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Para esta tercera entrega, revisaremos el caso de Brasil y su resurgir simbólico este primero de enero del 2023 con el retorno de Lula Da Silva como Presidente. Sin embargo, la historia no ha sido fácil para el pueblo brasileño y mucho menos para el líder del Partido de los Trabajadores, quien incluso estuvo un tiempo en prisión. La historia es similar que muchos gobiernos latinoamericanos de los 90´s: el modelo neoliberal era la marca registrada. Fernando Henrique Cardoso lideró al gigante amazónico continuando con la apertura económica iniciada por Fernando Collor de Mello, su predecesor.
Para el periodo comprendido entre 1991 y 2001, el Estado brasileño recaudó 103.300 millones de dólares en concepto de privatización de empresas públicas, la mayoría por los sectores de telecomunicaciones y energía eléctrica. Eso produjo un espejismo en la economía respecto a un recambio en el consumo interno por lo que atrajo numerosas inversiones al mismo, encantadas por las dimensiones extensas del mercado brasileño.
Si bien hubo mejoras en la recaudación fiscal, la deuda pasó de 14% del PIB en 1994 al 55,5% en el año 2000, sobre todo por las altas tasas de interés ofrecidas por el Banco Central de Brasil; es decir, Cardoso dinamitó la economía en 10 años de gobierno: ¡Toda una generación! La cuestión es que al mismo tiempo, el pueblo brasileño no se sacudía las crisis sociales y económicas de mediados del siglo XX y para finales de milenio, el presidente ponía el futuro amazónico a las órdenes del Fondo Monetario Internacional, quienes vigilarían las medidas y los ajustes establecidos. Sin embargo, Cardoso jugó un papel geopolítico importante en la región, siendo Brasil el enlace de paz entre Ecuador y Perú. También colaboró en la crisis del Paraguay, que terminó con la salida del presidente Raúl Cubas y el exilio del general Lino Oviedo.
No obstante, las crisis económicas de fines de los noventas, la devaluación de la moneda y la pérdida masiva de empleos, la sociedad decidió virar a la izquierda con Lula Da Silva a la cabeza, después de 4 derrotas en la búsqueda de la silla presidencial. Así pues, Lula obtuvo la victoria en las elecciones de 2002, y fue investido presidente el 1 de enero de 2003. Para las elecciones de 2006 ganó de nuevo y obtuvo un segundo periodo como presidente, que terminó el 1 de enero de 2011.
Y es así como esa primera ola de izquierda se contagia en Latinoamérica de la mano de Lula. Y es que durante sus primeros ocho años como presidente de Brasil, implementó reformas y cambios a fondo que provocaron una transformación social y económica del país que triplicó su PIB per cápita según el Banco Mundial, al punto de convertir a la República en una potencia mundial y en la sexta economía más grande del mundo. ¡Todo esto en 8 años! Para ello aprovechó la coyuntura del momento: la desafortunada guerra en Medio Oriente y optimizar al máximo el boom petrolero.
Al mismo tiempo, llevó a cabo programas sociales como Hambre Cero o Bolsa Familia, que contribuyeron a sacar de la pobreza a unas 30 millones de personas en menos de una década. A la salida de Lula de la presidencia, 52 millones de personas, que representaba poco más del cuarto de la población, el 27%, estaban integrados al programa Bolsa Familia. Para el final de su mandato, la popularidad de Lula Da Silva alcanzaba el 80% lo que le valía una transición en automático sin percances con su sucesora, Dilma Rousseff, siendo la primera mujer en ostentar el cargo de presidenta en la historia de Brasil. Con Dilma al mando, continuaron las mismas políticas progresistas en áreas internacionales, económicas y sociales, encaminando su acción hacia el objetivo de terminar con la pobreza extrema.
Mientras tanto, en el contexto internacional y en medio de la llamada Guerra de Divisas impulsada por la Unión Europea y Estados Unidos como mecanismo para trasladar la crisis desatada en 2008, Rousseff de manera brillante impulsó una política de blindaje y autonomía, que contó con el apoyo del Mercosur y de los cinco países del Grupo BRICS.
Sin embargo, apenas estallaron casos de corrupción durante su mandato por lo que su jefe de gabinete y el ministro de Transportes, el de Trabajo, el de Agricultura, el de Turismo, el de Defensa, el de Puertos, el de Minas y el de Deporte se vieron obligados a renunciar. Incluso, la misma presidenta, fue destituida por el Senado de Brasil el 31 de agosto de 2016, por el supuesto delito de responsabilidad en el maquillaje de las cuentas fiscales y la firma de decretos económicos sin aprobación del Congreso de Brasil por 61 votos contra 20.
