La élite de corruptos y privilegiados no pudieron con la democracia
Nadie sabe el número exacto de los muertos,
ni siquiera los asesinos,
ni siquiera el criminal.
(Ciertamente, ya llegó a la historia
este hombre pequeño por todas partes,
incapaz de todo menos del rencor.)
Tlatelolco será mencionado en los años que vienen
como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea,
pero esto fue peor,
aquí han matado al pueblo;
no eran obreros parapetados en la huelga,
eran mujeres y niños, estudiantes,
jovencitos de quince años,
una muchacha que iba al cine,
una criatura en el vientre de su madre,
todos barridos, certeramente acribillados
por la metralla del Orden y Justicia Social.
Fragmento del poema Tlatelolco 68
Jaime Sabines
II
Han pasado cincuenta y cinco años. Todavía nadie sabe el número exacto de muertos. De jóvenes estudiantes asesinados. De Mujeres que ese día dejaron su inocencia, derramada en las piedras antiguas de la plaza Tlatelolco.
Nadie sabe el número exacto de madres que buscaron sin desistir, sin abandonar a sus hijos, que esperaron una noticia, una esperanza. Y que han muerto sin ojos, sin corazón, sin encontrar a sus hijos.
Nadie les dijo, ni la autoridad, ni Dios, dónde fueran a llorar a sus hijos muertos. Dónde llevarles flores y rezarle una oración. Murieron de dolor y de tristeza.
Año tras año, ya cinco décadas de silencio y complicidad, de ese fatídico día en que México perdió la inocencia. En que despertamos del sueño. El asesino principal, Luis Echevarría, murió de vejez no de justicia. Jamás pisó una celda, jamás fue juzgado públicamente y repudiado.
Los asesinos siguen libres, ufanos, campantes, gozando de pensiones y honores, el silencio cada vez es más oneroso y lo más triste, el olvido perdura.
No es suficiente que el genocida Luis Echeverría haya muerto. Es necesario castigar a los generales del Ejército, a todo asesino, cómplice del genocidio.
Dar a conocer el número de los muertos. Dónde están sepultados, qué pasó realmente aquella tarde del 2 de octubre. Abrir los archivos del ejército y de Gobernación.
Quieren que el tiempo se olvide del 2 de octubre, excepto el pueblo de México, excepto los pocos sobrevivientes de la masacre. Excepto los familiares de los desaparecidos. De los caídos bajo las bayonetas y tanquetas del ejército. De los disparos de los francotiradores apostados en los edificios departamentales del complejo de Tlatelolco. No debemos tener olvido. Debemos tener memoria y exigir la justicia. Exigir la verdad.
Dos de octubre es algo más que un día de asueto para los millones de estudiantes. Es más que un festival de música y rock, donde un centenar de jóvenes se reúnen a escuchar rolas de aquel entonces.
Dos de octubre es algo más que los discursos demagogos de políticos oportunistas que se desgarran las ropas. Es algo más que esa pose de pseudo intelectuales.
Aquí lo que se pide es justicia. Aquí lo que se exige es la verdad. Una verdad guardada celosamente.
Quién ha enseñado esa verdad en las escuelas. Quién les ha dicho a los jóvenes lo que realmente pasó. Acaso la historia de la masacre ya se encuentra en los libros de texto.
Cincuenta y cinco años y el país sigue igual. Sólo rumores. Gritos aislados. Los asesinos siguen libres. Las madres de los asesinados siguen clamando por sus hijos. Y la verdad aún sigue vedada, ¿tan difícil es saber quién dio la orden?, ¿tan imposible es hacer justicia?
II
.. Y la cuata esa, ¿por qué llora? Que está nerviosa. Óyeme los nerviosos a su casa, aquí nada de traumitas personales. Que su hermano. ¿Qué le paso a su hermano? Pues dile que se calme, que no va a pasar nada, que aquí estamos todos juntos, dile eso a la compañera, díselo a todos los compañeros...
Leonardo Bañuelos Tovar, de la Escuela Luis Enrique Erro (De la Noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska)
III
Cincuenta y cinco años han pasado. Día menos día más y la traición continúa:
¡¡¡ Extra, Extra, Negocia el Gobierno de Fox el perdón a Luis Echeverría, principal responsable de la masacre de Tlatelolco, a cambio de las reformas del IMSS..... Extra.... Extra....!!!
Ya ni la burla.
Hoy será como otros aniversarios. Una marcha silenciosa atravesando la ciudad, nada comparable a la de entonces, donde el pueblo: estudiantes, obreros, maestros, amas de casa, niños, ancianos marcharon pidiendo:
IV
AL PUEBLO
El Consejo Nacional de Huelga convoca a todos los obreros, campesinos, maestros, estudiantes y pueblo en general, a la
GRAN MARCHA DEL SILENCIO
en apoyo a los seis puntos de nuestro pliego petitorio
1. Libertad de todos los presos políticos
2. Derogación del artículo 145 del Código Penal Federal.
3. Desaparición del cuerpo de granaderos
4. Destitución de los jefes policíacos Luis Cueto, Raúl Mendiolea y A. Frías.
5. Indemnización a los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto.
6. Deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios culpables de los hechos sangrientos.
En la que exigiremos la solución inmediata y definitiva por parte del poder Ejecutivo a nuestras demandas.
Reiteramos que nuestro movimiento es independiente de la celebración de los XIX Juegos Olímpicos y de las fiestas cívicas conmemorativas de nuestra independencia, y que no es en absoluto intención de este Consejo obstruir su desarrollo en lo más mínimo. Reafirmaremos, además, que toda negociación tendiente a resolver este conflicto debe ser pública.
