
Cuento corto
Estoy en blanco, en blanco escribo.
Pero le dediqué un par de versos antes, a tu piel. ¡Pálida es, con aromas frescos, cítricos! Con un toque durazno. Si la toco con mis manos frías, los poros se excitan, se cobijan ruborizados por mi atrevimiento que ya causó un estruendo en tu pecho.
A tus luceros otoñales. Que buscaron en mis cuencas, en mis huesos, en mis arterias, la esencia extraviada que vuelve hombre al más hombre de los hombres.
Tu voz. Que recita mi nombre a manera de poema. Le da sentido, vida. Por ello corrí a tus brazos cuando hablabas esa lengua.
Tu melena. ¡No hay rizo más hermoso que el que cuelga de cada cabello que besa tu frente!, que pasa por tus mejillas. Que acariciaba con mis dedos...
Estoy en pensando en ti, en aquel invierno, en las brasas que dejamos. En la luna. ¡Qué maravilloso, cruel, melancólico y apasionado recuerdo!
Solo eso, un recuerdo. Y nada más.
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