¡Viva Villa, cabrones!

El mexicano más famoso del mundo

Cultura 09 de julio de 2023 JESÚS MARÍN

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¡Uh, ju, ju, ju, uy! En Durango comenzó su carrera de bandido. Y en cada golpe que daba se hacía el desaparecido. Cuando llegó a la Laguna cantaban Los Horizontes. Desde entonces lo seguían por los pueblos y los montes. Gritaba Francisco Villa: el miedo no lo conozco, ¡Que viva Pancho Madero! ¡Y muera Pascual Orozco! (corrido de Durango, Graciela Olmos, la Bandida).

Dicen que Villa no ha muerto. Se le ha visto por las sierras de norte, montado en su Siete Leguas, con sus cuarenta mil soldados de la División del Norte. Es el mexicano más vivo en el mundo. Dicen que era mitad hombre y mitad caballo. Dicen que era un centauro. Y las balas lo respetaban. Y no erraba en el tiro. Y era astuto como un zorro y fiero como un león. Dicen que inspiró la lealtad de más de cuarenta mil hombres. Eran sus muchachitos. Sus Dorados. Su gran División del Norte.

En Durango, en La Coyotada, en una ranchería de unas cuantas casas desperdigadas, municipio de San Juan del Río, nace como José Doroteo, con los ojos tan abiertos de asombros. Sin derramar lágrimas. Dicen que tenía unas manos enormes y fue un gigante al nacer. Y que esa noche hubo tormenta de rayos y centellas. Y que la partera predijo que estaba destinado para cosas grandes. A ser general de generales, el mítico Centauro del Norte. Máximo jefe de la División del Norte. El general Francisco Villa, el Pancho Villa ¡Viva Villa cabrones! ¡Uy, uy, uy, uy, uy, uy! Mil versiones se han contado de aquellos años mozos. Villa mismo las contaba de manera diferente cada vez, sonriendo. Era un mentiroso encantador. 

De Villa se decían tantas cosas, tantas verdades y tantas mentiras. Que era de Chihuahua y no de Durango. Que era un soldado gringo huido de la guerra civil. Y que nació en Colombia, no en México. Que su padre no era su padre, era hijo ilegitimo de un hacendado de sangre alemana. El apellido de Villa lo merecía por su abuelo Jesús Villa, padre de su padre y que no le dio el apellido que por derecho les correspondía. Que el Pancho Villa fue fabuloso bandido. Y repartía lo robado entre los pobres. Villa se cambiaba de nombres a cada rato para escapar de las acordadas que lo buscaban por cuatrero y asesino. Villa fue pagador de minas, carnicero y comerciante. Albañil, domador de caballos. 

Eso sí tuvo mujeres a granel y compadres en cada ranchero de Durango y Chihuahua. Villa es historia. Villa es mitos y leyendas.

Ese güero de rancho, al lavar el honor de su hermana, la Martina, mancillada por el hacendado López Negrete, al ejercer su derecho de pernada. Le pega de balazos. Huye a la sierra. Se convierte en forajido, en roba vacas. Años vagando, comiendo hierbas y carne seca. Un paria buscado por las autoridades. Huyendo de las acordadas por montes y barrancos de Durango y Chihuahua, que recorre con los ojos cerrados.

Villa, entre mito y leyenda. Entre el asesino y el héroe. Villa tan amado, Villa tan odiado. Entre el roba vacas y el caudillo. Villa el malvado. Villa que amaba a sus muchachitos. Villa el que lloró ante la tumba de Madero. Villa que se salvó dos veces frente al paredón de fusilamiento. Villa que le perdonó la vida a Obregón, a ruegos de su esposa Luz Corral. Villa que se sentó en la silla presidencial al platicar con Zapata.

El Pancho Villa que mandó invadir Columbus. El Pancho Villa que dejó un colgadero de gringos y carrancistas en el Paso del Norte, ante asombro de propios y extraños. El Pancho Villa filamado por Hollywood al entrar en combate.  El Pancho Villa buscado por los gringos, nomás cinco mil dólares ofrecían por capturarlo, vivo o muerto.

Villa nunca dormía en un solo sitio, desconfiado desde que era un huerquillo. Villa se cambiaba de varios lugares, una misma noche. Villa desconfiaba hasta de su sombra. Villa quiere la tierra del campo para la gente humilde. Villa construye escuelas y les paga buen dinero a los maestros. Villa con su ángel, el general Felipe Ángeles, y su demonio, su carnicero, el más leal de sus dorados, el general Rodolfo Fierro.

