Sabor a mí, sabor a ti…

Dicen una vieja canción de amor mexicana que un viejo amor ni se olvida ni se deja. De nuestras vidas sí se aleja, pero nunca dice adiós.

Cultura 25 de septiembre de 2023 JESÚS MARÍN

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Dicen una vieja canción de amor mexicana que un viejo amor ni se olvida ni se deja. De nuestras vidas sí se aleja, pero nunca dice adiós. 

Trece años en el naufragio del abandono, trece años sin amor ni hogar, azotado por las olas de la desesperanza, sin religión ni Dios. Trece años escuchando el canto de las sirenas, enfrentándome a mis propios cíclopes, a mis gárgolas que me desgarraban sin piedad, en la solitaria esperanza de volver a ver a mi amada Penélope.

Trece años donde perdí honor y fortuna, trece años donde descendí a los abismos del tártaro. Caí preso de hechicerías y magias oscuras, Circe se apoderó de mi alma; los dioses me abandonaron por los últimos tres años, en la isla de la muerte, en la isla de soledad impiadosa. Caronte me sonreía, invitándome a cruzar el río de la muerte.

Por un instante cerré los ojos. Me rendí, me abandoné en manos de Thanatos, el justo. 

De aquel guerrero espartano que fui, la vida o el destino se cobró todo el daño que hice o el bien que dejé de hacer.

Tres años estuve en garras del dolor y la tullidez. Tres años pensando en morirme, buscando el abrazo de la parca, del demonio o de algún dios, lo que fuera, para que cesaran el dolor y el desamparo.

Solamente la ilusión de volver a ver a mi amada Penélope me sostuvo. Ese tu dulce recuerdo, tu cintura de inocencia. Tus hermosos ojos y la forma en que nos besábamos, me salvaron esos tres años donde agonicé en un oscuro camastro de un  hospital, lejos de la gente, sin nadie que me acercara un vaso de agua a mis resecos labios. Mi madre muerta, mi padre con ella.

Únicamente pensar en ti, en esa hermosa muchacha de 19 años que un día me ofreció su ternura y su amor, a quien yo, chachal que soy, la crucifiqué arteramente en un arranque de odios, amor, ante la cruel despedida de nuestro amor.

Necesitaba escuchar de tu voz el perdón de mis canalladas. Escucharte decir que pese al daño que te hice, pese a que destruí a la única mujer que me ha amado sin reservas ni condiciones, seguía vivo en tu corazón y en tu fe.

Decirte que me perdonaras como se perdona al peor de los traidores. Besar tus santas manos que sembraron de vida y calor, mi doliente alma de niño triste.

Abrazarte como en los días del ayer. Abrazarte con esa hambre de amor y ternuras. Abrazarte porque soy un canalla y tú, mi Penélope, eres una hermosa alma. Eres una mujer inocente y me sigues amando, aun trece años después, en que nos alejamos porque no soporté tu adiós.

Dioses del Olimpo, yo nunca te he dejado de amar. Me convertí en un traidor errante, vagando en la culpa y en el remordimiento. Reprochándome como pude ser tan cobarde y ruin contigo, mi amada muchacha.

Durante dos años escribí cartas a la incertidumbre. Palabras suplicando verte, suplicando tu perdón, tu ternura, tu amor.

Te las mandaba en voz del viento, pidiéndote tu perdón. Suplicándote verte otra vez. Dos años expiando mis pecados, mis culpas por haberte herido de tal forma. 

Dos años sin saber de ti. Dos años encendiéndote altares y clamando a cualquier Dios, apelando a toda religión y a todo milagro. Milagro de escuchar otra vez mi nombre en tus labios. Milagro de volver a ser un hombre. Milagro de volver a tener corazón. Milagro que se llama como tú, Penélope.

Solo tu bendita palabra me da vida. Solo tus benditos labios me siembran esperanzas. Solo tu bendita voz me hace estremecer y me convierte en un hombre hermosamente feliz.

Tú lo sabes, mi amada Penélope, siempre he sido un perro loco, a veces rabioso, un perro loco sin ley, un perro loco cínico y sarcástico, bebedor incansable de cerveza, amante del mar y de las mujeres. Fiel con mi perro, noble con los niños e hijo que no olvida a sus amados padres. Y un hombre que te ama con este amor que ni el tiempo, ni la guerra, ni el abandono, ha destruido. Te sigo amando como el primer día.

Lo sabes bien, nunca he creído en ese Dios inventado por los hombres. En ese Dios de las iglesias y las sotanas. Dios iracundo y de culpas. En ese Dios que nos condena al pecado desde primer respiro.

Sucedió el milagro. Sucedió la conversión. Una mañana luminosa, una mañana que nunca he de olvidar, Dios se presentó ante mí. Volviste mi amada Penélope.

¡Dios santo! has regresado, más hermosa, más mujer, igual de inocente. Bendita la que viene en nombre del Señor. Bendito sea el Dios que haya provocado el milagro. 

Trece años después de nuestro último abrazo. Te volví a estrechar.  De nuevo tu cálido cuerpo entre mis manos. ¡Ah!  estoy vivo, aaaah gracias a la vida.

Te volví a morder tu cuello. Me emborraché de tu olor. Tu sagrado aroma que revive mi alma. Y besé esos labios tan míos. 

Que trece años no es nada, dice el tango. Fue como si nunca nos hubiéramos separado. Después de trece años te abracé, me abrazaste, caí de rodillas ante el milagro, para para suplicarte tu perdón.

Y tú, mi hermosa mujer, con esa ternura, con ese corazón noble, me devolviste la paz, me devolviste la fe. Y soy de nuevo tuyo, como nunca lo he dejado de ser.

Dios ahora sí existe para mí, y se llama como tú. Creo en ti, mujer creadora de vida y amor. Bendita seas entre todas las mujeres, has regresado a darme vida, a llenarme de fe. Has regresado a mi vida, has vuelto a latir a mi corazón.

Bastó con abrazarnos y conversar, tanta vida yo te di que por fuerza has de llevar sabor a mí, como yo tengo sabor a ti. Tenías razón maestro Álvaro.

Uno solo beso borró trece años de infiernos. Un solo beso de tus párvulos labios arrasó con odios y remordimientos.

Te amo Penélope. Te amo Penélope. No vuelvas a dejarme nunca. Soy tuyo hasta la muerte. Ahora sí puedo morir en paz. Ahora que has vuelto a iluminarme.

Cada día rezo, yo que soy tan ateo, rezo para vuelvas muy pronto y recuperar esos besos que no nos dimos en trece años.

Me dejaste desbordado, inundado, el corazón de amor por ti. Espero tu regreso como se espera a la vida. Te amo Penélope.

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