La ardiente novatada en los Burros Blancos

Local 29 de mayo de 2023 JESÚS MARÍN

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Eres novato en los burros blancos. Eres carne de cañón en el honorable y afamado equipo de futbol americano del Tecnológico de Durango. Defensor de los colores guindiblancos. La burrita blanca es la mascota. Es un orgullo ser un burro blanco, piensas con ingenuidad. Eres un chico de casi veinte años, puro y libre.

Ustedes los novatos, aspirantes a jugadores del equipo son lo más bajo en el escalafón de la humanidad. Una mosca verdosa nacida en la mierda es superior a ustedes. No eres nada, ni nadie. Cualquier veterano te humilla y esclaviza.

Los veteranos son los jugadores con más de una temporada en el equipo. Ofensivos y defensivos, te miran con desprecio y desdén. Con la crueldad de dioses del Olimpo. Se creen con derecho de soflamarte de las formas más maquiavélicas, urdidas por sus diminutos cerebros. Descargan frustraciones y venganzas, por lo sufrido en su temporada de novatez. En sus infancias atormentadas.

Rezas resignado que pronto acabe tu crucifixión como novato. El Dios Vicent Lombardi se apiade de ti. Y de tus nalgas, específicamente de tu culo.

En los entrenamientos te dan el peor equipo, la peor utilería. Los desechos de hombreras y cascos. Tú, obediente y sumiso te encargas de meter y sacar los aparatos de entrenamiento, los costales y boyas. Acarrear el agua en botellas, sirves de alfombra para que te pisoteen. Limpian contigo y tu humanidad, en los vestidores y el campo de entrenamiento.

Si logras bañarte en las regaderas, tras el arduo entrenamiento de dos horas bajo el inclemente sol del mediodía, de la una a las tres de la tarde, te bañas con agua fría, con las sobras que te dejan los veteranos que de adrede se acaban el agua caliente.

Tienes prohibido dirigirles la palabra a los veteranos, a menos que te estén pendejeando. Respondes con la cabeza gacha y con un sí señor, señor.

Todo novato debe tener un padrino. Un Virgilio que lo guíe en el infierno de la novatez. Tu padrino es tu dueño durante tu período de aspirante a jugador.

Te subastan en el vestidor a puerta cerrada. Los veteranos en derredor, los novatos arrecholados en los baños, en calzones, como borregos temerosos. Al pasar a la subasta te cubren el rostro con un costal. Vamos pasando uno a uno, ofrecidos como ganado, como parte de la novatada. Como en la antigua Roma en la venta de esclavos. Cuestionan tus motivos para ser jugador guindiblanco. Cuestionan tu virilidad. Si eres puto. Si eres virgen. Dan un precio a tu libertad. Te subastan.

Los veteranos cual jeques, pujan subiendo la apuesta por tu carne núbil. El veterano que te adquiere se convierte en tu dueño. Vas cargarle su utilería. Lavarle los uniformes. En las giras, llevarle comida y antojos. Comprarles sus refrescos. Bolearle sus tacos de juego. Si se echan un pedo, debes aspirarlo con deleite. Si tienes hermanas o primas, de buen ver, ofrecérselas.

Los dineros obtenidos de la subasta serán gastados en cervezas al regreso del primer juego en Torreón. Se gane o se pierda.

El veterano que te compra se convierte en tu padrino para el bautizo supremo de la salsa y el alkasetzer, en la noche de los culos ardientes.

A todos los novatos se nos frunce “aquellito” ante la idea del primer juego fuera del estadio del ITD. Es nuestro bautizo. Es nuestra novatada.

Se llega el fatídico día de la primera salida. Nos cita las siete de la mañana en el casillero del equipo, ubicado dentro de las instalaciones del ITD.

 El encuentro será en Torreón. Nos toca viajar en una de las carcachas. No fuéramos los del equipo fút o de atletismo. A ellos los camiones de primera clase.

Bien culeados los novatos esperamos a que los veteranos suban y escojan sus tronos. A nosotros nos asignan los lugares de adelante. Acurrucados como becerros al matadero.

Partimos a Torreón. El juego es a las dos. Nos esperan tres horas de viajar como sardinas. Los novatos de caras asustadas, desdibujadas por los rumores y leyendas de la novatada suprema. El ritual dizque masculino que te convertirán en miembro de la fraternidad de Burros Blancos.

