El amo y señor del pepino

El amor no conoce fronteras. Ni respeta frutas.

Cultura 19 de septiembre de 2023 JESÚS MARÍN

web pepino

A finales de los ochenta, estudio ingeniería industrial eléctrica en el tecno de Durango, cuando todavía era de prestigio, antes de convertirse en refugio de aquellos que ya no podían pagar el Tec de Monterrey.

La verdad, a mí no me gusta estudiar. Siempre me atengo a mi buena suerte. A mi intuición. Estudias ingeniería, cabrón, o te parto tu pinche madre, hijo de tal por cual, o te me vas a chingarle en lo que halles, aquí no mantenemos huevones, eh pendejito, me amenaza mi santa madre que por su lenguaje parece más oriunda de Mazatlán que de estas tierras de mochez. 

Me la paso en la alberca. Entrenando fút americano. En las canchas tirando la pica de básquet. Con recesos para ir a desayunar mis dos tortas de frijol salchicha con el chato Planchú. A veces por descuido entro a una que otra clase.

Uno salva el semestre estudiando a madres los dos últimos meses. El truco es aprobar las unidades suficientes para tener el derecho a exámenes de nivelación. Los primeros cuatro meses langareando de lo lindo. Aireando las ideas en las gradas del estadio del Tecno. Mirando las nalgas de las chicas en Viborama.

En aquella época, el tecno aceptaba cualquier clase de bichos, locales y extranjeros. Cada semestre los bárbaros salvajes de la pequeña provincia de Mazatlán nos invaden en hordas incivilizadas.

Oliendo a mar y a camarón. Nos torturan con su música de banda y tambora a volumen de te voy a chingar los oídos. 

Lloriqueando cual morritas, porque en Duraguango (así nos dicen estos primitivos seres) no venden cerveza Pacífico, de la que hablan maravillas, elixir mágico contra todo mal, magnífico reconstituyente del ánimo.

Años después, ya enfilado en mi alcoholismo, la probé, nomás para comprobar los dichos de la raza mazatleca. Una verdadera porquería. Yo nomás Victoria hasta la muerte, camaradas.

Tratan de civilizarnos dentro de su barbarie: digan puchita no panocha. Se dice torcido, no pan de agua. Es plebe, no muchacho. Aprendemos su antigua y arcaica lengua, donde cada dos palabras intercalan un “chinga a tu madre” o un “vete a la verga”. 

De su lenguaje torvo aprendemos nuevas groserías y palabras que ni sabíamos que existían o se podían pronunciar. Con sus rituales tribales, sus escandalosas bermudas de amarillo chillón combinadas con un verde fosforescente chinga pupilas, y sus infaltables guaraches playeros, que ellos pomposamente llaman sandalias. 

Alborotan al gallinero técnico con sus alaridos primitivos, a pulmón abierto como si anduvieran por el malecón y el oleaje, no los no dejará escuchar sus berridos en plena biblioteca “el hijo de tu reputa madre” resuena entre los estantes de los libros de ingeniería, el “estás pero bien pendejo”, en una perfecta entonación costeña, destrozan la callada, tranquila monotonía, de la provinciana y recatada vida duranguense.  

Ese semestre pasó a los anales de la historia guindiblanca como el indecente semestre de “el año del amo y señor del pepino”.

Hasta la fecha se discute, si fue una historia real y verdadera de verdad cierta. O es una leyenda urbana de espanto y asco. Incapaz de creer que un ser humano llegue a tales extremos de perversión. El Marqués Sade a su lado, es un pendejito ñoño.

El amo y señor del pepino, resultó ser quien menos lo esperábamos. Una sorpresa para el universo técnico. Ni la mente más calenturienta pudo imaginar la aberración y degradación, que se nos venía encima. Tan modosito y recatado que se miraba el morro.

La mayoría de la raza, nos las pasábamos en la hueva, echando desmadre. Practicando el deporte más socorrido en el Tec: viborear cuanto ser vivo se moviera, cagando a quien se dejara cagar. 

