El otro Durango

Local 21 de marzo de 2023 JESÚS MARÍN

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El otro Durango. El Durango de las sombras. Del que nadie habla, pero todos sabemos que existe. El Durango de los secuestros y levantones. Durango del tráfico y trasiego de drogas. Durango de los desaparecidos. Durango de los enterrados en fosas clandestinas. Durango de los muertos en enfrentamientos y balaceras que nadie reporta y las autoridades ocultan. Durango de la prensa callada y cobarde.

Durango de los pueblos fantasmas. De los pueblos muertos. El otro Durango, de los cuernos de chivo y camionetas de lujo. El Durango del gobierno dentro del gobierno. El otro gobierno, del billete grande que pone y quita gobernadores a sus conveniencias. Ese Durango, amo y señor de las sierras, las quebradas y los valles. Donde sus ráfagas son la ley.

El Durango del triángulo de oro. El Durango del no transitar por ciertas regiones ni por carreteras de noche. Y a veces ni de día. Ese otro Durango de pueblos devastados.

Durango que nadie quiere reconocer. El Durango incómodo. El otro Durango, ni callado ni tranquilo. Welcome to Durango. Bienvenidos a Durango. Bienvenidos a Duranghetto. Welcome to Duranghetto.

 

I

 

No señor Sicario, no me mate usted. Yo no quería estar en medio de sus balaceras, pero tengo que vivir en esta ciudad. No señor Sicario no me mate usted. Yo no soy de ningún Cártel, ni tengo en que caerme muerto. Soy mexicano de tercera. No señor Sicario, no me acribille usted. Yo gano el mínimo y le voy a las Chivas. Y el único cartel que tengo es de Gloria Trevi en la pared.

No señor Sicario no dispare usted, no gaste sus preciosas balas en tipos como yo. Yo no quería salir a la calle, pero tengo que trabajar para comer. No señor Sicario, no sea usted tan cruel, no señor Sicario no sea usted cabrón, le juro que no me vuelvo a entrometer en su fuego cruzado. Le juro que no vuelvo a detener sus balas perdidas con mi cuerpo. Le juro que no vuelvo a salir después de las ocho de la noche. No señor Sicario no me mate usted, mejor mátense entre ustedes y déjennos vivir en paz. No señor Sicario…¡ahhhhggg!

 

II

 

Madre, tengo miedo de morir de muerte no natural. Morir por sobredosis de plomo. Por filo de machetes. Por andar de vago, sin cabeza en hieleras. Madre, una reluciente camioneta te levanta mientras los verdes guachos se hacen pendejos. Mientras desapareces sin dejar huella. Mientras Z pintan cruces en tu frente Mamá, ya soy del Cártel de la desesperanza. Tengo la sangre desamparada. Pura droga de tristeza.

 

III

 

De niño, allá en el rancho, abuela me aventaba granadas de lo alto del cielo, rojas y jugosas, explotaban en el suelo, manchando de rojo vino la tarde, granadas dulces de blancas flores. Hoy abuela está muerta, lo mismo nuestra inocencia, mientras el país se hunde, con los vecinos rafagueados, las familias asesinadas, los polis caídos, los batos colgados, los guachos acribillados. Hombres y mujeres encostalados. Las cabezas huérfanas. La gente colgada de los puentes. Ellos cada vez más dueños de todo. Hombres y mujeres asesinados a mansalva, sin piedad. 

En esta guerra no hay prisioneros ni héroes. Hoy vuelan granadas, negras palomas de muerte y odio. Vuelan en las plazas. Vuelan en las estaciones. Vuelan en las escuelas. En los cazones. Explotan sus alientos de infierno. Sus metrallas mortíferas. 

Granadas en los desfiles. En las carreteras. En las escuelas. Dentro de nuestras almas. El campo de batalla es México. Nadie está a salvo. Las lanzan camionetas desconocidas. Granadas de odio y muerte. Rostros encapuchados. Manos asesinas. 

Mancillan de sangre las calles. Enlutecen corazones. Pervierten inocencias. Hoy es la guerra de guerras. Salvaremos al país, chilla la peyorativa oficial. Salvaremos al país, ¿quién nos salvará de ellos?

Es una guerra perdida de antemano, los mismos que la combaten, los mismos que la solapan. Y nosotros somos las víctimas. Y nosotros somos la estadística. Nosotros, el pueblo, ponemos a los caídos. A los olvidados al día siguiente. Nosotros no somos indispensables. Vuelen granadas. Vuelen, vayan y exploten en la plaza de nuestro corazón.

