Crónica de la dolche pies de bolillo y otras niñerías

Cultura08 de mayo de 2023 JESÚS MARÍN

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La descubrí en mi muro de Face un día marzo, quizá como inminente preludio del arribo del canto del mar y el zorzal espirituoso de los gorrioncillos.

Ella misma es una esplendorosa flor de primavera, si se me permite un toque de cursilería. 

Ella es uno de esos exquisitos dulces, dolche dirían los poetas italianos. ¡Mamá mía, boccato di cardinale!

Un manjar de fresales labios, deliciosos cardúmenes de salvajes tiburones. Una suculenta fresa cerrándole la boca. Labios jugosos, labios para fundar un imperio de besos y mordidas. 

Un par de ojazos pizpiretos y de picardía que se le nota a millas de distancia. Ojos que hablan por sí mismos como retándote a vivir en ellos. Y morir por una mirada de amor.

Unos lentes grandes como lunas de octubre que acentúan más que una posible miopía, le propinan un aire intelectual rabioso y sensual.

Quedé fascinado, postrado ante ella. La empecé a seguir, como los discípulos a su Cristo. A leer sus memes.  Los comentaba. A veces ella me respondía displicente, digamos por mera cortesía, de un luminoso sol, a un insignificante y humilde girasol. Yo cada vez más obsesionado por su párvula boca.

Otras veces no me respondía, altiva y hermosa como deben ser las mujeres hermosas, mujeres nacidas para ser diosas. Me ignoraba olímpicamente. 

No me importó, había encontrado a mi reina de desvaríos y sueños. A esa mujer tan anhelada, tan soñada. Tantos siglos, tantas vidas buscándola. Buscándote, dulce manjar. Algo aquí dentro, entre las ruinas de mi corazón, repiqueteaba, azuzando mis ansias asesinas de sicario en el exilio.

Secretamente y a veces no tanto, le profesaba un doliente y ardiente sentimiento. Apenas contenido y sujetado, en los comentarios. Yo por mí, me hubiera desbordado de candente y apasionada lava. Hubiera besado el espacio de sus abismos, sus cumbres montañosas.  Y cada sombra de su cuerpo sirenesco.

Ayer fue el colmo. Ella publicó la búsqueda de un fetichista de pies femeninos para masajes a sus adoloridos y cansados pececitos de cinco dedos. Acariciar los pies de princesita que yo en mis calenturas imaginaba que ella poseía. 

Dios es grande y ayuda a sus fieles. Aleluya, mi filia más arraigada y que practico desde mis diez años, son los pies femeninos. Yo soy un obseso de los pies pequeñitos de mujer, pies de emperatriz china, pies de flor de loto. Olerlos, besarlos, chupar cada dedito, comerme cada uno de sus diez pececitos, es mi locura y obsesión. Es casi un orgasmo con solo verlos, descalzos y juguetones, sonriéndome tiernamente.

Ah, presto y veloz, le respondí que yo era su candidato. Que sería su esclavo y fiel perro.

La única esperanza era que su talla no fuera más allá de calzar del 5. ¡Oh desgracia! Malditos sean todos los dioses benignos y malignos. 

Ella me responde que calza del seis y medio, recalcando que tiene bolillos en vez de pies. En ese trágico instante se derrumbaron mis perversiones y gulas.

Ya en el suelo, agonizante, me suelta la estocada final. Tengo novio. Ese tengo novio fue lo peor, daga ardiente en mis perenes ilusiones. Sonó como una sentencia al paredón. Sonó como: cabrón, vámonos por las cahuamas, la chica de pies de bolillo no es tuya. Ni lo será.

Dios mío. Supe que ese instante ya sin ella no vale nada la vida, la vida no vale nada. Aunque estuviese bolilluda de sus piecitos, yo hubiera conquistado océanos, hubiera puesto en letras de oro su nombre en el país de las sirenas. Hubiera intentado ser todo un hombre para su corazón y creencias. Qué son unos bolillos del seis y medio ante lo regio de su estructura corporal y alma encendida. Ante la roja mordida de sus fresales labios. Ante el desamparo de siglos que he sufrido buscándote, mujer de mis ya amados bolillos.

La vida ya carecía de valor. Mi dulce, mi manjar, es lejana cómo la fe de morder el fruto en sus labios.  

Como buen mexicano, herido de amor imposible, recurrí a nuestro santo patrono San Josealfredo pa’ que entre canción y canción, entre trago de cerveza y caguama, me la sacara desde el hondo del pecho, aunque esa dulce ya enraizó muy hondo ... ¡Viva mi desgracia!...

 

II

 

¿Feliz día del niño? ¿En un país como el nuestro? Donde se violan los derechos de los niños, sus derechos son prácticamente letra muerta. Un país donde más de la mitad de sus niños viven en pobreza extrema y en una desnutrición cotidiana. Donde un tercio de nuestros niños tiene que trabajar para sobrevivir. 

Feliz día de niño en un país donde el abuso sexual y el tráfico de menores es uno de los aberrantes negocios que florecen al amparo corrupto de los gobiernos, protegidos por la policía.

Feliz día del niño en el país con el mayor índice de niños con obesidad y por consecuencia futuros diabéticos. ¿Festejarlos? Mejor deberíamos darles el pésame por su futuro sin futuro. 

Acabarán en maquilas, explotados y viejos, sin pensión ni seguridad social. Otros serán usados como mulas por el narco.

En este día, atiborrémoslos de azúcares, pasteles y refrescos, regalitos, globos. Y el resto del año, seguir ignorándolos en sus necesidades y afectos… Total, treinta de abril es una vez al año.

