A Penélope, donde quiera que estés

Cultura09 de octubre de 2023 JESÚS MARÍN

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Es mentira que te extrañe. Mentira que pase las noches en el desvelo y la tristeza de los desahuciados, mirando esa fotografía tuya, donde tu inocencia, es mi mundo. Mentira que mis madrugadas transcurran con la mirada extraviada de hastíos, con los infinitos ojos de tu recuerdo.

Mienten, quienes afirman que me han visto por las calles, repitiendo tu nombre, lanzando botellas al mar desde la isla de mi tullidez. Buscándote en los huecos de los muelles, en cantos de sirenas. Mentira que lloré ante la tumba del olvido. Nunca te he olvidado.

Necesito aclarar que las siete, ocho, nueve o qué sé yo, botellas de vino que bebo cada noche, de manera mística, sin faltar a tal obligación litúrgica, son por ti, Penélope, como remedio para sofocar la desesperación en mi pecho, tu negativa a inyectarme de vida y esperanza. 

El consumo de estas garrafas de vino, amargo y oscuro, son para embriagar todo resentimiento y toda rabia, por tu abandono. Y esas luces que se ven por las madrugadas, son incendiarias veladoras a la incertidumbre de tu retorno.

Mis manos, sin tu cuerpo, carecen del refugio de tu santidad. Mi boca arde por los labios de tu vientre, ¡oh!, amada Penélope, agonizo al no morderte los hombros, ni besar tus pequeños pies.

La oscuridad es mayor dentro de mí, no habrá luz que alumbre el vacío que provocas en mí. Agonizante de ti, arañando los recuerdos rescatados de nuestro naufragio.

Muerto sin ti, en este océano de tinieblas y filos de muerte. El rumor de mi muerte es cierto. Muerto en el momento en que tus muslos se cerraron para mí y clausuraste la suavidad de tus playas. Muerto en el preciso momento en que te vi partir, lejos de mis caricias. 

Acepto estar muerto. Muerto. Con la muerte de los olvidados. Muerto con la muerte más cruel que una mujer condena a un hombre. Muerte de olvido. Muerte de indiferencia. Muerte de no verte. Muerte de no escuchar mi nombre en tus labios. Muerte provocada al mutilar de tu cuerpo, las huellas de mis manos y las cicatrices de mis besos. Penélope, muerto por abandonarme en este mundo, sin el calor de tu ternura. No sé vivir sin tu ternura. No sé vivir sin ti. No sé vivir sin acurrucarme en tu seno. No sé vivir sin las blancas palomas de tus hombros, floreciendo en mis labios.  

Me es imposible concebir el mundo sin el sabor de tus pezones, cuyas puntas herían el paladar de mi lengua. Soy incapaz de creer, sin la inconsciencia de tu ombligo. Tu hermoso ombligo de veinteañera, mi amada Penélope.

He escrito tu nombre en las alas de las golondrinas, con el anhelo de que te lo lleven. Tu nombre aparece cada mañana en las rocas de esta isla que soy, como mudo testigo que te sigo amando. Como mudo testigo que me dueles.

No niego mi reciente afiliación a la escuela clásica de la tristeza, cuyos sacrificios exigen, la visita a los cementerios en noches de luna, sollozar bajo las tormentas de octubre. Ir a las estaciones de autobuses en espera de que nunca llegarás. Y encender luciérnagas para que encuentres el camino a mi isla.

Es inútil negarlo, mis travesías ulisescas son para encontrar tu cíclope vientre y tu circense boca. Mis solitarias caminatas por la orilla de mi isla, es para preguntarle al viento si te ha visto. Dejarte cartas en los huecos de los árboles. Y suplicar la complicidad de las mariposas para que me avisen, si tú apareces, Penélope.

Un favor te pido: vuelve lo más pronto posible. Ven, te lo suplico, ten piedad de tu Ulises tullido. De tu Ulises subyugado.

Ven a poblar de azucenas mi corazón. Ven Penélope, a dar fe y caridad a este tu guerrero vencido, que no es nadie sin tu ternura, sin la caricia de tus manos en mi rostro. Ven a rescatar a este náufrago convertido en paria. Convertido en un Hades quebrado por la enfermedad y la tullidez. Ten misericordia, ¡oh! Penélope.