Deleitándonos con los culos de nuestras compañeras, que pese a andar en fachas, con ojeras, desveladas y sin maquillaje, no dejan de ser nalgas, alimento y carne sagrada para la lascivia varonil estudiantil.

Recuerdo a una mazatleca que le decíamos la camaroncito. Le quitas la cabeza y todo lo demás es riquísimo.

Nos las vivimos en Viborama, centro ceremonial y ancestral, corazón del fuego sagrado de nuestro amado ITD. Miles de almas, por generaciones, desde su fundación, allá por los años cincuenta, han dejado la cizaña y el chisme, como herencia de nuestros antepasados.

Viborama es el centro de reunión social y del chismorrear. Lugar donde se destroza reputaciones, nacen leyendas y mitos. Se intercambian acordeones y exámenes viejos. Algunos maestros siguen aplicado el mismo examen desde hace cientos de semestres. Todas las especialidades y semestres, toda la fauna y mitologías del Tec acuden al templo del Viborama.

 

El amo y señor del pepino resulta ser Juanito. Un mazatleco atípico. Un mazatleco que parece suizo o extraterrestre, por educado y generoso. Por honrado y acomedido. No dice groserías, ni un pinche plebe dice. 

No usa sandalias, ni playeras chillonas y short ridículos. No pistea Pacífico, mucho menos escucha a la Banda del Recodo. Él es puro Mozart y de ahí en delante. Se baña todos los días. Viste suéteres tipo César Costa, con corbatita o moño. Lentes cuadrados, enormes. Un bigotito a la Mauricio Garcés. Boina de pana de abuelito calvo.

El morro es estudioso hasta el espanto. Becado toda la carrera por su promedio de diez. Chingaos, un muchacho decente y alma de Dios, se le mire por donde se le mire. Al cabrón nomás le falta un grado para ser santificado. Quizá por ello, a todos nos sorprendió tanta maldad y depravación. Los pinches mustios son lo peor, decía mi amá.

Juanito es compañero mío en eléctrica. Apreciado y respetado, antes de su brutal descenso a los infiernos dantescos. Es miembro de nuestra palomilla del Guarus, el Fabricio, que siempre andaba queriéndose encuerar con cualquier pretexto, el nacho u oso babas, el animal, el cabrón, igualito al animal de los Muppets, se los juro. 

 

El tragedión se gesta en la puerta principal del tecno, por calle negrete. El truculento melodrama que cimbra la moral y las buenas costumbres, de la inmaculada comunidad técnica, temerosa de Dios, ocurre un lunes por la mañanita.

El Juanito se topa con un paisano sinaloense. Un culichi de Culiacán. Tras el ritual saludo ritual entre sinaloenses, inicia el drama dramático ¿Y esa cara de felicidad, Juanito? 

Acabo de hacer el amor hoy, tempranito, antes de venirme a la escuela. No mamen wey, si alguien es pinche virgen entre los vírgenes, es el Juan, orgullo de Eléctrica. 

Entre la raza sospechamos que nunca se la jala. Inmaculado sin puñeteársela cada tres minutos como nosotros, los seres normales.

El culichi abre tamaña bocota, donde hubiera cabido el océano Pacífico, con el mar de Cortés incluido, del puro asombro asombrado. 

¡Pinche Juanito!, cuenta carnalito ¿Quién fue la puchita, la morrita que te dio las nalgas? En ese tiempo las morras no cochaban sin iglesia y papelito del registro civil, de por medio. O pendejamente así lo creíamos.

Prométeme que a nadie le vas a contar, pirata, le decimos pirata al culichi, porque neta, el wey estaba bien piratón, de cara y mente, pirado, loco pues. 

Te juro que seré una tumba, hermanito. Por mi santa madre, antes me matan que soltar la megambrea que me cuentes.

Hoy me levanté jarioso, con la leche en la punta. ¿Qué hago Dios mío?, quítame estos pecaminosos pensamientos. A sus veinte años Juanito es casto, monje y asceta, no por gusto, sino porque ninguna morra lo pela. Ser demasiado decente provoca sospechas. Y sin ningún vicio, y siendo mazatleco, pos más.

