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La historia muchas veces se parece pero jamás se repite. Y en el trayecto de los colectivos y las sociedades muy pocas veces se puede hablar de tomar revancha. Más aún cuando se trata de los pueblos latinoamericanos que fueron prácticamente sometidos a las dictaduras militares y regímenes autoritarios durante gran parte del Siglo XX. Y pareciera ser el caso del pueblo chileno que después de la pesadilla pinochetista y el entramado neoliberal, puede reconstruirse a partir de Gabriel Boric. Veamos como sucedió.
Después de romper el sueño de Salvador Allende, el régimen de Augusto Pinochet llevó a cabo políticas neoliberales apoyado fuertemente por los estadounidenses, aunque no duraría por siempre. Para finales de los 80´s y con una nueva crisis económica en puerta y ya sin poder culpar a los socialistas, se llevó a cabo un plebiscito en el que Pinochet dejaría el cargo con un rechazo del 54 %.
Así pues, Patricio Aylwin fue el presidente que sucedió al general y alimentó la narrativa del retorno a la democracia y aunque en el papel eran rivales políticos de Pinochet, eran grupos de centro izquierda, cristianos y socialdemócratas. La transición a la democracia no fue sencillo más allá de procurar justicia y reparar los agravios de la dictadura militar. Y prueba de ello fue no hacer cambios a fondo gran parte de lo heredado por Pinochet, como por ejemplo, la Constitución.
Y eso sí es importante revisarlo porque a la postre, para el espejo latinoamericano y el discurso conservador, Chile es el ejemplo a seguir del modelo neoliberal, sin analizar a detalle el costo social y humano que conlleva a cabo dicho modelo y al mismo tiempo, seguir alimentando esa ilusión. Y prueba de ello son las protestas sociales entre 2019 y 2020, aún en pandemia, pero eso lo analizaremos al final del ensayo.
Después de Aylwin, continuaron con políticas similares, administrando la transición Eduardo Ruiz-Tagle que gobernó entre 1994 y el 2000, Ricardo Lagos entre 2000 y 2006, para después dar paso a Michelle Bachelet en dos periodos (2006-2010 y 2014-2018) y después a Sebastián Piñera, también en dos periodos (2010-2014 y 2018-2022). Los primeros cuatro son conocidos como parte de La Concertación de Partidos por la Democracia posterior a la dictadura militar y aunque su bandera política fue la Unidad Nacional, sólo tuvieron legitimidad a partir de reparar el desastre dejado por Pinochet. La resistencia de la clase política pinochetista no cedió fácilmente y tuvieron que pasar quince años hasta que se aprobó una reforma a la constitución que eliminaba los últimos espacios que podían utilizar sus rivales políticos militares.
Al mismo tiempo, los militares regresaron a los cuarteles por las negociaciones de estos cuatro gobiernos pero también por la antipatía de la población para con ellos. Mientras que en el plano económico la transición tuvo que administrar el legado de la dictadura, por lo que en 20 años se redujo un 25 % la pobreza en el país. Aun manteniendo el modelo neoliberal, se impulsaron políticas públicas al gasto social y a la par, Chile sumó tratados comerciales tanto con EUA como con China y para el 2010, ingresó a la OCDE. (Organización para la cooperación y el Desarrollo Económico).
La narrativa de La concertación se centró en llevar a cabo políticas públicas mediante la pacificación y el ejercicio democrático con el que vencieron a Pinochet en el plebiscito. No obstante, los intereses creados y los vestigios pinochetistas no vieron con buenos ojos ese viraje al progresismo light. Si bien la ola progresista de Sudamérica a la cabeza con Chávez y Da Silva realizó cambios sustanciales en sus países en la primera década del Siglo XXI, la clase política chilena de centro izquierda no aceleró los cambios sociales a profundidad por lo que en el 2010, los grupos tradicionales conservadores apostaron por Sebastián Piñera. Y aprovechando la crisis económica mundial del 2008 y el terremoto que sacudió Santiago de Chile, la apuesta conservadora ganó las elecciones presidenciales.
Pero la luna de miel conservadora duró poco. Los movimientos sociales en puerta, tanto de los estudiantes como de los pueblos originarios rompieron con la frágil realidad chilena. Si bien los números de los primeros veinte años parecían positivos, reflejaban un repunte de un país que estaba en crisis a finales de los ochentas y que cualquier mejora reflejaría popularidad. Pero la desigualdad económica, la inflación en ascenso y los servicios básicos prácticamente privatizados como la educación y la salud no tardarían en estallar. Y para el segundo periodo de Piñera, la gota que derramó el vaso fue el alza al transporte público. Si la izquierda light no quiso acelerar los cambios, la derecha empresarial evidenciaba que cumpliría a cabalidad las peticiones del FMI. El descontento popular ya no confió en Lagos, quién pretendía regresar a un segundo periodo presidencial en el 2017.
Piñera no tuvo más remedio que ceder a reformar la constitución mediante el plebiscito del 2020, ya en periodo de pandemia y del que prácticamente un 80% de los participantes votaron por el cambio. ¡Habían pasado 30 años desde la salida de Pinochet y por fin habría un cambio en la constitución!
Pero el sueño fue momentáneo. Para el 2022 se puso en marcha el plebiscito ratificatorio y la opción de rechazo fue de un 62 %.Por ello es que la sociedad chilena en términos generales dio el viraje a la izquierda con Gabriel Boric para el 2022. Las luchas sociales y las clases populares parecen por fin tener visibilidad en el terreno político. Liderazgos jóvenes como el de Boric y Camila Vallejo se han ido consolidando pero aún tienen largo camino por recorrer y poco tiempo. Se ha avanzado con las peticiones de las feministas y los movimientos populares, pero aún hay descontento con los mapuches y las regiones rurales del norte del país. Boric y la izquierda chilena en el poder por fin tienen la oportunidad histórica de tomar revancha y hacer justicia social.
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