 

IV

 

Dicen que lo levantaron en plena misa de doce, el sol a punto de endiablarse. Venían en varias camionetas Durango. De esas que ni el Gobernador ni el Cardenal, con sus soberbias, poseen. 

Ninguna patrulla por milagro santo. Ningún guacho verde. Eran más de veinte pero no menos de sesenta. Amos del cuerno de chivo. Sicarios de alto poder. Dorados de pulseras y metralla. Enmascarados en luto profundo. Todos con el alma negra de codicia.

Bajaron al Padre a punta de culatazos del altar. Aquí el único Dios es el patrón. Pinche puto Cura tan hablador. Lo levantaron con sus sangrientas garras, ante azoro de creyentes y parroquianos. Ante silencio de Santos. Ante mudez de Cristo crucificado. Ni una oración de despedida. Ni una veladora encendida en salvación del alma. 

Por la tarde se supo del rescate. Pedían mil indulgencias. Novecientos padres nuestros; como prueba de buena voluntad, mandaron la mano derecha del Cura. Esa con la que bendecía. Del vicario de Cristo no se supo nada. Se cree que ya está a la derecha del Señor. 

 

V

 

Ese de ahí, es mi hijo, el que está como dormido en el suelo, quebrado a mitad de su flor, cual paloma de alas tristes, rodeado por su sangre inocente. Con sus alas rotas de mártir; cubierto por blanca sábana. 

Apenas cinco años. Y lo único que soñaba era ser niño. Y lo único que sabía era sonreír. Hoy por la mañana lo dejé en el kínder. Quería obtener una estrella en su frente para dármela a mí, su padre. Sería la luz de mi vejez. Él era mi estrella. Hoy está muerto. Hoy también a mí me asesinaron. 

Me hablaron al mediodía. Una balacera por el rumbo de la escuela, ulular de patrullas y alaridos de metralla. Una bala perdida encontró destino en la frente de mi niño. Bala perdida que acabó por herirme de mortal muerte. Mejor me hubieran matado y no dejarme vivo sin corazón. No dejarme vivo sin el amor de mi sangre.

Sí, ese de ahí, es mi hijo, apenas cinco años y ya me lo mataron. Son cosas de la guerra dice el Presidente. Daños colaterales. Quizá porque a él, nunca le han arrancado los ojos. Nunca le han arrancado el corazón.

 

VI

 

Merezco este blanco rectangular, frío y devastado silencio. Merezco esta herida de un solo tajo. Este mi desamparado cráneo en esta mortuoria hielera. Estas cuencas de ojos vacíos.

Quien a hierro mata a machete muere. Merezco este flotar, libre de cuerpo y venas. Este callar de balas. Estos ojos cuajados de soledad. ¿A dónde habrá ido mi cuerpo a juguetear sin mí? ¿Quién le dirá a mi madre que he sido decapitado? Por andar de cabrón. Por andar de Sicario. 

Adiós a mi madre. Adiós a mi querido Durango. Hasta pronto, mis compas. Que me entierren con la banda y tambora. Con tronidos de cuerno de chivo que tantos paros me hizo. Adiós a mis mujeres y a mis morritos. Voy a extrañar los domingos paseando por la de veinte en camioneta perrona, bebiendo cerveza, con las bocinas reventándose. Las narices atascadas de la fina. Hartos dólares para comprarles el suspiro. 

Kilos de coca pillando como gorriones. La juana quemando brasas del infierno, ardiendo en mis ojos. Prefiero cinco años a toda madre que una vida de esclavitud. Prefiero ser rey por pocos años que un jodido de miserable existencia.

Rueden cabezas, rueden cabezas por esos caminos del Norte. Lleven el mensaje que aquí, en Duranghetto, Cristo es descabezado.

 

VII

 

A cambios de sus pobres vidas, les dan uniformes roídos y míseros. A cambio de arriesgar la vida, les pagan miserables centavos por quincena. Cumplen con su deber a cambio de sus cuerpos baleados. Les dan un puñado de medallas, un inútil y hueco discurso. Un diploma donde afirman que son héroes.

Mejor les hubieran dado mejores armas. Les hubieran dado con qué defenderse. Les hubieran dado sueldos para mejor comer. De qué les sirven los emotivos homenajes. De qué les sirve el minuto de silencio. Y las salvas al aire. Les toquen el himno y ondeen la bandera a media asta. 

Ellos están muertos. Ellos fueron asesinados. No escuchan el ulular de sirenas rindiéndoles tributo. Ni sienten la tristeza de sus compañeros uniformados, rindiéndoles homenaje. 

