Cuento / 1a. parte
Capítulo 3
Del 1987 al 1991, Augusto Harry De la Peña fue mi rector en el Instituto de Ciencia y Tecnología de la Laguna, hoy Universidad la Salle Laguna.
Tuve el gusto y honor de haber conocido a ese señor al que todos admiraban:
-Oh, él es Harry de la Peña- decían mis compañeros.
-Un investigador importante en la historia de La Laguna-.
Un hombre en la plenitud de sus fuerzas, siempre sonriente y gentil. Atravesaba apresurado los patios del Instituto apretando con su brazo documentos contra su cintura y con sus walkie talkie enganchados al cinturón. Se ocupaba de los asuntos del Instituto con diligencia. Recibía visitas extranjeras en su oficina. Lo recuerdo con un suéter rojo y su cabellera albina.
Le pregunté un día si estaría presente en mi graduación argumentando que el buen augurio de una persona como él, sería importarte para mi futuro. Respetuosamente asintió.
El año que dejé mi instituto, las aulas de informática se aprovisionaron de computadoras de última generación, equipadas con Corel Draw y Photoshop, vanguardia que no tuve el honor de estudiar ahí. Lo hice pagando un costosísimo viaje hasta Dallas para obtener una certificación oficial de estudios de Photoshop para maestros.
Mi tesis en la Laguna fue la imagen gráfica y campaña publicitaria de la nueva pizzería de mi padre, realizada completamente a mano con el uso de estilógrafos, escalímetros, curvígrafos y tiralíneas. Para ello, me vi obligada a regresar a La Laguna y acudir al curso de tesis. Estrené las nuevas instalaciones de una espléndida universidad con muchos más espacios, salas y talleres.
Capítulo 4
1995
Los meses del curso pasaron volando. Se llegó el día de la entrega de papeles. Nada más importante para mí en ese momento. Se encendieron los faroles de la sala de ceremonias. Se mencionaron algunos apellidos, y al pronunciar el mío, me acerqué hasta la mesa de los profesionales, que me recibieron con la gran sorpresa de una mención honorífica para mi proyecto, por mano, nada más y nada menos, que del mismo rector el Ingeniero Augusto Harry de la Peña que me guiñó uno de sus ojos azules, quizá evocando nuestro acuerdo. Luego al regresar a mi asiento, realmente conmovido, mi padre me agradeció con entusiasmo el haber elegido su establecimiento. Esa noche todo me salió como pastel con cereza, taco con crema o pizza con grana.
Esa tarde, el rector me auguró un futuro pleno de éxito, mientras el público observaba en un silencio solemne.
Sólo pocos meses después, el rector terminó su ciclo en el Instituto. Y no muchos años más tarde dejó esta dimensión. Quise creer que había esperado mi graduación como espacio para cumplir su promesa. Su imagen me ha acompañado en silencio, presente en ese título que cargo inutilizado, atravesando continentes por mares y cielos. Lo que un día fue un augurio, se volvió una imprecación malsana, inocua. Lo que un día fue una esperanza, se convirtió en una profecía del infinito. Una cadena que se hundió en el pantano del olvido.
Así mi carrera, así la memoria de Augusto Harry, así el desierto de Durango. Un Analfabetismo de voces, un silencio de palabras, una soledad de olvido.
Harry vive en una zona donde es ignorado por instituciones y autoridades de dos naciones en medio de una nube controversial de intereses donde no se le difunde su participación en la inspección y designación de este fenómeno de interés, ahora, mundial.
18 Noviembre 2022
Nuria Montoya
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