Adiós a las Victorias

Crónica de una triste carta de amor

Cultura16 de abril de 2024 JESÚS MARÍN

victoria web

Querida Vicky:

 

Esta es la carta más difícil que he escrito en mi vida. Cómo despedirse de lo que más he amado en la vida, sin que ese adiós te destruya. No sabes el dolor que me causa terminar con nuestra relación de años. Con ese amor que nos une.  Acabar con ese entendimiento de medianoche y ese desplome en infinitos barrancos.

Nunca he de olvidar las infinitas muertes que sufrimos juntos y los resurgimientos de entre las hogueras y los barcos hundidos. El que me esperaras ansiosa, fría y oscura, con la ternura y el veneno de tu sabor. Con tu cuerpo que nunca me negaste, con tu sangre que fue alimento de mis tristezas.

Créeme que te voy a extrañar como jamás he extrañado a ninguna. No, no pienses por favor que te he cambiado por otra; eres el gran amor de mi vida. Eras mi suicidio cotidiano, muerte necesaria de cada noche para no enloquecer, para no terminar en las fauces de la mediocridad o acabar mendigando antes los muslos de una mujer.

Tú eres la única que no me traicionado, la única que siempre ha estado conmigo en las buenas, pero sobre todo en las más angustiosas etapas de mi vida, brindándome el refugio de la inconsciencia. Dime cómo olvidar la forma en que te entregabas, sin condiciones, ni límites, con la inocencia de la primera vez. Sin esas falsas piedades de las otras. Si eso no es amor, no sé qué es, pero debo dejarte, debes dejarme ir, lo nuestro ya no puede ser. Hemos sido traicionados por la vida, el destino se ha interpuesto con su arrogancia y frivolidad. Y es mejor así, despedirnos sin chantaje ni lastimas. Recuérdame como lo que fui, un gran amante tuyo y un humilde servidor de tu religión.

Desde que supe que habías llegado a Duranghetto te he sido fiel, por ti he despreciado rubias y claras, eres la única morena que ha conquistado mi corazón a riesgo de perder mi hígado. Eres mi chica especial, chica de piel morena con venas de ámbar, de las cuales bebí hasta ahogar mis desdichas. Y brindé hasta olvidar por qué brindaba.

Hoy no sabré qué hacer con las noches, sobrio e insomne, sin tus labios, sin tu líquido dorado refrescándome la garganta. Sin tu cuerpo redondo y frío, acariciado por mi mano. A quién le contaré esas cosas que sólo uno puede decir cuando se han derrumbado las hipocresías y surge el niño triste que uno es en realidad. A dónde irán esas noches cuando en la cama, abrazados, tan cerca de mi pecho, recorríamos las islas olvidadas de los griegos, los cantos malditos de Bukoswky  y ya en plena agonía, surgía el rostro de mi madre muerta y la tierna infancia reclamada.

Ay Victoria, mi pequeña niña oscura, tú me salvaste de noches solitarias cuando no había otro camino que derrumbarse, cuando no había otra verdad que joderse el alma. Era tomarte, libre y entregada, exenta de obstáculos entre mi boca y tu boca, beberte toda, gota a gota, sintiendo el amor renacido cada vez que estábamos juntos.

Cada vez que tú y yo, únicos habitantes de mi isla, nos reuníamos a escuchar largos blues y hablar de los tiempos idos, me escuchabas silenciosa, cuando a mitad de la feliz embriaguez que me causabas, te hablaba de esa mujer que se llevó mi soledad, de esa otra que nunca más he podido olvidar o de aquella que arrancó de un tajo mi hombría. Y tú, querida muchacha, me sonreías, con tu fría sonrisa tan amada, luego ya desnuda, te deslizabas por mi garganta, religiosamente, inyectándome de fe, llenando mi sangre de una paz que hacía que mi mundo fuese menos desgraciado.

Tus besos, querida Victoria, han llevado a mi mente por oscuros caminos, por sendas nunca antes pisadas por mi entendimiento, lograbas despertar hombres que sólo he soñado que soy, me convertías en pájaros indescriptibles y en sensaciones no vislumbradas. Esas noches cuando el alma parece gritar desde muy dentro de los huesos, no las hubiera sobrevivido sin ti, acompañándome. Sabes ahogar mi melancolía y ofrecer amparo carente de reclamos.

Te lo agradezco eternamente. Hay veces que los hombres tenemos que escapar de nosotros mismos, olvidar nuestra triste condición de ángeles ciegos. Contigo, Dios estuvo más cerca que en ninguna iglesia, que en ningún altar.

¡Oh Victoria!, dime cómo aprender a vivir sin ti, alejado de tu dulce amargo sabor. No sabré qué hacer con esta monótona existencia, con esos dioses falsos y esas mujeres de piedra.

Llegar y abrid la puerta del refrigerador y no verte, será una nueva forma de morir. No verte sonriéndome, invitando al cachondeo, a tomar, hacerte mía, a fundirnos en el más antiguo de los rituales, el de un hombre buscando el consuelo de una chica, espumosa y morena. De un hombre en pos de los mil rostros de Dios. De un hombre preguntándose a mitad de su vida, si vale la pena seguir luchando.

No llores por favor, yo no lo haré. Habrá que ser fuertes y no buscarnos. No, no pidas explicaciones, no las hay, uno no puede expresar la propia agonía, ni explicar el abandono de alguien tan bienamado. Decirte, mi fiel Vicky, que tengo que dejarte porque mi cuerpo me ha traicionado, sí ese pequeño bastardo de mi hígado me ha impuesto un ultimátum: él o tú.

Te dejo pues, y no por falta de amor, sabes bien que no. Te dejo porqué simplemente así es la vida, nos va quitando poco a poco lo que nos convierte en hombres, nos va despojando de la dignidad y de los sueños, de nuestras mujeres y de nuestras erecciones.

Y hoy me toca decirte adiós, aunque en este adiós se me vaya media vida. Adiós Victoria. Mi querida y muy amada Victoria. Te amo mi amada cerveza.

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