Cuento / 1a. parte
Me atrevo a suplicarle a usted, mi amada Penélope, venga a verme. A rescatarme de la isla de mi tullidez, donde sobrevivo, atrapado desde hace tres años.
Usted se dio cuenta del milagro que sus abrazos y ternura, obraron en mí. Me cura verte. Me llena de amor, abrazarte. Esos besos tuyos, son mi religión y mi alimento.
Verte mi amada Penélope, es mi mejor medicina. Te has convertido en el único Dios y único milagro en mi vida.
Venid Penélope, venid os suplica este guerrero vencido. Este gladiador derrotado por el dolor y la guerra. Te amo Penélope. Venid.
II
Yo nací un siete de julio del año del señor del…. Nací con una terquedad innoble, tan así que me obligaron por cesárea a abandonar el pobre vientre de mi madre. En venganza o protesta, me enredé la tripa del cordón en el cuello. De rubio que nací, se me quedó lo negro del amoratamiento, al asfixiarme.
Pese a que pesé cinco brutales kilos, nomás salí de la panza, berreé por falta de oxígeno, tan así que me encerraron tres semanas en la incubadora.
Desde entonces he sufrido esa sensación del huérfano y esta vocación de desamparo.
Una sola mujer me ha curado el alma e iluminado el corazón, una sola mujer en el mundo, aparte de mi madre ya fallecida, pero tan viva en mi corazón.
Esa otra bendita mujer, tan inocente como las olas del mar, tan pura como una lagrima de Dios, se llama Penélope. En la celda de mi tullidez, espero sus benditos labios para convertirme en su fiel esclavo. Quien ama nunca está solo. Bendita seas Penélope. Te amo hermosa señora.
III
Son pocas cosas las que extraño en mi isla donde encallé, tras mi horripilante naufragio. Tres años perdido en la inmensidad de la muerte, aferrado a una barcaza.
Extraño la tibieza del corazón de mi madre, la mano firme de mi viejo. Y el corazón tan puro e inocente de mi Penélope. Yo, un Ulises derrotado, convertido en un guiñapo de nostalgias y melancolías, en un costal de pellejos y huesos, con mis pies destrozados de llagas, mi alma desgarrada de tragedias, sigo de pie, con el orgullo del guerrero espartano, rezando al gran Zeus, por volver a ver y abrazar a mi Penélope de mis juventudes. Besar sus labios de sirena.
Ojalá que los dioses del Olimpo me sean benignos. Sea tu voluntad, ¡oh!, mi padre Zeus, ¡oh!, te suplico tu piedad, haz venir a mi amada Penélope...
IV
Pertenezco a esa raza de tullidos, de olvidados de Dios. De quienes yo veía antes con cierto asco y repulsión. Me cambiaba de banqueta si los veía aproximarse en dirección mía. En aquel entonces me creía invencible, vencedor del mundo.
Hoy, con esa humildad que da perderlo todo, quedar en pellejos y huesos, sin orgullos ni fortuna, sobrevivo por no sé qué milagros. Vivo al día.
Queda atrás la soberbia y desdén. Recuerdo las películas “Los olvidados” y “Viridiana”, las dos de Buñuel. Y hasta hoy, dolosamente las comprendo.
Una caridad par un pobre ciego que no ve, ¡Dios se lo pague! Yo le llamo a los vivos mis verdugos y a los muertos... Este Ulises que soy, tullido y derrotado, clama por su amada Penélope…
V
Por su culpa, Penélope, tengo un encharcamiento en el corazón, se me desbordo de amor por usted, anegando cada rincón del alma, inundando toda la casa, que es su hogar y su castillo.
Desde que usted regresó se me desbordó de amor incontenible el corazón. Se me desbordó que no pude contenerlo y ha encharcado cada espacio de mi ser y cada espacio de mis refugios y rincones. Y no me cabe en el corazón este amor que usted, con su sola presencia ha renacido en mí.
Usted me ha sanado con su regreso. Usted me ha convertido en un hombre nuevo. Ha inyectado de vida y esperanza, a este, su Ulises de pellejos y huesos.
Usted me provoca a dejar de ser un tullido de cuerpo y alma, usted me ha sanado de una de mis llagas, del cuerpo y del alma.
No me abandone, ahora que nos hemos vuelto a besar. Yo la amo, usted los sabe, usted percibe lo que siento. Te amo Penélope, mi única mujer, mi única muerte.
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