La historia de las últimas cuatro décadas en que reinó en México el neoliberalismo, es una de renuncia a la soberanía, de fomento a la pobreza, de títeres de una oligarquía en la presidencia de la República, lo mismo con De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón o Peña, todos operaron para fomentar la creación y fortalecimiento de una elite empresarial, que significó una catástrofe para la nación.
Se creó un sistema donde no gana el más talentoso, el más virtuoso o el más habilidoso, sino el que tiene más contactos, más recursos económicos y más injerencia en las políticas públicas, fue así que a lo largo de los 36 años de neoliberalismo en México se fortaleció un entramado de relaciones entre empresarios y políticos que permitió la acumulación de fortunas nunca antes vista en la historia de nuestro país.
La mafia del poder, como Andrés Manuel López Obrador la llamó, sí existe y son estos traficantes de influencias que, con concesiones y contratos con el gobierno, se enriquecieron a costillas del sufrimiento y la opresión de millones de mexicanos hundidos en la pobreza.
Basta con asomarse a la lista de las familias más acaudaladas en el país, para darse cuenta que no fue su creatividad y su talento lo que los puso ahí, ni siquiera su trabajo duro, sino sus relaciones con la clase política neoliberal que les entregó en pedacitos los bienes de la nación: minas, ferrocarriles, bancos, carreteras, puertos marítimos y aéreos, la petroquímica, más un largo etcétera.
Además, se encargaron de despojar a los trabajadores de sus derechos, el poder adquisitivo del salario, la salud pública, el reparto de utilidades, vivienda de interés social, todo para que unos cuantos se beneficiaran en detrimento de las mayorías.
Sienten un profundo desprecio por la gente humilde, menosprecian su esfuerzo, los culpan por ser pobres, como si no tuvieran méritos, como si no trabajaran de sol a sol, como si fueran torpes por no tener las relaciones o educación que les permitan salir de la pobreza; no se dan cuenta de los privilegios de los que gozan, se creen merecedores del poder y la influencia por la gracia divina y defienden su "derecho" a pasarse de listos con sus compatriotas menos afortunados, dicen que quieren ver un México ganador, pero siguen intentando volver al régimen de privilegios que los encumbró.
El sistema mexicano no funciona porque permite y fomenta la desigualdad, la riqueza que generamos entre todos se reparte de manera injusta, y luego vienen con ese discurso plagado de lugares comunes con frases como "el pobre es pobre porque quiere", "no les des un pescado, mejor enséñales a pescar", "es pobre por huevón", entre otras.
Lo triste de esto es que el discurso permea a un sector de la clase media, que se identifica erróneamente con los oligarcas, aspira a ser como ellos aunque viva más cerca de la pobreza que de ser un empresario multimillonario, no les gusta admitir que viven en la medianía, porque lo han hecho sentir que su esfuerzo es insuficiente, entonces se niega a sí mismos y defienden a sus opresores.
El pueblo mexicano es luchador, talentoso, creativo, trabajador, capaz, aguerrido, amoroso, pero se ha implantado por décadas la idea de que lo mexicano no es suficiente, a ver lo gringo o lo europeo como algo a lo que hay que aspirar, como si el solo hecho de ser extranjero fuera un certificado de éxito o de superioridad intelectual (o de otra índole); por eso no es sorpresa que los neoliberales hayan entregado a extranjeros una buena parte de la riqueza nacional, muchas de las privatizaciones beneficiaron a consorcios de otros países.
El gobierno de AMLO cuenta entre sus logros el haber parado la sangría a los recursos de los mexicanos, una lenta y aún insuficiente recuperación de los derechos laborales y de la soberanía nacional, pero junto con esto también llegó la furia de los que se sentían dueños de México y que a través del PRIAN impusieron su modelo entreguista y de saqueo, se siguen negando a renunciar a sus privilegios quieren volver a lo anterior y harán lo que consideren necesario, incluso doblando la ley, para hacerlo.
El cambio cultural producto del obradorismo se acerca a su momento definitorio, la elección de 2024, es ahí donde se define el futuro del país; el dilema es entre la continuidad del movimiento progresista de la Cuarta Transformación o la regresión al sistema de privilegios y desigualdad del PRIAN, el primero busca convencer con la razón y el segundo con el odio y la mentira.
Que no nos engañen, su neoliberalismo fue un fracaso.
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