Parecemos pollitos asustados, becerros desamparados, con el temor en la mirada, con estertores en el “chiquillo” en salva sea la parte. Ahí donde termina la nobleza del hombre.

El camión realiza diversas paradas para recoger jugadores que por ser sábado, el viernes se han ido a antros del rumbo. Crudos y desvelados, los jugadores en su mayoría veteranos, si no casi todos, son levantados en la carretera a Torreón o afuerita de los antros, casi con la lata de cerveza en mano. Desvelados y con los rastros de juerga.

El coach, entrenador en jefe, con el discurso que ni él mismo se cree: “nadie va a pistear ni meter cerveza en el viaje de regreso, ganemos o no”

El ruso, pingüino y Felipe el pin, jugadores veteranos se carcajean con las miradas. Nomás cruzan maliciosos cuchicheos. Saben que si ganamos, será el mismo coach el que andará acarreando las bolsas de nielo a las dos enormes hieleras donde llevamos botellas de agua y jugos, lo partirá para cubrir los six de cerveza.

Torreón es una urbe polvorosa y fea. Torreón es una ciudad de arenas y tolvaneras. Torreón es el calor desértico, agua amarga y resentimientos antiguos. Odian todo lo que huela a Durango.

Antes de entrar a Torreón, bajan algunos novatos. ¿Cachucha o tenis?, les pregunta. A correr uno metros usando como única prenda de vestir, tenis o cachucha, el resto en cueros. Ahí van los pobres encuerados corriendo en el calorón. Los pasa la camioneta de las porristas y se la curan con las vergüenzas de nuestros compañeros novatos.  

Torreón es la ciudad más anti duranguense del orbe. Nos odian. Quieren formar su propio Estado de la Laguna. Es una ciudad enemiga, resentida contra los duranguenses. Y como archienemigos nos tratan.

En una rivalidad despiadada jugamos contra los veintidós adversarios del otro equipo, contra el cuerpo de árbitros, contra el público, contra las gradas, contra el solar pelón y reseco. Contra su Dios iracundo del árido páramo.

Al finalizar el juego, la tradición es cenar birria. Birria famosa por picosa, birria de gorra, pagada por el Tecno, pos rete más sabrosa.

El equipo sin distingos, jugadores, porristas, entrenadores, gaviotas que se cuelan en el camión, sin ser jugador ni porrista, es un compa que va echarnos porras y a gorrear lo que se pueda.

Todos en una sola tribu guindiblanca vamos a cenar, a celebrar como si hubiéramos conquistado el Súper Tazón. Algunos veteranos sin simulaciones, a lo ruin y descarado, en botellas de coca recolectan la salsa de la birria: salsa más allá del fuego y del infierno, pica hasta el alma, ardiendo como las mismas llagas del infierno de Don Satanás. Palidecemos ante la roñosa acción. Nuestro abismo nalguil se estremece de pavor.

En el camión pasan la charola a los novatos: aflojen jóvenes, cooperen para el agua mineral y los Alka Seltzer. Sonríen en el colmo del cinismo y lubricidad.

Apoquinamos para nuestro propio desquite y sacrificio. Flota en el ambiente una sensación de terror y perversión. Me recuerda algunos párrafos de los 120 días de Sodoma de Sade.

Ya con el camión en marcha, al amparo de la noche, el cuerpo se enfría, los golpes y heridas de la cruenta batalla del emparrillado, principian a doler. Cada chango se enraíza en su lugar. Entre la oscuridad y ronroneo del motor, la niebla se expande, se escuchan los cánticos de la noche. Preludio de la noche de los culos ardientes.

Por charlas de mi padrino, el Chalup, ex pony como yo, del CBTIS 89, por tanto, solidario y no tan mamón, me aconseja previo al viaje, procurarme talco de bebé, agua limpia en varios botellones, un chingo de crema para nalgas rosadas. Toneladas de vaselina para anos ofendidos.

Los veteranos atrincherados en los últimos asientos, ya con varias latas de cerveza en la sangre, enfriadas en las enormes hieleras, cuyo hielo fue machacado por nuestro Coach al obtener la gloria de la victoria.

Reunidos en cónclave secreto, la cofradía de veteranos, putos enfermos. Miembros de una hermandad aún prohibida para nosotros, los mortales novatos.

