El feminismo como recurso político

El caso de la regidora Cynthia Mont y la diputada Sandra Amaya, ejemplifican el ejercicio del poder político de élite tradicional, más que de movimientos populares

Local 21 de noviembre de 2023 NIBARY SILVA

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Históricamente, los movimientos feministas han puesto sobre la mesa las diversas problemáticas que aquejan a la sociedad. En un país con altos índices de violencia de género como lo es México, estos movimientos no son ajenos. Dichos movimientos dan forma a múltiples políticas públicas y reformas a la ley que abogan, por lo menos en la retórica, por la equidad de género. 

Este tipo de decisiones se crean justamente a partir de consensos y disensos entre los diferentes grupos sociales, creando redes que fomentan una cultura con perspectiva de género. La crítica no solo implica una mera forma de manifestación, sino que demanda que las desigualdades asociadas al género formen parte de las agendas gubernamentales para dar un reordenamiento social.

Por supuesto no es de sorprenderse que los partidos políticos y sus actores se cuelguen de dichas agendas para obtener adeptos electorales. ¿Pero qué tan válido es hacerla parte de su propaganda cuando aspiran a un cargo público? ¿Qué tan genuinas se sienten las acciones cuando alzan la bandera feminista? ¿Y a qué sector de la población representan?

Para nada se insinúa que las mujeres que aspiran a un cargo público importante no puedan tener afinidad por un movimiento de carácter feminista, es, en todo caso, desde la empatía con dicha lucha, que se debe trabajar.  Pero cuando las intenciones son más bien clientelares, entonces pierde su carácter legítimo y el discurso, bastante repetitivo, queda al aire; sobre todo cuando lo hacen ver como si se tratara de todo un catálogo de preocupaciones sin matices. 

Más aún si vienen de las más altas élites, porque cuando hablan de ‘cercanía con la gente’ no se dan cuenta de que están más cerca de representar a una reducida clase política que a la clase popular. Y es ahí donde permea la incongruencia, pues hablan desde una posición muy privilegiada que lejos está de generar propuestas que den solución al entramado social vulnerado.

El caso de la regidora Cynthia Mont y el de la diputada local, Sandra Amaya, ejemplifican el ejercicio del poder político de élite tradicional, más que de movimientos populares. Las entrevistas a modo y los publirreportajes de uno de los periódicos regionales más mediáticos de la zona sin presentar ambas un programa de gobierno afín a las necesidades reales de la gente y sobre todo de las y los simpatizantes del Movimiento Regeneración Nacional pone en evidencia que las banderas manejadas a partir de la indignación social sólo son parte de un accesorio más.

Tampoco es casual ver espectaculares con sus fotografías por la capital duranguense. Amaya buscará una senaduría mientras que Mont también buscará escalar políticamente. Algo queda claro en sus promocionales: más que defender causas sociales, parecieran defender la socialité. Más que defender la causa feminista, pareciera que buscan perpetuar los mismos grupos de poder de la élite política local, lo que es válido. Tendrían legitimidad si lo hicieran desde las filas de Acción Nacional.

¿Las mujeres aspirantes al poder político entonces pueden ondear la bandera feminista? Sí, toda vez que recuerden que el feminismo es un movimiento y no una estructura política, por tanto, la organización que las acoge debe ser cuestionada y confrontada. 

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