Entre inclusiones y confusiones

El falso concepto de inclusión en la cultura

Cultura02 de julio de 2023 MIGUEL ÁNGEL BURCIAGA DÍAZ

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Las agendas culturales de nuestro estado tratan de justificarse desde la inclusión, pero en realidad, a pesar de la importancia que ha cobrado este término en la dinámica social de la actualidad, los criterios que utilizan para desarrollar sus actividades o programas demuestran que tienen notables confusiones respecto a este término, lo cual puede redundar en la falta de impacto que tienen sus proyectos.

Considero que el aspecto central es el conocimiento -o más bien desconocimiento- de la audiencia como receptor de propuestas culturales. En apariencia inclusión se entiende como participación de toda la audiencia o la mayor cantidad de gente posible de un solo evento, de modo que lo más lógico es proponer conciertos masivos, para justificar que la sociedad completa se conjunta en este tipo de eventos.

Pero en realidad convencer al público de acercarse a los productos que cotidianamente tiene al alcance de la mano no sería un ejercicio inclusivo, ya que justamente, la industria comercial es la de más fácil acceso para cualquier persona, independientemente de su edad, profesión o condición económica.

A lo que me refiero es que no es posible considerar un ejercicio de diálogo inclusivo entre sectores sociales cuando el punto en cuestión es un tema de consumo común para todos los sectores de la comunidad, en realidad el gobierno en estos casos solo se toma la atribución de hacerse cargo de redundar sobre lo redundado.

En aras de esta defensa de decisiones, continuamente atribuyen a que la gente de comunidades alejadas y escasos recursos son las que se benefician de este tipo de expresiones, de manera que al convocarlos a las plazas grandes de nuestra ciudad con estos eventos es un modo de darles un beneficio. Sin embargo, si bien nadie niega que el acceso a diversos derechos es mas limitado en estos sectores, sin temor a equivocarme, las pocas veces que pueden acceder a una expresión artística, lo hacen consumiendo algún producto musical de la industria comercial, independientemente de los conciertos masivos que organice el gobierno.

Hay varios matices para analizar sobre esta situación porque en realidad, dentro de los asistentes a este tipo de eventos, las personas de estos sectores no son mayoría e incluso suelen haber quejas en diversas administraciones de que se reservan lugares para público cercano a la clase gobernante.

Sin embargo, con esta situación se deja escapar el fondo del problema, si bien se justifica que hay una preocupación por este sector, en realidad no hay un beneficio, porque la verdadera inclusión sería acercar a estos públicos a expresiones culturales más diversas, desconocidas para ellos y de ser posible con un contenido más rico en cuanto a su calidad estética y significativa.

En Durango, se ha dado por hecho que la gente de sectores más vulnerables no puede acceder a expresiones culturales de contenido profundo, por lo que es preferible darles simplemente placebos a través de las expresiones comerciales mientras puedan mejorar sus condiciones vida, lo cual les permitiría teóricamente acceder a otro tipo de bienes culturales. La realidad es que existen cientos de proyectos en Latinoamérica que harían añicos este argumento. Como prueba de ello les narraré una experiencia que tuve la oportunidad de vivir en Buenos Aires, Argentina.

Hace poco más de 10 años, en el barrio de la Boca de la ciudad de Buenos Aires, un barrio marginal con serios problemas de delincuencia y pobreza, se utilizaron las viejas instalaciones de una Usina (Central Eléctrica) para hacer un recinto con salas de exposiciones y salas de concierto profesionales. De modo que terminado el proyecto el lugar se llamó la Usina de las Artes. La intención era presentar en medio de ese barrio a los mejores músicos y orquestas tanto argentinos como extranjeros, principalmente del ámbito de la música clásica, el tango y el jazz (ningún género masivo). De hecho, los artistas que se presentaban con altos costos en el famoso Teatro Colón, después se presentaban con acceso gratuito para el público en la Usina.

A pesar de las críticas sobre lo absurdo que era poner un edificio de tal calidad en medio de ese barrio y la idea de los programas a presentar, el éxito ha sido rotundo y hasta la fecha sigue siendo uno de los mejores espacios para la realización de música de alta calidad. Los conciertos están llenos, la gente del barrio protege el lugar, porque lo consideran un regalo para ellos, asisten a los conciertos y es la gente de los sectores más privilegiados de la sociedad los que se ven en necesidad de desplazarse hasta la Usina para mirar a los artistas que ahí se presentan, de modo que conviven todos los sectores sociales, el barrio ha recibido un gran beneficio que ha repercutido en una gran motivación, ya que esa zona ha fomentado las visitas, el turismo y el comercio, por lo que ha disminuido considerablemente la inseguridad, siendo actualmente un lugar obligado para visitar.

Entiendo que un proyecto así es casi imposible con la dinámica económica de Durango, pero en verdad, ¿está demás que en los conciertos de música clásica, las exposiciones de pintura, presentaciones de libros y expresiones culturales más profundas que la industria comercial se pretenda al menos acercar a los sectores menos favorecidos y verlos en los teatros y salas de exposición de nuestra ciudad en vez de dejarlos marginados? ¿No sería más positivo para esas personas en un par de semanas de festival mirar una exposición, escuchar una sinfonía, leer poemas, apreciar arte contemporáneo, disfrutar de una obra de teatro, que limitarse a ver en vivo lo mismo que ya pueden acceder a través del radio o la televisión? Me quedo por hoy con estas reflexiones, esperando que tanto la sociedad como las autoridades podamos fomentar un sentido real de la inclusión desde la cultura y no simplemente justificarlo a partir de tecnicismos burocráticos.

Dudas y comentarios: [email protected]

 

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