Ese mi general de generales, que traía cuarenta mil soldados de la gran División del Norte, todos a caballo y perfectamente uniformados. Con sus dorados como guardia personal. Todos fieles y dispuestos a dar la vida por ti, general y por la Revolución. Ese mi general que no le tenías miedo a la muerte. Que los hacías correr como venados.

Pancho Villa, el güerito de rancho, llamado José Doroteo Arango Arámbula. Ay Pancho, odiabas el alcohol y fusilabas a tus soldados que se emborracharan y a los que abusaban de los vencidos. Ay Pancho amabas a tus caballos. A tu yegua, la siete leguas. Al que más estimaste. Al tu centavo de oro.Y en tu hacienda te llevaste a los caballos “El Indio”, “El Chilicote” y “El Resorte”, por ello te decían el Centauro del Norte. 

Ay Pancho, amabas la malteada de fresa y las motos. Ay Pancho nunca debiste rendirte. Te tenían pavor y te iban a matar.

Ya sin la División del Norte, a quien licenció el general, sus hombres más fieles se fueron a la hacienda en Canutillo. La reconstruyó, repartió la tierra entre su guardia. 

El general quería como presidente de México a su general artillero, egresado del Colegio Militar, al general Felipe Ángeles. Al que fusilaron en Chihuahua. Ese que les dijo, apúntenme al corazón.

Ay Pancho, te mataron a traición, en una emboscada, en tu carro Ford te cosieron a balazos. A ti y a tus fieles dorados, te tenían miedo. Y ya debías muchas muertes. Ay Pancho, los putos gringos hasta muerto te tenían miedo, te cortaron la cabeza. Estas enterrado en una tumba con otro nombre en el panteón de Parral.

Ese mi general Pancho Villa que hiciste temblar a los gringos al invadirlos. Esos mis bolillos, ¿cómo les fue en Columbus? Y a otros los hacías correr como venados. El colgadero de carrancistas y gringos que nunca te pudieron atrapar. Los diez mil gringos que mandaron y los doscientos aeroplanos, para capturarte, vivo o muerto. Ni los dólares ofrecidos por tu cabeza lo lograron. Ah, que Pancho Villa, te aman o te odian.

Ese mi Pancho Villa que no probabas gota de alcohol, pero qué tal te atragantabas de malteadas de fresa. Bien decente el hombre, te casaste más de 23 veces, todas por la iglesia y por la ley. Tan enamorado, tan mujeriego, dicen que te casaste más de 75 veces pero, oficialmente se te conocieron 23 esposas o parejas con las que tuviste al menos 26 hijos. Hasta en eso tenías buena puntería. Eso sí, con todas por lo legal y ante Dios. Disfrazabas a tus oficiales, de juez o curas, según se necesitara.

Ese mi Doroteo, mi Pancho Villa, mi general Francisco Villa, Centauro del Norte, jefe máximo de la gran División del Norte, el ejército más poderoso en Latinoamérica. Hasta el mariscal de la Alemania te quería como general en su ejército.

Cuarenta y cinco años que viviste te bastaron para ser inmortal. El duranguense y mexicano más cabrón en el mundo. El mexicano más famoso en el universo.

Ese mi general Francisco Villa, con tus cuarenta mil hombres armados, haces falta para acabar con tanto cabrón corrupto. Cuarenta mil dorados, dispuesto a morir por ti. Dorados tan afamados que ningún gallo se les paraba enfrente. Montado en tu yegua Siete Leguas nomás oía pitar los trenes, se paraba y relinchaba.

Tomaste Ciudad Juárez. A Torreón. A Zacatecas. Cuarenta mil villistas a caballo, dispuestos a morir por la revolución. Y por usted, mi general.

Ese mi general Francisco Villa, te asesinaron en una emboscada, de frente pos cuándo chingaos. Asesinado por la cobardía y el miedo del gobierno. Esa tarde del 20 de julio de 1923 te acribillaron cobardemente, manejabas tu Ford, con tu escolta personal. Y trillito, al dirigirte a una fiesta familiar, en Hidalgo del Parral, Chihuahua. Desde entonces tu cabeza busca su cuerpo, general. Y nosotros necesitamos a Pancho Villa, ven a matar tanto pendejo corrupto y ratero. ¡Viva Villa, cabrones!

 

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