No sé qué tenga de viril tal novatada y por qué es tolerada por los coachs del equipo y quizá por los directivos del Instituto.

Escuchamos sus letanías y cánticos al ofrecer nuestra anal virginidad a los Dioses innombrables. Uno a uno, llaman a los elegidos. A los novatos que esa noche perderán su castidad de hombres de bien. Nuestro honor como hombres.

Cada novato, cada víctima, es acompañado de su padrino. Ay de aquel sin padrinazgo, se arriesga a las más bajas pasiones y maldades.

Escucho mi nombre. Me tiemblan las corvas. Se me estremecen los abismos. Me sudan los orificios.

Mi padrino me conduce como oveja al matadero. Reseca la garganta, reseco el fundillo. Fruncidas las carnes oscuras. Aquellos precipicios donde nunca llega el sol.

Me arrastro lentamente con la agonía de los convictos. Por el pasillo de los condenados, por el corredor de la ignominia. Me miran con lástima y piedad los ya desculiados. Los veteranos se han transformado en faunos y verdugos.

He escuchado las historias de terror, los mitos y leyendas de la noche de los culos ardientes. El miedo pesa más que otra cosa en el mundo. Mi carne íntima e intocada, se estremece cobardemente.

Un tufillo a mierda flota en la atmósfera. Me encamino con el rostro macilento a sufrir la peor de las humillaciones que puede sufrir un macho alfa lomo plateado. Es el precio a pagar si deseo pertenecer a la fraternidad. Desconozco quién inicia tan puerco y enfermo ritual.

Al final, en el fondo del camión, se abre el círculo de la cofradía de veteranos. Bájese las fundas (los pantaloncillos de juego) dice una voz gutural, excitada, babeante. Siéntese con el culo al aire y las piernas levantadas. Abiertas sin restricciones (se oyen salivaciones y risas nerviosas) Nunca me he vuelto a sentirme tan humillado en mi vida, tan avergonzado y furioso como esa noche, ¿qué tiene de deportivo, de viril, tal bajeza? Con mi hombría a punto de ser sobajada.

La manada lujuriosa, orgía de sátiros, me sodomiza con salsa y Alka Seltzer, bendecidos con agua mineral. Los cabrones faunos me frotan las nalgas pa’ que hagan espumita. Sospecho que más de uno de los veteranos se la manuelan durante la asquerosa ceremonia.

Consumado el estupro. Consumada la violación, regreso adolorido, con el infierno ardiendo en el otrora virginal culo. El rostro saturado de vergüenzas.

Las risitas morbosas, sonidos guturales, jadeos de veteranos, jotos de clóset, se escuchan. Creo que hasta besos de lengua se dan.

Tú quieres matarlos. Tú quieres meterles un palo en el culo por putos. El coach y sus auxiliares la pendejean ante la felonía. Se hacen los dormidos en los asientos delanteros.

El chofer pone una ruidosa salsa, para ahogar los quejidos de los ajusticiados. Abren las ventanillas para airear el olor a mierda. El olor a infamia.

Ya no soy hombre decente, madre. Te he fallado padre. Desquintado arribo a mi asiento, entre ardores, rabias e impotencias.

Los novatos, los aún vírgenes, tiemblan de pánico. Los nombres y hombres, desfilando rumbo al fondo del pasillo. Al matadero del honor y dignidades. El olor a mierda en aumento. La sensación de que el mundo ha dejado de ser hermoso y puro.

Sollozos y gemidos de placer, se confunden. Un penetrante olor a semen se desparrama por los rincones. Lágrimas furtivas, rechinar de rabias e impotencia. ¿Qué clase de deportistas, futuros ingenieros, perpetúan tal clase de novatada?

En mi culo deshonrado, aplico agua limpia. cremas y vaselina. Mengua un leve el ardor en el ano. El otro ardor, el del coraje en el alma, ese nunca desaparecerá. La impotencia y rabia me duran toda la vida.

Una vez consumada la canallada, el silencio es roto por el crujir de los botes de cerveza al destaparlos. Lloramos sin llanto. Sin honor. La tristeza nos abriga sin consuelos. Sin esperanzas.

En el resto del viaje, en plena madrugada, las ventanillas abiertas al tope, hierven de las nalgas de los novatos buscando el consuelo a sus ardores culianos en el frescor de la brisa nocturna. A veces los sueños se pagan caros. Demasiado caro.

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