XXI - La ligera sospecha

Cuando termino ese vaso, vaso lleno. Vaso vacío de ilusiones. Vaso donde andan las olas de mi desierto; me despierto, desentierro mis piernas que permanecían ancladas a la banca blanca mal pintada.

Aquí, la bruma no es discreta, de inmediato sabes que algo pasa. Que ya pasó. El tiempo se adelanta, susurra en mis oídos necios que ya es hora. Que ya se perdió entre los arbustos el interés a causa del deseo, de una simple percepción, de un buen sueño, una noche fría ausente de un abrazo para congelar momentos en cubos de fuego. Atorados en la pupila. Enmarcados en el recuerdo del inocente, olvidados por el ansioso. Enterrados por la conciencia.

Abro bien los ojos para darme cuenta de que no quiero darme cuenta. Reflexiono en vano, titubeo por un segundo que me permita tan solo asomarme al ayer para ver la emoción depositada en mí de ti.

Ya es demasiado tarde.

El vaso está roto...

Alcanzo a divisar los buitres púrpuras que pretenden descender de a poco. El viento los turba, haciéndoles pagar unas cuantas monedas más. Un trago más. ¡Qué más da!

Ahora mi vaso está lleno de ilusiones. Otra vez...