En sus ataúdes metálicos duermen a salvo de las hipocresías de sus superiores. No escuchan las falsas condolencias a sus viudas y huérfanos. Han asesinado a policías. Culpables o inocentes. Leales o corruptos. Las balas no discriminan. Sus camaradas rezan para no ser los próximos. 

Sus madres lloran el asesinato de sus hijos policías. Se preguntan, entre la tristeza y la rabia. De qué les sirven a sus muertos las guardias de honor, el retumbar de fusiles, las lágrimas de cocodrilo de sus jefes. Sus cuerpos fríos, tiesos y desamparados en su cárcel de silencios. Al menos el hambre ya no les duele, y el miedo, el miedo se les acabó.

 

VIII

 

Juanita fue mi primer amor. Amor de chamaco. Tímidos besos nos dábamos. Delgadita y olorosa, me prendía universos. Con Juanita olvidaba lo jodido de este mundo, olorosa como el mismo Satanás. Podías coger y pistear toda la noche. Con el tiempo, Juanita no fue suficiente. El primer amor llega a aburrir.

Entonces me la presentaron a ella, a la Blanca, chica de altos vuelos, gustos caros y refinados, pero valía la pena cada gramo de su pálida tez. Mi Blanca es reyna de altos vuelos. Con ella pasé de andar en patines a volar en súper jet. El tarjeteo a mi gusto, la acaricio. La snifeo tiernamente a mi nariz. Ahora sí, cabrones, agárrense que traigo llanta ancha.

Ninguna vieja por buena que sea, es para siempre. Y la Blanquita tarde que temprano no me aguanta el trote y te desinflas gacho. Te desaceleras mortal. Te entra la temblorina. Los bajones son rete gachos, la esquizo te alucina sin piedad. 

Hasta que una noche la conocí a ella, la reina de las reinas. La chulada más transparente en la vida. Cristal, fina y celosa. Te exige fidelidad absoluta. A toda madre sus besos. Muy cabrona en su belleza artificial Y de ahí pa delante, el paraíso. Dicen que hasta que se me queme el cerebro, hasta que el alma se calcine.

Total para drogarnos nacimos, drogos somos, y en si en el viaje quedamos, pos ni pedo, son gajes del oficio al matarse por gusto.

 

IX

 

Desde la pequeñez infinita que los inunda. Desde la impotencia que lo consumen. Con sus hocicos de embustes. Con sus bolsillos cagados de sobornos. Con sus huevos de gallina. Y soldados que lo protegen. Rodeados de guaruras, viajando en carros blindados, dice el señor Presidente de la Nación, proclama el señor Gobernador, el Alcalde de cada pueblo, con la mano en el corazón, limpiándose mocos y lagrimones, con el lábaro patrio: “Ganaremos esta guerra. Vean el lado bueno del genocidio. Sean optimistas, no podrán negarlo, mexicanos y mexicanitos, que si seguimos así, con las muertes y matanzas, acabaremos con la explosión demográfica, aumentaremos la venta de fosas y ataúdes. Llenaremos las ciudades de soledades y tristeza. 

Son mínimos los daños colaterales: miles de niños huérfanos. Miles de familias destrozadas. Millones y millones de mexicanos asesinados. Tengamos confianza, tenemos los recursos, tenemos la voluntad y lo más importante: Tenemos ciento treinta millones de mexicanos para ofrecerlos como carne de cañón. Ofrecerlos como chivos expiatorios,

Lucen hermosas las estadísticas. Tenemos repletos los panteones. Esta guerra la ganaremos aunque acabemos con el país. ¡Viva México¡”

 

X

 

Pinches gringos culeros, nos venden las armas, nos venden las municiones. Y se quejan de la violencia nuestra. Lloriquean que somos un país inseguro, que somos peor que su conciencia.

Para venir a emborracharse, para venir a ponerse hasta la madre, inyectarse sus perversiones, cogerse entre ellos, a nuestros niños y muchachas, no somos tan inseguros, ¿verdad pinches gringos culeros?

Pinches gringos hipócritas, con una mano te acusan y con la otra sostienen el churro. Pinches gringos locos, mariguanos y drogos, mientras ellos lo demanden y la fumen, no habrá ley ni Ejército que paren al narco. Dios, salve al dólar.

 

XI

 

¿No oyes silbar las balas? Señal que vivimos en México. Señal que van a acribillarnos. Sales a la calle con el Jesús en la boca. Con la incertidumbre del torero. El miedo quemándonos las vértebras.

