Cuento / 1a. parte
Es diez de mayo, día de las madres en México, sacamos a orear a nuestras cabecitas blancas, a la madre solo hay una, a por mi madre bohemios, a la jefita.
Y por un pinche día, a algunas afortunadas se les perdona estar al frente del paredón, de la trajina de hacer de comer y de lavar vajillas, y hoy llevadas a comer algún restaurant, atiborradas de cursis –y muy caras rosas- por remordimientos tardíos de hijazos de mi vidaza.
Un día al año el sacrosanto diez de mayo, día sagrado para el mexicano que se digne ser mexicano, para el mexicano que llora con el brindis del bohemio o cuando se le muere la abuelita a Pedrito infante.
Diez de mayo, día de la madrecita santa y abnegada, en que los mexicanos recordamos que sí, después de todo, tenemos madre, aunque el resto del año, parezca y actuemos que nos vale madre nuestra madre. Excepto al recordarles la madre a los otros mexicanos, con el puño, el chiflido, el pito del carro y demás gestos.
Para la inmensa de las mujeres mexicanas, el día de la madre ha de ser un cuento de terror que sufren en silencio y mostrar la mejor de sus sonrisas, y válgame Dios, no se vayan a ofender la descendencia, por no demostrar profundo agradecimiento por haberse acordado de ellas.
Y en este día, agradecen hasta el tuétano que por un día dejarán de ser el sparring, costal de huesos donde se descargan las frustraciones de los otros miembros familiares, ser sirvientas sin sueldo, acosadas y maltraídas, físicamente, es decir a chingazos y emocionalmente, jodiéndolas con nuestro machismo y acoso.
Es su día ¿no? Disfrútenlo, para que luego no se anden quejando todo el año que ni por casualidad nos acordamos de ellas.
Las que tienen doble trabajo, ser madres y sustento económico del hogar, pues ni se diga, lo celebrarán trabajando, para llegar a casa, donde sus vástagos ya le compraron el pastelote, (mismo que tuvo que pagar la festejada) de esos que nomás le falta el letrero “cómeme soy el camino seguro a la diabetes”.
Y de seguro rosas, ya de plástico made in china o de esas cultivadas en serie; cansadas y todo, la segunda friega, la comida del día de la madre o cena en este caso, las tarjetitas, caray en vez de pinches tarjetitas cursis por qué mejor no les regalan un viaje a Mazatlán o de perdida una tarde de silencio y solar esparcimiento, sin hijos, nietos que las estén fregando, y la televisión para ella solita.
Las otras madres, las de a la antigüita, las que aún pueden llamarse reinas-sirvientas, del hogar, pues chinga que se llevarán para celebrar su día.
Desde tempranito a limpiar y trapear la casa para recibir a los hijos, nueras, yernos, nietos y demás miembros de la manada que de seguro llegarán con la planchota, con los zapatos de liquidación, el vestido chillón de regalo, las joyitas de mentira, y eso sí, con un hambre perruna que da pavor, con el típico elogio ablanda corazones maternos: “ nadie cocina como mi jefita”, ante el rictus de “ya verás cuando estemos en la casa pendejo hijo de mami” de la nuera, ahí si te voy a partir la madre.
Luego nadie menciona el pleito encarnizado que un día antes se efectúa a escondidas en la intimidad de los matrimonios: “el año pasado fuimos a casa de tu mamá, ahora le toca a la mía, ni madres, tu mamá es una pendeja que ni cocinar sabe…Rigoberto no te permito que hablas así del ser que me doy la vida…” y zas los gritos, desgranamientos y estrellamientos, rayadas de madre, se reparte tan sabroso que parecen que los estuvieran regalando.
Nadie sabe a ciencia cierta en que acaba tal desmadre ocasionado por las santas madrecitas de cada uno de los participantes del agarrón. Algo sí es seguro, a alguien le partieron toda su madre y ni las manitas metió.