 

II

 

Soy un hombre que pasó los últimos tres años de su vida, en la prisión de un hospital, olvidado de amigos y familia. Olvidado de dioses y demonios. Olvidado de la esperanza.

El pensar en ti, Penélope, en nuestros años; la primera vez que te besé, la vez que bailamos Loved tender, con Elvis. En ese beso que desataba nuestras pasiones, las formas de amarnos, bizarras y locas, me sostenían.

Ahora, en mi isla, con mis naves encalladas, mis armas hundidas en el fondo del mar, escucho el fragor de la vida a lo lejos, escucho el canto de las ballenas, lejos, lejísimo. Enciendo cada mañana, fogatas en mis playas, con la esperanza de ver tu retorno.

Rezo a todos los dioses y me encomiendo a todas las religiones, con fe, que conmoverán a tu corazón y nacerá la piedad en ti.

No me olvides, mi amada Penélope, te lo suplico. Eres lo único que ya tengo en esta vida. Perdí ejércitos y fortunas, naves y dioses. No soy nadie ni nada. Hazme renacer, rescata la poca hombría que aún no me queda.

Sé que no tengo que ofrecerte, Penélope. Solo este amor desbordado por ti. Sé que no te merezco, pero heme aquí, pidiéndote que hinches de amor mis venas, que seas mi mujer y mi altar, mi gloria y resurrección.

Sin ti, no soy hombre ni nada. Penélope, te sigo amando como ese día, ya hace siglos, en que te vi por vez primera, en los mercados de Itaca. Te amo, mi Penélope, sembradora de esperanzas. Tejedora de sueños.

 

III

 

Un hombre tarda años, si tiene esa suerte, en comprender que solamente existe una única mujer en su corazón. Si es tocado por los dioses, conocerá a esa única mujer, capaz de convertirlo en Dios, capaz de convertirlo en un hombre.

Esa única mujer que te dobla las corvas al pronunciar tu nombre. Esa única mujer que por un beso, un beso de su boca, le perdonas sus desaires, le perdonas sus abandonos, le perdonas su indolencia en responderte.

Por esa única mujer olvidas toda ofensa de Dios, toda maldad, cuando tus brazos rodean su cintura. Por esa única mujer, cuya tibieza de su alma te hace rugir el corazón.

Esa única mujer, por la cual renuncias a tu orgullo. Renuncias a tu soberbia de macho. Por esa única hermosa mujer, estoicamente sufres en silencio, mientras ella, tu Penélope, no arribe a la isla de tu tullidez.

Bendito el hombre que ha encontrado a esa única mujer, su mujer, y la ama, desbordado de amor. Te amo Penélope... Tú eres esa única hermosa mujer. Y nunca habrá otra más, nunca la hubo, hoy después de trece años, naufragante de muertes, lo he comprendido…mi hermosa y amada, única mujer…

 

IV

 

Has regresado a mi vida, mi dulce Penélope. Contigo, las antiguas golondrinas, han vuelto a repetir nuestros nombres y bendecir nuestro amor. Has regresado, mi dulce Penélope, después de trece fatídicos años de crueles ausencias.

Trece años de sequías y páramos. De gritar tu nombre en los desiertos y buscarte en las olas del mar. Has regresado a mí, hermosa y noble señora, más mujer, igual de pura e inocente.

Yo, tu Ulises derrumbado, en ruinas de alma y cuerpo, herido de muerte y olvidos, masacrado de tullidez, he regresado de entre los muertos, con tu amor.

De nuevo, incendiado de vida, desbordado de amor. Te he vuelto a besar. Hemos renacido, con el mismo amor, con el mismo corazón. Espero por ti, mi dulce Penélope…

 

V

 

¿Esperas que una mujer venga a salvarte? Bendita inocencia de hombre. ¿Buscas renacer en su vientre? Ser libre como cuando pensabas que lo eras cuando aún no incendiabas las naves y la sangre fluía caliente. Cuando podías abrazar a tu madre. Cada vez el mundo es jodidamente más lejano. Cada vez estamos más solos. Y las mujeres igual de solas que tú, igual de perras que nosotros: perros ciegos dando mordiscos a la nada. Nadie está a salvo en ninguna parte. Somos ninguna parte.

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