Acerca de los burlesques de la Universidad Juárez

Opinión 17 de abril de 2023 SERGIO O. DELGADO SOTO

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El pasado viernes 23 de marzo, fui invitado por un gran amigo de la infancia, Ismael López Zaldívar, a la presentación de un libro sobre el célebre Burlesque Estudiantil, un evento estelar en aquellos populares festejos de Mayo de la Universidad  Juárez, libro escrito por una de las estrellas de esa parodia anual: Miguel Antonio González Lozano, más conocido en la Máxima Casa de Estudios como “El México”, por ser originario de la capital del país y además un espléndido bailarín de todos los ritmos entonces de moda, de ahí  su obligada presencia en dicho espectáculo. 

Vale decir que “El México” no alcanzó a presentar su libro, porque el destino no le dio permiso, razón por lo cual, comentar la obra se delegó en tres universitarios con larga y distinguida trayectoria en el Alma Mater, que conocieron y apreciaron al autor como persona, bailarín y jurisconsulto: la doctora en Derecho Velia Patricia Barragán Cisneros, el veterano maestro de baile Francisco Cázares y el CP Trinidad Ruiz León, quien por un accidente de carretera no pudo cumplir con la encomienda, de modo que su lugar lo ocupó un joven reportero local cuyo nombre la verdad no recuerdo, pero cuyo padre fue un abogado muy popular entre la tropa universitaria de antaño apodado “El Ramadán”.   

Ahora bien, los burlesques a los que se refiere el libro del “México” son, digámoslo así, los de la época de oro de dicho espectáculo, cuando la dirección de esas parodias estaba a cargo de dos abogados muy ingeniosos: Héctor García Calderón (a) “El Rollo” y Maclovio Nevárez, que fueron los que integraron al espectáculo al mayor de los trece hermanos que fuimos, Héctor, que entonces trabajaba de escribiente en uno de los juzgados de la antigua Penitenciaría y cuya voz, además de artística, era muy plástica, pues  le permitía imitar a cantantes muy de moda en los 50s y 60s,  como los gringos Nat King Cole y Andy Russell, del cual Héctor hizo una tan buena imitación interpretando uno de sus grandes éxitos, “Contigo a la distancia”, que el público, luego de aplaudirlo a rabiar, a gritos le pidió interpretar una canción más. Mi hermano no se hizo del rogar y cerró su actuación con otro gran éxito del cantante de ascendencia mexicana, “Un viejo amor”, acompañado musicalmente en ambas melodías por la gran orquesta de Nuco Cisneros. 

Pero mi hermano mayor no sólo cantaba en los burlesques: también imitaba a personalidades del deporte local, como al beisbolista cubano Julio Pérez Azcuí, y hacía esto vestido con el uniforme de los Alacranes y un bat en las manos. Sin embargo, de las imitaciones de este tipo, por la que más se le recuerda a Héctor es la que hizo del Padre Miguel Uribe, un sacerdote que adquirió aquí fama de mujeriego y que tuvo que irse de Durango porque un día lo cacharon in fraganti. ¿Cómo lo imitaba mi hermano? Ahí les va. Le ponían un confesionario en pleno centro del templete del entonces Cine Imperio y al que Héctor se metía con la vestimenta que usan los curas para esos menesteres. Acto seguido se formaban los confesantes, entre ellos una joven de esas que aquí y en China paran el tráfico y a la que mi hermano, luego de verla, le decía: “A ti, hijita, te confieso en la sacristía”. 

Traigo a colación esto de los burlesques en su época dorada y a los cuales no asistí por no tener la edad, por lo que pasó el día de la presentación del libro del “México” en el Museo del Aguacate luego de escuchar a los tres comentaristas de la obra. Como es de lo más común en eventos de este tipo, el director del Museo invitó a los asistentes a hacer preguntas. Terminado esto, el mismo funcionario nos pidió emitir opiniones sobre este particular. Fue entonces cuando tomé la palabra diciendo que por los burlesques de antaño asomaba la conciencia crítica de la Universidad de entonces, eso que hoy no vemos por ningún lado y que mucho tiene que ver con los malos gobiernos que hoy más que nunca padecemos, esos que no solamente no sacan  del atraso a Durango: que lo hunden más. Y puse de ejemplo a los pésimos mandatos de Ismael Hernández Deras, Jorge Herrera Caldera y Rosas Aispuro, LOS 3 COCHINOTES, y, pero por supuesto, también al del gobierno actual, encabezado por un hombre que como sus mentores en el PRI no vive de su profesión, sino de la política, porque ven en ésta -y no lo disimulan- la vía más rápida y expedita al enriquecimiento fácil.  

Si bien fue muy aplaudida mi intervención, no hubo nadie más que emitiera un juicio similar al mío sobre el burlesque, juicio que molestó y espantó tanto al director del Museo que temiendo el señor que surgieran otras opiniones parecidas a la mía sobre esa parodia, optó por dar por terminada la sesión convocando a disfrutar del bufet con el que la Universidad agasajó a los asistentes. Ahora que cuando me voy enterando de que el director del Museo es médico, lógico que me preguntara qué diablos hace en un recinto como éste un galeno cuando ahí debe estar un historiador o un museógrafo, especialistas que antes que otra cosa tengan  muy claro que universidad quiere decir unidad de lo diverso y que esto supone necesariamente y máxime si es una universidad pública, libertad absoluta para opinar tanto del  presente como del  pasado de la institución.

Para concluir. No perdamos de vista que burlesque deriva de la palabra burla y que parodia es todo aquello que implique burlarse de algo o de alguien, de modo que burlarse de los jerarcas políticos, empresariales o clericales locales, que es lo que hacían los estudiantes universitarios de entonces, tenía razones fundadas, de ahí el juicio del mal humor que era parte del espectáculo y del que muy en secreto se hacía un documento que previo a la función se repartía en las calles. Todo esto me lo contó un viejo amigo, Juan Martínez Vizcarra, que por cierto vivió la desgracia de que su madre enfermara de gravedad, por lo que la tuvo que internar en una clínica del Arzobispado que estaba por la calle de Zarco -entre Pino Suárez y 5 de Febrero- y en la que la señora estuvo varios meses hasta que falleció. Cuando mi compa la quiso sacar de ahí para sepultarla, el administrador de la clínica le dijo que antes tenía que pagar el costo del internamiento y la atención médica. Como Juan no tenía ni en que caerse muerto, el Arzobispado se la cobró hipotecándole su casa. ¿Y saben, amigos lectores, cómo se llamaba esa clínica? Agárrense: ¡Divina Providencia! Yo me voy y ahí los dejo…….

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