Uno no tiene escolta de matones. Ni camionetas blindadas. Uno debe conformarse con los rezos y escapularios. Uno no sabe si va a regresar con la cabeza y cuerpo, en una sola pieza. Con la boca encintada. Con el cuerpo ensarapado. 

Besa a tu mujer, abraza a tus hijos. No sabes si será la última vez que los veas, quizá acabes colgado de un puente o con la cabeza huérfana de cuerpo. Por el pecado de nacer en un país, donde la ley es la bala silbando, el Sicario ladrando metralla. Cuídate de los polis, de los de verde, de tu vecino, de tu camarada. Nunca sabes de dónde saldrá la Muerte. Cuídate si no oyes silbar las balas. Señal que has sido acribillado.

 

XII

 

Aquí todos somos presuntos culpables hasta que no sueltes la feria precisa bien maciza. Corrompas o rompas madres. Culpables de ser adictos al miedo, no por decisión ni querencia. El miedo no cuesta ni pagamos mordida.

Aquí no somos presuntos, somos culpables por nacimiento. Culpables por ser pobres y jodidos. Resígnate, te mintieron en la escuela. Te mintieron en la vida, nunca fuiste el futuro de nadie. Ni del tuyo. Ni lo serás.

 

XIII

 

Si el miedo pagara impuestos, seríamos potencia mundial. Los nuevos ricos del orbe. Aquí lo que sobra es el miedo. Y lo que falta es esperanza. 

Aquí le tienes más miedo a la ley que al mismo miedo. Miedo de expresar lo que sientes. De morir por estar en el lugar equivocado. De caer en la cárcel donde no sales si no es a punta de metralla o de billetes. Y chinguen a su madre los inocentes.

 

XIV

 

Ellos, los narcos no matan con mentira. Ni con campañas políticas. Ellos lo hacen con relucientes balas gringas. Lo hacen cortando cabezas, cual higos maduros. No a pausas ni con cinismo descarado. Ni te llenan la cabeza con demagogia como las mierdas de los políticos. Te la llenan de plomo, no de promesas. Ni te hacen tragan la mierda de su politiquería.

Con ellos tragas plomo y sudas sangre. Te mueres de una sola ráfaga, sin despensas ni requisición de credenciales. Cierto, ellos son asesinos, despiadados, malvados. Ellos son lo que son, no pueden ser otra cosa, no quieren.

Los otros, los asesinos del traje de corbata, los políticos mexicanos, son la mierda de la mierda, aunque los bendiga el Papa. Y se desgarren hablando de su puta democracia. Besen niños y babeen micrófonos.

Dicen amar al país, salvarnos de la delincuencia, mientras saquean nuestra riqueza, venden nuestra patria. ¿Quién nos salva de ellos? 

Ellos, los políticos nos joden más que mil R15 tronando. Ellos, los narcos, te pudren el cerebro de droga. Te arrancan la cabeza sin miramientos. Te cuelgan de puentes cual adorno navideño, pero no te torturan cada sexenio con pendejadas. Con despensas rancias y miserables promesas. Ni te matan de hambre, ni de rabia, con sus descarados obscenos discursos. 

Ellos te asesinan a balazos. Los otros te asesinan con sobredosis de desesperanza. Ellos te quitan la vida, los otros la fe, que es peor que morir. Al menos sabes que ellos nunca van a mentirte cuando te levantan, sabes que es para siempre. Los otros te matan despacito.

 

XV

 

Pásele, viaje redondo al infierno. Un tour por las tierras del Sicario. Conozca quién es quién en los cárteles. Vea frente a frente el brillo de las R15. Oiga zumbar las balas por el mismo boleto. Llévese de recuerdo una cinta canela ensangrentada. La cabecita en el llavero.

Tómese la foto junto al último ejecutado. Sea la envidia de sus amigos al ser levantado. Atrévase a perder algo más que la cabeza. No sea culo. A nadie le preocupa una muerte más. Sea parte de las estadísticas. Engrose con orgullo la lista de los caídos.

Atrévase a viajar por donde ni el Ejército se atreve. Sea hombrecito, no un pinche llorón. Ahora en vez de seguro de viajero, le ofrecemos gastos del funeral.

Viaje en bus tan cómodamente como en cualquier carroza funeraria. ¿No le gustaría dormir en una narcofosa? Sea descabezado por el mismo costo. Machete y sarape incluidos. 

En Viajes a una Muerte segura se lo garantizamos.

¡Welcome to Durango! ¡Bienvenidos a Duranghetto!¡ ¡Bienvenidos a México!

 

XVI

 

La ciudad Durango se ha convertido en enorme fosa, conviven los muertos con los vivos, descabezados con colgados. Los muertos de miedo con los muertos por balacera. 