La marcha partirá a las 16 horas del día de hoy, viernes 13, del Museo Nacional de Antropología e Historia, para culminar con un gran mitin en la Plaza de la Constitución.
Ha llegado el día en que nuestro silencio será más elocuente que las palabras que ayer callaron con las bayonetas.
Desplegado en El Día, 13 de septiembre de 1968
V
El helicóptero seguía casi al ras de las copas de los árboles. Finalmente, a la hora señalada, a las cuatro, se inició la marcha en absoluto silencio. Ahora no podrían oponer ni siquiera el pretexto de las ofensas. En el CNH habíamos discutido muchísimo. Unos delegados decían que de hacerse la manifestación no podría ser silenciosa por que le quitaría combatividad. Otros, que nadie guardaría silencio. ¿Quién se siente capaz de controlar y llevar callados a varios de cientos de miles de muchachos escandalosos acostumbrados a cantar, gritar y echar porras en cada manifestación? ¡Es una tarea imposible y si no lo logramos el CNH mostrará debilidad! Por eso los más jóvenes llevaron espadrapo en la boca.
Ellos mismos lo eligieron: los unos a los otros se pusieron tela adhesiva sobre los labios para asegurar su silencio. Les dijimos: “Si alguno falla, fallamos todos.”
Salíamos apenas del bosque, habíamos caminado sólo unas cuadras cuando las filas comenzaron a engrosarse. Todo el Paseo de la Reforma, banquetas, camellones, monumentos y hasta los árboles estaban cubiertos por una multitud que a lo largo de los cien metros duplicaba el contingente inicial. Y de aquellos decenas y después cientos de miles sólo se oían los pasos... Pasos sobre el asfalto, pasos, ruidos de muchos pies que marchan, el ruido de miles de pies que avanzan. El silencio era más impresionante que la multitud. Parecía que íbamos pisoteando toda la verborrea de los políticos, todos sus discursos, siempre los mismos, toda la demagogia, la retórica, el montonal de palabras que los hechos jamás respaldan, el chorro de mentiras las íbamos barriendo bajo nuestros pies... Ninguna manifestación me ha llegado tanto. Sentí un nudo en la garganta y apreté fuertemente los dientes. Con nuestros pasos vengábamos en cierta forma a Jaramillo, a su mujer embarazada, asesinados, a sus hijos muertos, vengábamos tantos crímenes a mansalva, silenciados, tipo gánster. Si los gritos, las porras y los cantos de otras manifestaciones les daban un aspecto de fiesta popular, la austeridad de la silenciosa me dio la sensación de estar dentro de una catedral. Ante la imposibilidad de hablar y gritar como en otras ocasiones, al oír por primera vez claramente los aplausos y voces de aliento de las gruesas vallas humanas que se nos unían, surgió el símbolo que pronto cubrió la ciudad y aún se coló a los actos públicos, a la televisión, a las ceremonias oficiales: la V de “Venceremos” hecha con los dedos, formada por los muchachos al marchar en las manifestaciones, pintada después en casetas de teléfonos, autobuses, bardas. En los lugares más insólitos brotaba el símbolo de la voluntad inquebrantable, incorruptible, resistente a todo, hasta a la masacre que llegó después. Aún reciente Tlatelolco, la V continuó apareciendo hasta la ceremonia olímpica, en las manos del pueblo.
Luis González de Alba, del CNH (De la Noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska)
Y la respuesta fue la brutalidad. Miles de estudiantes, hombres, mujeres, apenas algunos salidos de la infancia, con el rostro asombrado, con el cuerpo destrozado y lo terrible: con los sueños aniquilados. Seis de la tarde, una bengala en el cielo, guantes blancos empuñando la muerte, y el infierno se desato, la masacre en pleno, jóvenes, madres, maestros, cayendo bajo las balas, siendo cazados como animales, la plaza de Tlatelolco empezó a teñirse de un rojo profundo, de un llorar que aún no cesa. De zapatos sin dueño, de cuerpos doblados. de rostros sin futuro. Sus paredes acribilladas, mudas, preguntándose lo que todos: ¿por qué tanta saña?, ¿cuál fue el delito tan grave cometido?
Se calcula en más de cinco mil, entre muertos y desaparecidos. La cifra oficial no rebasa más de quinientos. La verdad aún no aparece. Nadie quiere investigar. Nadie del gobierno, sea del color que sea. Los asesinos se protegen entre ellos. El silencio cada vez va siendo mayor y el olvido es la única apolítica aceptable.
VI
Memorial de Tlatelolco
Rosario Castellanos
El dos de octubre de 1993, 25 años después el pueblo de México se manifestó nuevamente en Tlatelolco: «El dos de octubre no se olvida», y develó una estela en honor a los caídos. En la estela se incluyó el fragmento final del poema de Rosario Castellanos que reproducimos íntegro aquí.
La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad para cuajar el crimen.
Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
para que nadie viera la mano que empuñaba el arma,
sino sólo su efecto de relámpago.
¿Y a esa luz, breve y lívida, quien?
¿Quién es el que mata?
¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?
¿Los que huyen sin zapatos? ¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?
¿Quién? ¿Quiénes? Nadie.
Al día siguiente, nadie. La plaza amaneció barrida;
los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo.
Y en la televisión, en el radio, en el cine no hubo ningún cambio de programa,
ningún anuncio intercalado ni un minuto de silencio en el banquete.
Pues prosiguió el banquete. No busques lo que no hay: huellas, cadáveres...
No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.
Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad...
Recuerdo, recordamos.
Esta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.
Recuerdo, recordemos
hasta que la justicia se siente entre nosotros.
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