canto a su ciudad bajo el pretexto de una entrañable historia adolescente?
De Juan José Arreola hereda la infinita capacidad de ser un provocador, un juglar del día a día, de la historia, a través de su Inventario, que por décadas fue un contrapeso a tanta y tanta nota de espectáculos que todavía nos tratan de vender como la sección cultural, o incluso de arte, en infinidad de medios.
Hay una anécdota que retrata esta fe en José Emilio, y que recuerda al poema El peatón, de Jaime Sabines. En una ocasión le preguntaron a la mujer que tenía años en el servicio doméstico en casa de los Pacheco, a qué se dedicaba Cristina. Conocida y respetada por su andar en la televisión, la mujer no dudó en decir que era muy trabajadora, con su programa, sus entrevistas y demás. Cuando le preguntaron sobre José Emilio, dijo que ella suponía que no trabajaba porque se pasaba horas encerrado en su estudio y sólo se dedicaba a leer y a escribir.
En alguna ocasión tuve oportunidad de saludar a Cristina Pacheco y me dijo que de alguna manera José Emilio sigue aquí, entre la ciudad y las historias, en la crítica y las posibilidades del poema. Le creo, porque lo he encontrado en alguna repetición del Castillo de la pureza; en el “Oye, Carlos…” de Café Tacuba; en la inmensidad tan íntima de la Ciudad de México.
También creo que hay versos tan definitivos como una muerte que aparece por casualidad para demostrarnos que hay seres que no tienen que regresar, porque no se van, y eso nos hace mantener la fe.
Seguimos converseando.
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