Tiempo después, para 2022, la investigación judicial sobre las acusaciones de manipulaciones contables que habían servido de base para su destitución se cerró oficialmente, pues el Ministerio Público Federal de Brasil no había identificado ningún delito ni acto de irregularidad administrativa, ¡increíble! De ahí que su salida de presidencia se haya tomado como un golpe de Estado por el poder judicial. Y si bien, el vicepresidente Michel Temer asumió como presidente en su reemplazo, rompió con la inercia progresista del PT y la crisis social derivó en la llegada de la ultraderecha a la presidencia.
Fueron días obscuros para la democracia brasileña. Con Dilma destituida, Lula fue condenado por el juez Sergio Moro, siendo la primera vez en la historia del país brasileño que un expresidente era llevado a juicio por corrupción pasiva. De ahí que estuviera imposibilitado de presentarse a las elecciones presidenciales de 2018, que ganó Bolsonaro sin resistencia y que de manera icónica, nombró al juez Moro como ministro. El poder judicial que saboteó a Dilma, ahora era comparsa del nuevo gobierno. No obstante, para el 8 de noviembre de 2019, se ordenó su liberación.
Peor aún para el gobierno de Bolsonaro, el 8 de marzo de 2021 uno de los jueces de la Corte Suprema anuló todas las sentencias dictadas contra Lula, debido a que el juez Moro carecía de competencia para entender en los supuestos delitos que le imputó y por ende se inició una investigación en contra del magistrado, por lo que se consolidó aún más la idea de que los intereses creados en Brasil no permitirían políticas progresistas que los afectaran, de ahí el encarcelamiento de Lula, por lo que cobró fuerza rumbo a las elecciones presidenciales del 2022.
Asimismo, para entonces el gobierno brasileño hizo retroceder las protecciones de los grupos indígenas en la selva amazónica, manifestándose en contra de ONG ambientalistas y de las tierras reservadas para las tribus indígenas. Mientras que carecía de un plan de acción respecto a la pandemia de COVID-19, incluso, no le dio la importancia a la enfermedad y sus efectos, se opuso a las medidas de cuarentena y destituyó a dos ministros de salud, mientras el número de muertos se incrementaba exponencialmente llegando incluso a los 400 mil muertos lo que llevó a cuestionar nuevamente a gran parte de la sociedad brasileña lo importante de restablecer los servicios básicos de salud dejando de lado la improvisación y negligencia del gobierno.
Ya para el 2022, Lula presenta oficialmente su candidatura presidencial para participar en las elecciones presidenciales; siendo electo para un nuevo mandato presidencial, lo que significó reconstruir su capital político y contraponerse al efecto ultraderechista de sus adversarios, amparado por el ejército, la iglesia y su alianza con los Estados Unidos. De hecho, no entrega la banda presidencial y se atrinchera en la unión americana dos días antes de la toma de protesta de Lula. Aun así, la polarización entre los grupos afines a Lula y el apoyo de las clases populares, choca de frente con los grupos religiosos e intereses mediáticos que jamás reconocieron la popularidad de Lula. Y eso se reflejó 8 días después de su toma de posesión cuando grupos afines a Bolsonaro tomaron el Congreso, el Palacio de Planalto y la sede del Supremo Tribunal Federal.
La ventaja respecto al caso peruano o boliviano -para tomar ejemplos recientes-, el 93% de los brasileños desaprobó el intento de golpe de Estado, pues la intención fue que el ejército tomara el poder y retirara a Lula del cargo. Las cosas no pasaron a mayores y días después, el presidente cesó a los responsables en el ejército. Sin embargo, tiene una tarea enorme para reactivar su apoyo social y defender a toda costa, su triunfo democrático logrado en las urnas el pasado 2022. En el caso mexicano, la apuesta por el proyecto lopezobradorista se ampara en el apoyo de las clases popular con el presidente tabasqueño. En el caso brasileño, Lula puede emular lo sucedido hace 10 años con un 80% de apoyo popular. No será fácil.
Brasil arrastra una crisis social y económica tanto por mal administración como por la pandemia. Pero esta vez, se reagrupa una segunda ola de izquierda en América Latina, todavía con más fuerza que la de hace 20 años, con Andrés Manuel López Obrador y Gustavo Petro a la cabeza. Así, resurge Brasil y a la par, la resurrección de Lula.
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