Cuando miro el fondo de tu pupila

Cultura 31 de julio de 2023 RICARDO ALBERTO PÉREZ GONZÁLEZ

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–             ¡Ven por mí!  – suplicaba el petirrojo al colibrí. Siendo tan aves. ¡Los dos tan coloridos!

Yacían por separado, en un edén mágico. Él, de rama en rama, sobre el árbol de la sabiduría. Ella chupando su propio néctar sentimental en los densos bosques subterráneos.

Ella le buscaba empedernida mientras se llenaba de vida. Él, por su parte, buscaba entender a la vida misma para encontrarle.

Separados por el destino hilado a más de mil existencias, nunca olvidaron su amor eterno, ese que los mantenía inmersos en el recuerdo y que conforme fragancias iban curioseando, ramajes pernoctando, pasaban tormentas, diluvios, lluvia seca, viento arenoso, humedad agria, noches vacías, días grises.

Cuando por fin se hallaron, resonó una y otra vez su amor perpetuo, en el lago que iluminaba la luna nunca vista, frente a la forma virgen de las cosas; por encima de todo conocimiento, por debajo de los frutos enraizados, justo en el corazón del bosque sabio.

El colibrí nunca encontró el secreto de todas las sensaciones ocultas en ella, ni el petirrojo pudo descifrar el basto laberinto de su pensar. Pero estaban juntos, dando lo que al inicio de los tiempos los había vociferado.

Ese día, se perdieron volando alto, hacia la luna. Dejaron un rastro imperceptible, aún para el todo. Solo ellos sabrían llegar a él, una vez más, quizás en otro tiempo, en otra vida. En un respiro…

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