Y la abnegada madrecita toda la mañana metida en la cocina, a prepararles el bastimento al clan, satisfaciendo antojos a cada uno, que al hijo le gustan los chiles rellenos con granada, que a la hija el arroz a la mexicana, que a su viejo marido las enchiladas pa quitarle la muina que ese día no va a ser él el centro del universo y no esté con su carota toda la tarde, nomás chupando, encorajinado casi en el límite del encabronamiento, por ser ignorado y no vaya a querer dar de guantazos en cuando se vaya la prole, total que al llegar la hora cuando empiezan arribar los hijos, que por pura casualidad es cuando ya el arroz ya se coció y ya huele rete rico la casa, la encuentra todavía sin arreglar, y con el delantal por delante, y toda molida de la espalda y de las manos por haber estado todo el día en la cocina, pero con sonrisa plena que solamente las madres son capaces de iluminarnos, pacientemente escucha los berridos de los hijos con “el estas son las mañanitas…” y sobres, aguantar las rolas de rigor del día de las madres, desde Cariño que dios me ha dado del infaltable Pedrito Infante hasta esa de Ahí es mi madre cantada por la brasileña Denisee.
Los únicos a los que se les ha comprobado cabalmente que en pleno día de la madre carecen de tal, son los comerciantes, esos para que vean que no tienen madre, de golpe y porrazo, días antes, suben los precios de los arreglos flores, saben que por nuestra madre daríamos lo que fuera, por competir y joder a los demás, demostrándoles que nosotros sí tenemos madre, nos endeudamos hasta la madre. Esos sí que hacen su agosto en pleno mayo, encareciendo, las flores, los chocolates, pasteles, perfumees y demás chucherías que se suponen van a encantar a nuestra jefita. Y días antes apelan a nuestro sentimentalismo cursi de los mexicas: ¿no le vas a regalar nada a tu madrecita?, y aparecen los niños güeritos abrazando a una madre esbelta y feliz, nada que ver con nuestra realidad, que si le regalas un cel ella te va amar más, regálale una lavadora y le mostrarás cuanto la quieres. No seas de los que no tiene madre, compra, compra el amor de tu madrecita. Mendigo codo desnaturalizado y desmadrecido si no lo haces. Y chingue a su madre el que no le regale nada a su amá.
Lo mejor del día de las madres es que dura exactamente veinticuatro horas. No creo que aguantaríamos más. Desde que amanece no se habla de otra cosa, que si las madres es el tesoro, Dios, que si madre solamente hay una, y los versitos de cajón: mami querida, mami del alma; vemos por las calles a hijos e hijas, con la mirada extraviada, los ojos saltones, la baba cayendo desde la comisuras de los labios, tratando de redimirse de 364 días de olvido, de abandonos, de la madre querida, haciendo las compras, todas inducidas al subconsciente por la publicidad subliminal: el pastel, el globito, el animalejo de peluche; prendes el radio y por todos lados, las lagrimotas por la madre en canciones melcochas, el que no le pide perdón, le prende veladoras, le declara las frases estereotipas, de cajón, mami yo te quiero porque me diste la vida; prendes la tele y te pasan un maratón madristico que nos pone a hasta la madre, desde la clásica, madre abnegada de mamá campañita, hasta la desgarradora escena de Pedro Infante abrazado a la tumba de su mamá grande llorándole, mientras el cielo se le desploma a ríos; en fin que cuando se acaba la fiebre maternal, la mayoría, hijos y huérfanos, estamos hasta la madre, alcoholizados y echando madres, y la pobre madre, bien madreada, de soportar escuincles abraza abuelas por un día, nueras resentidas, hijos pródigos; a recoger el desmadre dejado por sus adorables criaturitas: platos, sartenes sucios, botellas de cerveza, de tequila, ya que no se sabe por qué misterioso misterio, desaparecen los hijos amorosos en un instante, quizá van a preparar el siguiente día de la madre. En la madre, dice nuestra amorosa madre, qué bueno que solamente hay un día de la madre al año. Lo más seguro, es que ya dejó de ser su madrecita adorada y les vale madre que se joda en recoger todo su de batidero.
Por último los que de verdad no tienen ni pizca de amor maternal son aquellos que le bajan un ferión a su madre para comprarles su regalo y al último les salen con el abrazo, con el rollo de que el amor verdadero no se compra, se da, pero eso sí, ellos estrenado tamaño relojote o papos nuevos. Y valiendo madre, dicen en quedito sus madres. Y ah por fin acabó este desmadre, ya estábamos hasta la madre.
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