lo lindo es saber que uno puede cantar pío-pío
en las más raras circunstancias/
tío juan después de muerto/yo ahora
para que me quierás/
Juan Gelman, fragmento de Sobre la poesía.
El Instituto Cervantes tiene una enorme bóveda con 1,800 cajas de seguridad que atesoran legados de artistas destacados en lengua castellana, que van desde primeras ediciones de libros, textos inéditos, entre otras sorpresas, y cada autor establece la fecha en que quiere que su caja se abra.
Juan Gelman decidió que su caja se abriera el 3 de mayo del 2050; un tiempo considerable si tomamos en cuenta que desde hace años el poeta afirmaba sobre la poesía:
que nadie la lee mucho/
que esos nadie son pocos/
No sabemos en qué condiciones estará este arte y los poetas a la mitad del siglo que cursamos y del que muy pocos de los que ahora estamos aquí veremos su fin. Incluso alcanzar esa mitad ya será una hazaña.
En 2012, Juan Gelman estuvo en Durango en una lectura y charla con un par de escritores, muchos más que decían serlo (algo que no se ha demostrado hasta la fecha), otros que aspiraban a publicar (por diversos motivos), los que gustan de las galletitas y el café, los que van para la foto y presumir de cultos, y algunos, de esos nadie que son pocos, que habían leído al menos una decena de los poemas de Gelman.
La ventaja de que hubiera poca gente, y de ellos, pocos interesados en acercarse al poeta, me dio la oportunidad de estar frente a frente, y como por impulso le dije: “Maestro, un honor conocer sus manos”, mientras las estrechábamos y me regalaba una sonrisa tan dulce como la belleza de los diminutivos que con tanta precisión utilizaba en sus poemas.
Hablamos un poco, en ese momento se mencionaba entre los posibles candidatos al Nobel de Literatura, a lo que, convencido, dijo: “Nunca me lo van a dar, por mi pasado guerrillero”. Eso, para alguien que justo en ese año marchaba por las calles, que había crecido bajo los últimos destellos de Fidel, el Che, de Zapata, de las revoluciones que se fueron extinguiendo en el imaginario colectivo, fue un tambor de guerra y la pipa del abuelo sabio y cariñoso.
Un par de años después, Juan Gelman murió. Quizá partió, por fin, al encuentro con sus desaparecidos, para hacer infinita su capacidad de transformar el dolor humano en una verdad del corazón.
No se sabe qué es lo que guardaría Juan Gelman en su caja del Instituto Cervantes. No sé si me tocará verlo, aunque no importa mucho, porque estoy seguro que cuando la abran, de ella saldrá volando una parvada de pajaritos que harán pío pío desde ese momento y hasta la eternidad.
Hay versos que nos recuerdan que lo más terrible y lo más amable de nuestra condición humana caben en un mismo diminutivo.
Seguimos converseando.
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