 

III

 

De niño, yo era un verdadero tirano. Hijo único. Bastaba berrinche, patalear en el suelo, lloriquear varias horas para que los deseos de la criatura -o sea yo-, fueran satisfechos.

Si mi madre me quería corregir, abuela me defendía. Y si padre quería castigarme por una de mis múltiples fechorías de engendro mimado, abuela y madre, me defendían. Finalmente nadie podía tocar ni un pelo de mi sagrada investidura de primogénito tirano.

Yo era y siempre fui, la creatura de mi mamita Atila. Era el centro de su corazón y me defendía contra el mundo y sus injusticias. Mi madre me dio, aparte de su inmenso y único amor, me dio todo lo que ella careció en la orfandad de su niñez. E igual mi padre.

 Yo en ningún día de mi vida anduve descalzo como ellos en sus mocedades. Yo en ningún día pasé una angustia de hambre. Y tampoco, como lo hizo madre, tuve una niñez de trabajos, como ella que desde temprana edad servía en casas ajenas para ayudar a mi abuela.

 Yo, su pequeño Frankenstein. Imaginen: cinco años, gordito. Prieto como pinacate. Una enorme cabeza. Pelo a lo cepillo. En pantaloncillos cortos. Y tirantes. Zapato tipo Frankenstein, con plataforma, zapatos especiales para corregir el pie plano. Y varillas ortopédicas para corregir el arqueado piernil tipo charro negro con el que nací. Un verdadero monstruito.

En vez de cumpleaños me celebraban jalowin. No es cierto, tuve una infancia feliz y hermosa. Unos padres amorosos. Crecí hijo único (al verme recién nacido, mis padres no se arriesgaron a tener otro), en mi cumpleaños mi madre me hacía dos pasteles (años después me enteré que yo estaba  muy chipil y mimado y  que al resto del mundo, a veces nomás les festejaban con un único pastel), un pastel era  para mis invitados, primos y amigos del barrio. A cada uno se le revisaba. ¿Trae regalo? Bienvenido, pásele. A los sin regalos los arrecholaban en una silla en el zaguán. 

El segundo pastel, el más grande, de chocolate, betún de chocolate, con trocitos de Carlos Quinto, nomás pa’ mí solito y mi voraz apetito.

Además mi madre repartía aguinaldos. Quebrábamos dos piñatas. Una de forma de estrella. Y otra que mi madre me hacía del héroe o mono de Disney, que en ese cumpleaños me gustaba. Obvio que el bebé (o sea yo) tenía preferencia para seleccionar los chocolates y dulces más ricos antes de subirla la piñata, un día antes de mi cumple. Dejando las naranjas cacahuates y galletas de animalitos, uno que otro chicle motita. 

En este día de niño quise compartirles lo chido que era ser niño. Y si me invitan, que sea de chocolate la rebanada acompañada de un enorme vaso de leche bien fría ...

 

III

 

Como dice la dedicatoria del Principito: “Pido perdón a los niños del mundo”, por no felicitar a los niños en este día. Bueno sí, felicito a todos los niños ahora cincuentones, con los que crecí y compartí mi infancia. A mis primos hermanos, cómplices y compañeros de hazañas de piratas y luchadores. 

A mis amigos en la primaria, de los cuales, los sigo reconociendo a años luz de nuestra niñez. 

Felicidades a esos niños que crecimos en la calle, jugando canicas y balero. A esos escuincles que pateamos una pelota a mitad de la calle, convertida en el estadio Maraca, disputando la copa del mundo entre Brasil y México. 

Felicidades a los niños que como yo, aprendimos a andar en bici, con caídas y raspones, sin casco ni protecciones. Niños que nunca nos enfermamos de tostarnos todo el día bajo el sol y de mojarnos bajo la lluvia. Bebíamos del mismo refresco compartiendo salivas y microbios. Y pegábamos el hocico en la llave de cobre del agua nomás nos atosigaba la sed.

Felicidades a toda esa amada pandilla de niños y niñas, que por las tardes seguíamos emocionados las aventuras de Kalimán y fuimos terriblemente felices al crecer sin televisión ni celulares. 

Por las tardes jugábamos a la rueda de San Miguel, a doña blanca y a con quién te vas con sandía y ya anocheciendo, en rueda contábamos historias de aparecidos y ánimas en pena.

Hoy abraza a tu niño interior y deséale un feliz día, lo merece, porque pese a todo, aún vive dentro de cada uno... Y sigue creyendo en nosotros

 

IV

 

Feliz día del niño. Felicidades a esos niños que han tenido que crecer con el tapabocas y el miedo por el virus.

Feliz día a esos niños que todo su mundo, toda su diversión se centra en pantallita del celular. Felices ellos que tiene miles de canales para ver. Dueños de una tecnología que avanza día a día.

Felicidades a nuestros niños actuales que ya no tuvieron que tener amigos reales, de carne y hueso, ahora tiene miles de amigos virtuales. 

Felices porque ahora suben fotos y videos a sus cuentas. Y no tuvieron que salir a las calles a jugar picas de fútbol, rasparse las rodillas en las canicas. A cansar brazos y manos, con balero y el yoyo. 

Benditos niños de hoy que beben agua embotellada, sin minerales y no tuvieron que pegar la boca y beber directamente de la llave.

Infelices nosotros, los niños de los setentas, al crecer sin computadora, sin televisión plana a colores. Sin celular ni internet. Crecimos jugando con nuestros amigos. Crecimos en días de campo. Crecimos amando a nuestros padres y abuelos. Libres y risueños. 

Feliz día a todos los niños, a los que lo fuimos, seguimos siendo. Y a los actuales…

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