
Cuento
Gertrudis abría sus hermosos luceros. Lo primero que vio fue una roca enmohecida. Había criptógamos por doquier, un bosque frondoso y un concierto de murmullos intrigante. La resonancia de las voces a lo lejos le pedía a sus extremidades deambular. De inmediato se desprendió del ramaje que la cubría. Quería aproximarse. Llegar a los chillidos estruendosos que generaban confusión en su cabeza.
ꟷ ¡Ven! Gertrudis ¡Ven! ꟷ Advertían unas voces afables en la opacidad del bosque.
ꟷ ¿Qué quieren de mi? ꟷ Gertrudis respondía con azoro. Casi al punto de llorar.
ꟷ Es tarde Gertrudis. No podemos hacer nada. ¡Despierta! ꟷ Exclamaba con desesperación el eco que movía las hojas de los robles.
Gertrudis hipó. Lo hizo con tanta fuerza que despertó a una parvada de Cuervos que pernoctaba en el robledal.
Todo incitó al caos para blandir las hojas de cuanto árbol se cruzara. Exhortó a la dama tormenta para desgarrarse, que brotaran sus hijos. Desde las entrañas.
Gertrudis recordando el inicio de sus tiempos se tomó con sus manos y agachó la cabeza.
ꟷ La niña pequeña se está abrazando. ꟷ manifestaba una voz marcando cada letra, como rechinando los molares.
…
Unas luciérnagas se despabilaron de su corto letargo.
Gertrudis despertó. La gotera del techo alcanzó sus labios. Estaba consciente. <<Fue solo un delirio>> Pensaba.
Junto a su cama estaba una ventana que daba al jardín trasero. La abrió. Miró la noche tan calma y retiró su miedo con la palma de la mano. Éste se escurrió hasta caer al verde humedecido. Parecía una ciénaga. Minutos después ella volvió a la cama y las luciérnagas le cubrieron otra vez.
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