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Los domingos, despuesito de las ocho de la noche, es un infierno conseguir un taxi en la Plaza de Armas.
No pasaban, los que sí, ocupados y otros más, vacíos, pero te ignoraban al hacerles la parada, quizá porque estoy negro y feo. Quizá al verme en bastón, los taxistas temen que me baje corriendo y no les pague el taxímetro. Quizá han de pensar que mi bastón de aluminio es un arma mortal. Y los asalte.
Son las 21:00 horas y nada. Ahí estoy, mi cuerpo de tullido, cargado de mi mochila con mi silla plegable y utensilios para dibujar caricaturas y una enorme y pesada como la culpa cartelera donde anuncio mis menestras de artista de la dibujada por mondregos cinco pesos. Los minutos pasaban y era feroz la pelea por coger un taxi.
Me resigné a ir hasta la Plazuela. Fue una marcha de la muerte, esas dos cuadritas para un tipo medio tullido, cargado al lomo de una mochila con una silla plegable y un pesado cartelón anunciado de caricaturas de 50x70. A paso de bastón, emulando una tortuga raquítica.
Me enfilo a la otrora Plazuela de la Inquisición, en esperanza que me sería más fácil coger un taxi. Quince agotadores minutos, tras gemidos de frígidas rodillas arribe. Y oh sorpresa, veinte o más personas en las mismas apuradas situaciones, a la caza de un taxi, que a los 21:45 se habían convertido en una especie en extinción, en el arca pérdida.
Pasaban y pasaban. Yo como loco, mandando WhatsApp a cuánta sede de taxis tengo registro. Y las respuestas, no hay servicio, estamos saturados, permítame le consigo uno. Sí llegaron algunos taxis a la Plazuela, pero ateniéndonos a Darwin, la supremacía del más apto, me lo ganaban por pies quedando la empatía del inválido hecha trizas.
Me senté resignado a pasar la noche sentado en el andén de la parada de buses de los verdes, en la Plazuela, por el lado de la de Juárez. Conté cuatro Ubers que llegaron a recoger pasaje. Y los pinches taxis, dónde demonios están. No que les iban a quitar el jale los Ubers.
Simplemente la noche del domingo, los taxis se retiran a descansar, valiéndoles madre la demanda y la gente varada. De los autobuses mejor ni hablamos. Finalmente recurrí al chantaje. A una estación de taxis, supliqué ayuda, hablé de mi orfandad de años, de mis dos años en el hospital, de estar tirado, tullido. De ser negro y zurdo, usar bastón, ni Pedrito estuvo a mi altura en la chilladera.
La señito se compadeció del WhatsApp, moqueó un poco y me consiguió un carro particular. A los diez minutos llega, un Daniel, muy servicial subió mis tiliches. Partimos a las 22:00 y minutos al hogar que me asila.
Pagué gustoso los 46 pesos del servicio. Me vi magnánimo al decirle que de los 50, se quedará con el vuelto.
De lo malo, lo bueno. Al subir mi desgracia a mi muro, una hermosa mujer, Susana, se ofreció apoyarme en caso de verme en apuros, el otro domingo. Ignoro si Susanita tiene un ratón, carcachita, como ella me posteó. Sí. Y se puso a mis órdenes. Bendito Dios, transporte por una hermosa mujer.
Y sí, sé lo que piensan, porqué este pendejo caricaturista tullido, no se va a las 20:00 horas. Primero, porque los clientes, las víctimas a caricaturizar van llegando entre seis y nueve de la noche y uno en modo nosotros los pobres, pos esos cinco varos ayudan. Luego mi estómago reclamando ir por mi hamburguesa, una tocinetosa, rellena de grasoso y delicioso tocino, ahí en la Plaza. Media hora en que sale.
A las 20:30 esperando al Godot de cuatro llantas. Y el resto ya lo conocen. La tragedia final es que tuve que posponer el banquete hamburguesero. A las 10 y media de la noche hubiera sido una bomba digestiva para mi triperío que aún no se recupera de dos años de colostomía. Tuve que ignorar los gemidos del triperío y los alaridos lombricientos. Ah, pero, ¿adivinen quién va a desayunar hamburguesa recalentada?
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