Las morritas nomás lo buscaban para que les hiciera la tarea. Las ayudara a pasar los exámenes. Juanito se conformaba con olerlas, tenerlas cerquita.

Lo más pecaminoso de lo que se le puede acusar, fue pedirle a la Fanny, una flaca de Bioquímica, que cerrara los ojos, confiada que Juanito es inofensivo, cerró los ojos, y este gandalla degenerado, le planta en beso en plena mejilla. Es un escándalo, la flaca casi lo acusa de violación.

Tú sabes pirata, que pos yo no me la jalo. Por mis principios de decencia.  Por miedo me salgan pelos en la palma de la mano o me quede ciego y loco. 

Así que voy al refrigerador, lo abro. Meto el miembro erecto, mis tres centímetros a vela alzada, al gélido frío. No bajan ni retroceden. Firmes como asta de bandera.

Entonces lo descubro, entre la leche y verduras. Veo al pepino. El pepino más hermoso que he visto en mi vida. Es amor a primera vista. Pepino fresco, duro, grueso y sexi. De un verde sensual. La clase de pepino que todo amante anhela y desea.

La baba se le escurre al recordar a su amado pepino. Lo cogí con una dulzura y delicadeza que no me sabía capaz de sentir. Es la ternura del amor verdadero. Sentí su tierna aspereza, su verdor maravilloso. 

Delicadamente lo desfloré de la puntita con un cuchillo. Juanito no evita un gemido de placer. Le corté un extremo y amorosamente lo vacié de semillas, creando un túnel de amor húmedo y fresco.  

Lo limpié de semillas y sucias entrañas. Comunión única, entre el pepino y yo. Dos seres destinados a amarse por las estrellas.

¡Aaaaahh! Lentamente, sin prisas, con el cariño de la primera vez. Se la meto centímetro a centímetro. Lo penetro haciéndolo mío, tan dentro como alcanzan mis tres centímetros. 

Adán descubriendo a su Eva. Con la caballerosidad de un verdadero hombre, ante la doncellez e inocencia de su amor. 

Los treinta segundos más intensos e inolvidables, ¡aaaaah!, mi primer orgasmo. Juanito pone los ojitos en blanco al relatar su primera vez. Y los cierra recordando su gran amor.

Al abrir sus ojitos pizpiretos y salir de su trance pepinico, del pirata ni sus luces. El pepinero agarra camino por los jardines rumbo a Viborama.

No se tarda ni diez minutos en llegar y ya todos sabíamos de su orgía pepinesca. De su depravación verdulera.

Las andanadas de carilla, ráfagas bestiales y burlescas, sin piedad ni recato. Juanito nomás agacha la cabeza, ante la incomprensión humana. Ante la ignorancia del amor divino. Amor sublimizado.

Durante días, lo vemos en los pasillos, en la biblioteca, en el laboratorio de eléctrica, y le saludamos con la cantaleta: ¡Amo y señor de pepino! ¡Amo y señor del pepino!, los que no somos vegetarianos, te saludamos. Y carcajada plena, casi uno se orina en los pantalones, burlas en la mera jeta del buen Juanito, con su rostro de amante fatal e incomprendido.

Los inges, nuestros maestros de eléctrica, nos regañan por molestar al mejor promedio de la especialidad. A ese bendito de Dios. 

Si supieran la clase de monstruo sádico, violador de indefensas criaturas verdes que defienden, se electrocutarían de pura vergüenza.

Preguntan por qué lo saludamos con él, amo y señor del pepino. Les respondemos que por culpa del Juanito odiaremos los vegetales por el resto de nuestras existencias. No les revelamos la verdadera razón. Somos carillas, pero no chismosos.

Hasta Chayo, la María del Rosario, la que nos gana en albures. Única estudiante de eléctrica, lo medio bonito y medio mujer que tenemos, le sale lo maternal, defendiendo a la bestia humana.