La ciudad Duranghetto respira miedo. La ciudad de Durango respira el abandono de Dios. Y los ciegos son ellos, que no nos escuchan, viven en su mundo de discursos y cortes de listón.

La ciudad es enorme narcofosa. La ciudad Duranghetto ha dejado de pertenecernos, los dueños son el miedo y la resignación; miedo metido en el alma. Resignación a morir cualquier día, en una balacera, aparecer desnudo y ejecutado, en nuestro pequeño ghetto. 

Atmósfera de olor a Muerte, olor de olvido de Dios. Olor de cuerpos corrompiéndose. Olor de almas agonizantes. El olor del miedo espanta a vivos y corrompe a los muertos. ¿Escuchas el gemido de esas almas que no encuentran la paz de los sepultos? ¿Qué haremos con tantos muertos?

¿De dónde sale tantas narcofosas? ¿Cómo fue posible que nadie se diera cuenta? Bien dicen que el miedo es el mejor de los candados. 

 

XVII

 

Desde abril del 2007 en la ciudad Duranghetto, brotan los muertos, quizá ya cansados de tanto silencio, quizá buscando su nombre, buscando quién les rece un rosario.

Uno a uno, fueron emergiendo como golondrinas descoyuntadas. El aire convirtiéndose en maldición. El horror es el rey. Nuestros corazones son narcofosas.

 

XVIII

 

Durango, enorme corazón sangriento en el mapa de México. La otrora ciudad colonial, callada y tranquila, ya sólo en el corrido. El rafagueo es música norteña, el chirriar de llantas, persiguiendo, levantando, ejecutando a diestra y siniestra.

A los lejos, siempre demasiado lejos y a destiempo, el ulular de patrullas en impresionante despliegue de prepotencia, trocas repletas de guachos, relucientes rifles de gran calibre. Ostentosos lentes oscuros, pero siempre demasiado tarde. 

Y la triste sirena de los paramédicos buscando otro asesinado qué sumar a las estadísticas. Tachando otro nombre de la lista de los vivos. 

 

XIX

 

Hemos perdido la cuenta de las narcofosas. Después de las doscientas fosas dejamos de contar. Los insepultos corrompiéndose, nos miran con sus cuencas vacías, con su carne pútrida, tendidos bajo el manto azul de la ciudad.

Doscientos diecinueve muertos y contando. Con un nombre olvidado, tienen una historia. A dónde los irán a llorar sus deudos. Quién habrá de llevarles flores.

Acaso la hueca declaración de ‘investigaremos hasta las últimas consecuencias’, les devolverá la paz, les devolverá las ganas de vivir.

Doscientos diecinueve cadáveres, contaminando el antes límpido aire de Durango, ese azul de película, se mira de pálido azul mortuorio. Y nadie hace nada.

Nosotros, los vivos, sin a dónde ir, aquí nacimos, aquí están nuestros muertos, nuestros ejecutados. Nos queda la oración, la esperanza de no perder la cabeza por error. Morir por bala equivocada. Nos queda acurrucarnos. Cerrar los ojos esperando un milagro. Esperando Dios se apiade de todos nosotros. 

 

XX

 

En Durango, Duranghetto, Dios hace tiempo fue descabezado. Ellos, los hombres del traje y corbata, los del uniforme verde reluciente, lucientes de medallas y botones. Ellos, los de negro y cara encubierta, con sus armas, con sus estrategias, van contando los ejecutados, sirven para escarbar y remover la tierra de las narcofosas.

Su brillante trabajo es pintar de gis los contornos de los cuerpos, levantar del suelo los casquillos percutidos, confiscar las camionetas último modelo. Contar el número de balazos.

De lo otro, de la ley y la justicia, han perdido memoria. Su única memoria es escuchar el tintineo de las monedas, el cálido aire de un fajo de billetes. Ante flashazos, rodeados de micrófonos y grabadoras, con la cara seria diciendo que fulano de tal es culpable, anunciando el mega plan que acabará de una vez por todas con lo que queda de nosotros. Jurando y perjurando por la memoria de su madre, de la que carecen, se investigará hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga, 

Y ya han caído más de cien mil mexicanos. La ciudad Duranghetto ya no nos pertenece, pertenece a la rabia, a la sed por la violencia, ¿qué más podemos perder? 

Total, vida solamente tenemos una. Y esa ya no nos pertenece, pertenece al miedo. Bienvenidos a Duranghetto, respira el olvido de Dios ¡Welcome to Duranghetto! ¡Welcome to Duranghetto!

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