Desde las sombras opera el alto empresariado mexicano

Los 10 más ricos deben su gran fortuna al salinismo

Nacional27 de septiembre de 2022 Daniel Antonio Lara Palacios

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LOS EMPRESARIOS SON una parte importante de toda sociedad moderna, pues con su creatividad y su duro trabajo logran sostener una buena parte de la economía, crean puestos de trabajo, arriesgan su capital y, en muchos casos, su patrimonio para sacar a flote sus negocios; en pocas palabras, los empresarios son absolutamente necesarios para una vida económica sana en cualquier democracia.

En México, las empresas formales micro, pequeñas y medianas son las máximas generadoras de empleo, y con la carga fiscal implementada durante el periodo neoliberal han sido también el sostén económico de las políticas públicas del gobierno; no así, las empresas más grandes del país, a las cuales sistemáticamente se les condonó el pago de impuestos, se les permitió el abusivo sistema de subcontratación conocido como ‘outsourcing’ (prohibido por AMLO) que permitió a dichas empresas privar a sus trabajadores de los derechos consagrados en la Ley Federal del Trabajo.

A partir del sexenio de Carlos Salinas de Gortari, padre del neoliberalismo en el país, se concatenaron intereses alrededor de la figura del libre mercado, por lo que el Estado mexicano perdió relevancia económica, las empresas en manos del Estado se repartieron entre los amigos del presidente a tal grado que, si se analiza la lista de los hombres más ricos de México, los diez que la encabezan le deben su gran fortuna a las políticas privatizadoras del salinismo y a sus relaciones con el poder político; un raudal de dinero público se trasladó a unas pocas manos, así se construyó la elite de traficantes de influencias al más alto nivel.

El pelón les abrió la puerta, y los magnates ni tardos ni perezosos se metieron hasta la cocina; Ernesto Zedillo continuó con la entrega, sin perder el toque autoritario. Entregaron los bancos, los ferrocarriles, la industria aérea, la telefonía (fija y móvil), la industria azucarera, la minería, el transporte de carga, los puertos, las carreteras y un larguísimo etcétera. Se trató de implantar en el mexicano promedio la idea de que todos estos procesos entreguistas eran para beneficio de todos y que en un santiamén el país se sentaría en la mesa de las economías primermundistas; mientras, se construía una camarilla de sátrapas que se servirían con el cucharón grande y no dejarían ni la olla.

Ya entrados en el siguiente sexenio, con los trenes y la minería en manos de extranjeros y unos cuantos mexicanos, se desapareció el transporte de pasajeros y cargas por esta vía, beneficiando a amigos de Vicente Fox Quesada, que al término de su mandato le entregaron una empresa transportista por los favores recibidos. De la mano del Consejo Coordinador Empresarial y el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios (nomenclatura machista que luego cambiaron, quitándole el ‘de Hombres’) cortaron el paso del hoy presidente Andrés Manuel López Obrador con una campaña sucia que no les bastó para frenarlo, así que se concretó un fraude al interior de la instancia electoral que impuso al sanguinario Felipe Calderón.

Fue el peor de todos porque continuó entregando negocios a los mismos, pero no sólo eso, emprendió acciones en contra de la paraestatal Luz y Fuerza del Centro extinguiéndola y obsequiando el botín a su empresa favorita, la española Iberdrola, a la que se fue a trabajar como consultor al concluir el baño de sangre que significó para el país su periodo al mando. De Peña mejor ni profundizar, pues el sexenio fue la cúspide de ese sistema con galopante corrupción y la entrega de partes ‘pequeñas’ de la industria petrolera a los extranjeros con miras a irla dinamitando para saquearla lentamente.

México es tan grande y rico en recursos naturales, su pueblo es tan trabajador y noble, que no se los pudieron acabar; la industria petrolera fue una de las que no pudieron entregar en su totalidad, gracias al conocimiento popular del esfuerzo que representó echar a las trasnacionales petroleras del país en tiempos de la Posrevolución y el gran culto al General Lázaro Cárdenas, quien logró nacionalizar el petróleo y parar el saqueo en 1938.

Se convirtió por completo el poder económico en influencia política, tanto que fue indistinguible la diferencia entre las acciones de los gobiernos neoliberales y los intereses de los potentados, por cuanto unos les hacían favores a los otros, que después se pagaban con los recursos de todos los mexicanos, en un juego donde desde las sombras al alto empresariado mexicano y trasnacional se le otorgó todo sin limitaciones, sin arriesgar nada, sin innovar, generando empleos sin prestaciones para los trabajadores, sin creatividad que no fueran nuevas formas de saquear al país y de evitar pagar impuestos, cargándole la mano fiscalmente hablando a las empresas más pequeñas que sí estuvieron haciendo su trabajo como creadoras de bienestar.

Se logró un cambio democrático en 2018 que representa un grito desesperado de los mexicanos para que pare el saqueo, la violencia, los privilegios, el clasismo; para que la riqueza que generamos con nuestro trabajo se reparta de manera más justa; se trata de crear un piso parejo, de dar un valor real a la labor del obrero, del campesino, del mexicano promedio, del más necesitado, no de dádivas, sino de una reivindicación de las clases populares que son las que mantienen la economía rodando; el más grande empresario no puede hacer negocios si no hay quien trabaje en sus empresas o quien compre sus productos o servicios.

Por eso cobra relevancia mayúscula lo dicho por el presidente de la república Andrés Manuel López Obrador en el marco de la celebración de los 212 años del Grito de Independencia: “¡Muera la corrupción! ¡Muera el clasismo! ¡Muera el racismo!” …Quien juntó estas letras sólo agregaría “¡Muera el capitalismo de cuates!” y “¡Muera el neoliberalismo!” / ESPACIO LIBRE

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