Canijos, ya bájenle a la carilla. No sean aprovechados. Bola de envidiosos y barbajanes, hasta parecen de ingeniería Civil. Pobre Juanito.

Chayo, pregúntale a ese pervertido. Pregúntale por los pepinos. Lo bueno es que no le gustan gordas, sino las sandías del mundo peligrarían.

Varios días masacrando a placer a aquel pobre inocente. Él como Cristo, callaba y resistía, hasta que le vimos asomar la primera lagrimita por un resquicio de su ojo izquierdo.

Ahí paramos la carnicería. Ordenamos retirada. Juanito es uno de los nuestros, con todo y sus perversiones. Pertenece a nuestra hermandad. 

Levantamos sus despojos, los restituimos a su calidad de ser humano. Eso sí, nadie lo mira a los ojos. Alma sensible pese a ser mazatleco, nos perdona las injurias. A ser compas nuevamente. Su oscuro y pervertido secreto quedará sellado en nuestros labios.

Solo la raza de Viborama lo sabemos. Y como camaradas del Juanito, pactamos el silencio de sus asquerosidades. Pese a que las muchachas, sobre todo, nos cuestionaban el secreto del apodo. No soltamos el chisme. Pacto de machos.

 

Egresamos del Tecno. Cada cual busca su destino. En uno de esos años, el inge Juanito pasa por Duranghetto, rumbo a Mazatlán, con su prometida. Se casarán en el puerto.

Le organizamos una cena en la pizzería Corleone. Cada uno lleva a su ruca. El Fabricio, Eraclio, Guarus, y yo. con nuestras respectivas changas.

Nuestras chavas saben la historia del amo y señor del pepino. Aparte de gorrear la cena, las morras van por la curiosidad morbosa de conocer tal degenerado depravado. Violador de legumbres y similares.

Lo recibimos con unos tres amo y señor del pepino. El ahora inge Juanito se pone de morado subido.

Su prometida abre chicos ojotes, preguntándonos por qué le decimos así a su Romeo. Que te lo diga tu prometido. Reímos descaradamente.

Cenamos rico. Como si se tratara de nuestra última tragazón. Una noche especial, no siempre nos visita el amo y señor del pepino.

Brindamos por los viejos tiempos. Por las heridas de guerra. Por los pepinos y las sandías. Nomás de mulas que somos. 

Evitamos pedir ensaladas por respeto a nuestros invitados. El Juanito traga saliva. La inocente futura esposa, cándida e inocente, nos mira perpleja. Nuestras chavas, ya entonadas y a medios chiles, le preguntan sobre los pepinos y sus gustos por otros vegetales. 

Eso es lo que me gusta de mi Juanito, que sea vegetariano. Dice orgullosa la futura mujer del Juanito. Nos atragantamos por la carcajada.

Desfilan por la mesa y ante nuestros dientes, Pizzas, pastas italianas, pan de ajo y jarras de cerveza. Llegan y desaparecen. Total, todos con chamba, la lana ya no falta. 

Es una real y opípara cena. Al traernos la cuenta, ninguno hace el menor intento de sacar la cartera. 

Se la pasamos desvergonzadamente al ing Juan. El morro quiere protestar Para aplacarlo, basta que uno de nosotros, en forma inocente, le diga a la prometida, si quiere saber la causa del apodo a su novio. 

Juanito ni la deja responder.  Saca la de crédito y a pagar, más rápido somos nosotros y ordenamos una última ronda de cerveza Negra Modelo, la más cara de la carta. 

Como viejos camaradas de armas, brindamos por el amo señor de pepino y su futura boda. Por su felicidad. Por la inocencia de su prometida.

 

Han pasado veinte años. Juanito sigue casado y cazado. Ya son padres de dos morros. Se ignora si su cónyuge ya conoce el lado pepinero de su amado esposo.

Yo la verdad, sigo sin poder comer un pepino. Eso sí, las papayas son tan suavecitas, tan húmedas y tersas, amorosamente cálidas...casi virginales. El amor no conoce fronteras. Ni respeta frutas.

 

 

 

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